La caída de Margaret Thatcher
La rebelión que ha defenestrado a Boris Johnson no es nueva. Margaret Thatcher, la política más importante del Partido Conservador de la posguerra, también fue expulsada por los suyos.
El Partido Conservador británico es un Saturno que devora a sus propios hijos como en el espantoso cuadro de Goya. A Boris Johnson lo han echado los suyos con una frase histórica: «¡En el nombre de Dios, váyase!». Hace 82 años, el 7 de mayo de 1940, esas mismas palabras resonaron en la Cámara de los Comunes, se las dijeron al primer ministro Chamberlain, al que lo suyos consideran incapaz de capitanear al país en guerra contra la Alemania nazi.
El caso de Chamberlain fue un auténtico drama. Su pecado fue hacer lo que todo el mundo quería que hiciese, evitar la guerra por todos los medios. La opinión pública inglesa en general, y los partidos políticos británicos, del Conservador al Comunista, eran pacifistas, de modo que en 1938 Chamberlain fue a la conferencia de Munich y se humilló ante Hitler, entregándole Checoslovaquia a cambio de evitar la guerra. Todo el país suspiró de alivio, aunque sintiera cierta vergüenza. «Ha sacrificado el honor para no tener guerra. Ahora tendrá guerra sin honor» le advirtió Churchill, uno de los pocos belicistas que había en Inglaterra antes de la guerra, y que sucedería a Chamberlain en el cargo.
A ojos de la Historia la diferencia entre Chamberlain y Boris Johnson es que al primero lo echaron porque estaba perdiendo la II Guerra Mundial, y al segundo por organizar fiestas «lleva tu botella» –o sea, botellones- en Downing Street (sede del gobierno) durante el confinamiento por la pandemia. Había grandeza histórica en el fracaso de Chamberlain, solamente vulgaridad en el de Johnson.
Torres más altas han caído
Pero de todas las «traiciones» que ha vivido el Partido Conservador británico –de once primeros ministros conservadores del último siglo, solo tres se fueron por perder las elecciones- la más notable fue la que sufrió Margaret Thatcher hace 32 años. En noviembre de 1990 la Dama de Hierro llevaba once años al frente del gobierno y había ganado tres elecciones sucesivas. Ningún político británico del siglo XX podía comparársele en éxito, ni siquiera el mítico Winston Churchill.
En gran parte la popularidad se debía al demonio del nacionalismo, que Thatcher había alimentado astutamente con una guerra lejana, la de las Islas Malvinas o Falkland. Para los nostálgicos del Imperio Británico fue revivir el pasado, cuando Britania regía los mares – Britannia, rule the waves, Britania rige las olas, cantan los hinchas de la selección de fútbol inglesa-. La ocasión se la sirvió en bandeja la Junta Militar argentina, una dictadura odiosa para la opinión democrática mundial, que invadió ese archipiélago del Atlántico Sur, reclamado como territorio propio por Argentina desde siempre.
«Había grandeza histórica en el fracaso de Chamberlain, solamente vulgaridad en el de Johnson»
Thatcher tuvo todos los ases en la mano en el conflicto. Tenía una causa justa, acudir en defensa de un puñado de isleños que realmente preferían ser británicos antes que argentinos. Tenía el enemigo perfecto, una Junta de gorilas latinoamericanos que había sometido al terror a la propia Argentina. Tenía el instrumento adecuado, un ejército absolutamente profesional que se enfrentó a reclutas argentinos abandonados por la Junta. La guerra fue rápida, hubo pocas bajas propias, y terminó en victoria absoluta. Thatcher se ganó el apodo de Dama de Hierro y se aseguró la victoria en las dos elecciones sucesivas.
Pero después de ser elegida por tercera vez en 1987 Thatcher introdujo una reforma de los impuestos comunitarios (algo parecido a nuestro IBI), que obligaba a pagar la misma tarifa a los ricos y a los pobres. El llamado Poll tax fue percibido por la mayoría como una enorme injusticia y provocó no solamente una oleada nacional de protestas y manifestaciones, sino los llamados «Motines del Poll tax«, los más graves disturbios vividos en Londres desde el Siglo XIX. Puede decirse que el mismo país que había vitoreado a «Maggie» tras la victoria sobre Argentina, entró en rebelión contra la Dama de Hierro.
Rebelión conservadora contra Thatcher
Los diputados conservadores, que consideran propios a sus distritos, pues en el sistema electoral inglés no hay listas elaboradas por el partido, comenzaron a ver en peligro sus reelecciones por culpa de la jefa, y empezó a gestarse el motín. Además la Dama de Hierro, anti-europea por principios, también irritó a los pesos pesados del Partido Conservador que eran europeísta, aunque ahora nos extrañe. Los conservadores representaban los intereses de los empresarios, y los empresarios británicos querían un mercado único en Europa y libertad de circulación de mercancías y capitales, sin tonterías nacionalistas.
Así que la gota que colmó el vaso de la «traición» a Thatcher fue su oposición a la moneda europea. El miembro más importante del gobierno era el viceprimer ministro y titular de Exteriores, Geoffrey Howe, que había estado en todos los gabinetes de Thatcher desde el principio. Su deserción en noviembre de 1990, con un discurso de renuncia tremendamente agresivo –la acusaba a ella de ser la traidora al gobierno- la dejó tan tocada como un barco agujereado por un torpedo.
El motín se extendió a otros pesos pesados tories, que presentaron una moción de censura contra su propia líder. Logró salvar por los pelos el primