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El decapitador decapitado: el #MeToo español se extiende a las redacciones

El macabro destino ha decidido que nuestro protagonista sea acusado de ese machismo que tanto denunciaba

El decapitador decapitado: el #MeToo español se extiende a las redacciones

PHR. | El zapador

Desde que saltó el escándalo Rubiales, las Pams, Belarras y Monteros no se han conformado con el busto pelón del presidente de la RFEF y quieren que rueden más cabezas. Lo llaman el #MeToo español y aspiran con el hashtag #SeAcabó a que la caza de brujas vaya más allá del ámbito deportivo. Incluso al periodístico como animaba un artículo en Jot Down: ¿Cómo íbamos a explicar la situación de las futbolistas si en las redacciones estamos rodeadas de «Rubiales»? En este escenario ha emergido una narrativa que destila un curioso sabor a paradoja, ya que un conocido periodista cultural abanderado de la narrativa feminista identitaria ha sido súbitamente señalado como un individuo enemigo de los mismos principios que vociferaba defender.

Este progresista de pata negra, ostensiblemente sensible a las problemáticas de género, cancelador a tiempo completo, ha sido cancelado. El título de esta tragicomedia posmoderna la hemos titulado «El decapitador decapitado», en referencia a un libro del autor que lleva por título Decapitados, donde propugna la remoción de estatuas de figuras históricas que personifican las sombras del pasado. Enarbolando el estandarte del feminismo y la justicia social, el autor en cuestión abogaba por el descabezamiento de figuras controvertidas —y no tan controvertidas— al considerarlas promotoras de ideologías retrógradas. Sin embargo, el macabro destino decidió que él mismo sería acusado de una ofensa imperdonable que tanto denunciaba: el machismo.

Pero la cosa no se queda aquí, pues otra de las ironías de este vodevil es que el autor de Decapitados también escribió Las invisibles, que tantos quebraderos de cabeza dio al Museo del Prado, pues acusó a la institución de silenciar a la mujer artista, respaldando «un pensamiento de género (raza y clase) que justifica la dominación de un sexo sobre el otro». En nuestra historia las acusadoras, lejos de mantenerse en el anonimato, tienen nombres propios y no han tratado de invisibilizarse. Se llaman Sara Brito García y Noemí López Trujillo. Lo que sí han querido invisibilizar es el nombre del autor señalado y, aunque su identidad sea un secreto a voces, respetaremos su decisión y no desvelaremos aquí el misterio, pero para facilitar la lectura, le nombraremos con la sigla «PHR» en lo sucesivo.

PHR escribe/escribía en varios medios artículos sobre cultura e historia del arte. En un artículo de Zenda, María L. Soto señalaba que PHR «se ha caracterizado en los últimos tiempos, en los diversos medios informativos por los que ha ido saltando a medida que en todos le enseñaban la puerta, por una extraordinaria capacidad de adaptarse no sólo a los sucesivos medios informativos, sino también a los tiempos y las modas. Tras un período que podríamos calificar de oscuro camino de Damasco, PHR se cayó del caballo y abrazó la causa feminista con la ardiente fe de un converso dispuesto a ganarse el jornal; capaz de ir mucho más allá, radicalmente feroz, de lo que nosotras mismas, o al menos las que nos movemos en el ámbito de un feminismo necesario, positivo y serio, somos capaces de ir sin hacer el ridículo y sin que se que se nos caiga la cara de vergüenza».

El artículo es de hace dos años, pero la misteriosa María L. Soto (hay quien afirma que María es un pseudónimo y que bajo la máscara se esconde alguien del clan Reverte) ya apuntaba una clave muy importante: «Ignoro qué es lo que de machista o siniestro tenga PHR que hacerse perdonar en su vida pasada; pero su desaforado y reciente entusiasmo reivindicativo, tan belicoso y de primera línea, pone la mosca tras la oreja». Palabras proféticas a tenor de cómo se han desarrollado las acusaciones en esta última semana:

«Este es mi relato del #seAcabó o un intento de sacarme un poco una mierda que viví y me hizo sufrir malamente, por el abuso de poder y el maltrato laboral pero también por la omertá de mis compañeros (salvo mis compañeras de sección Paula Corroto e Isa Repiso que me ayudaron tanto). Gracias chicas, sin ustedes me hubiera roto aún más», comentaba Sara Brito en un texto publicado en Facebook el martes 29 de agosto, que más tarde se hizo viral en Twitter (ahora X) después de que su compañera Paula Corroto lo compartiera.

El texto de Brito decía lo siguiente: «Trabajé en la sección de Cultura de un periódico nacional de izquierdas. Me lié un par de veces con el jefe de sección a los pocos meses de entrar quizás excitada con que se fijase en mi, quizás tratando de sobrellevar una ruptura sentimental. Da igual, fue relación consentida. Después de que se acabara la relación, y sobre todo cuando pasó a ser redactor jefe, empezó un maltrato que fue tornándose constante, con gritos y humillaciones en medio de la redacción. Ejerciendo su poder desde la burla, la humillación pública y la falta de respeto. Duró años, y dinamitó mi autoestima y quebró mis nervios. Iba a trabajar con miedo. En el último año de los dos aproximadamente que duró la situación, escribí una carta contando la situación y reclamando apoyo de mis compañeros y compañeras (todos eran testigos y bajaban la cabeza) y solo mis compañeras mujeres la firmaron (ellas también sufrían un trato desagradable si bien no tan severo). Mis compañeros hombres me dijeron que reconocían la situación pero que no querían meterse en problemas. Me puse en contacto con el sindicato de periodistas a través de un compañero de otra sección, pero justamente en ese momento se abrió un ERE voluntario al que me apunté. Acobardada por la falta de apoyo, vi la puerta de salida y corrí. Hoy ese periodista sigue ejerciendo y firmando reportajes sobre feminismo. Una hipocresía que me revuelve las tripas. No busco represalias pero sí perdonarme por haber transigido con esa situación de mierda tanto tiempo y dejar de culparme. Y tratar de que a ninguna mujer vuelva a pasarle algo así, sintiendo que era algo que tenía que soportar para no perder el puesto de trabajo y que era algo normal que periodistas de una redacción supuestamente comprometida con el feminismo callaran y bajaran la cabeza».

Tras darse a conocer la denuncia, el «aliade» PHR borró sus perfiles en redes sociales y no ha querido dar hasta la fecha explicaciones públicas. Probablemente porque sabe muy bien a lo que se enfrenta. Sabe de lo que son capaces y las teme. Una vez se desata la cacería es muy difícil pararla, por muchas explicaciones que intentes dar. De hecho, horas después del comunicado de Sara, la reportera feminista Noemí López Trujillo también se animó a escribir sobre PHR en Instagram. A moro muerto, gran lanzada. Noemí, a diferencia de Sara, no se lió con el jefe, pero sí afirma que sufrió varias situaciones incómodas y vejatorias:

«Hoy una periodista llamada Sara contaba cómo la había acosado su jefe. En seguida supe que hacía referencia a ese hombrecillo del ámbito cultural que escribe sobre la ausencia de las mujeres en los museos y que también me acosó a mí en 2015/2016. No me gusta que nadie hable por mí y no me gusta ser definida por otros. Detesto que lo que me hizo este hombrecillo en nuestra primera reunión de trabajo, cuando yo tenía 25 años, me haya marcado tanto. No, no quería verte la polla, no, no quería follar contigo, no, no era verdad que no fuese a tu casa porque llevaba unas bragas feas, no, no quería saber que ‘una tía con las tetas enormes’ te la había chupado la noche anterior. Sí, sí tenía miedo de perder el único trabajo que tenía en ese momento. Lo que vino después fueron periodos de furia y desprecio hacia mi trabajo hasta que me despidió como colaboradora porque yo había echado el currículum en otro medio. Lo llamó traición. Me dijo que yo sin él no valía nada y que tenía que agradecerle a dónde había llegado. Me consideraba de su propiedad, su proyectito de escultor. Lo que más se ha quedado dentro mí fue la respuesta instintiva que tuve sobre las bragas que llevaba. A lo largo de mi vida han manoseado y utilizado tanto mi feminidad y mi sexualidad que tenía totalmente interiorizada la idea de que no llevar ropa interior de encaje se interpretaría como una negativa a la predisposición (y viceversa). Me sentí patética y ridícula. Casi a veces pensaba: deberías estar agradecida por que alguien te quiera follar. He hecho mucho trabajo estos años para perdonarme y para disfrutar de mi cuerpo. […] Sí, #seacabó. Sobre todo se acabó la culpa». Un par de días más tarde, después de redactar este escrito incendiario, Noemí borró sus redes sociales. No sabemos por qué.

El histerismo punitivo ha llegado a las redacciones. PHR no es santo de mi devoción, de hecho —no nos andemos con remilgos— me parece un listillo al que, inmerecidamente, se le ha hecho demasiado casito. Miguel Falomir, director del Museo del Prado, ya le puso en su sitio. PHR, en vez de ejercer el periodismo se ha comportado como una especie de comisario político woke: moralina, puritanismo, manipulaciones, cacerías, noticias con información falsa (lo he sufrido en mis carnes, no diré en qué) y un largo etcétera. Siempre atento, siempre vigilante, siempre dispuesto a pasar lista de buenos y malos y a emitir juicios morales. Un Savonarola de nuestro tiempo. Con todo, debemos concederle el beneficio de la duda al interfecto. Sara Brito, muy ingenua ella, no buscaba represalias pero su testimonio ha desencadenado que PHR haya sido despedido de ElDiario.es que regenta Ignacio Escolar (aunque en el diario no se hayan pronunciado).

Como buena feminista y, conociendo a los suyos, no ha de extrañarle a Sara que dos testimonios públicos hayan servido para que el decapitador haya sido decapitado. Por otra parte, esta historia nos enseña que quien busca señalar también puede encontrarse en el incómodo papel de ser señalado. La vieja del visillo siempre anda alerta y no va a desaprovechar la oportunidad que un #MeToo patrio le brinda. De los testimonios de Sara y Noemí, no sabemos si ciertos, ya que no aportan pruebas de nada, se desprende que PHR era un mujeriego, un cretino, un déspota, un capullo (también lo era con los hombres según me han soplado, ojo), lo que ustedes quieran… pero no un delincuente. Ni siquiera un «agresor sexual», que es cosa muy seria para andar banalizando. 

PHR afirmó en RTVE que no se puede separar la vida y obra de Picasso por su turbulenta relación con las mujeres. Yo, sin embargo, creo que sí podemos separar la obra de PHR de su vida. La obra de PHR me parece una castaña, pero su vida privada no soy quién para juzgarla. No tengo el placer de conocer al susodicho. Hay una ley que dice que cuanto más moralista eres en público, peor persona eres en el ámbito privado. ¿Se podría aplicar a PHR? Es posible, y hay varios relatos que apuntan en aquella dirección, pero, ojo, dar por válido cualquier chisme sería aventurado.

Dos periodistas que han tratado con PHR no tienen buena opinión de él. Tampoco la tiene el columnista Bob Pop, que se sumó al linchamiento de una manera un tanto cínica y oportunista el miércoles 30; pero no olvidemos que Sara, Noemí o Bob Pop son igual de moralistas y hay que andar con cautela. Lo único cierto es que el moralismo ha aplicado el rodillo y este rodillo feminista identitario ha acabado cobrándose la primera víctima del mundo del periodismo; y curiosamente ha sido uno de sus mejores hijos. No obstante, todo el mundo tiene derecho al honor y a la presunción de inocencia antes de ser decapitado, incluso un periodista cultural tan viscoso como PHR. Como dice mi admirada Guadalupe Sánchez: «Los ajusticiamientos [que nada tienen que ver con la justicia] son barbarie».

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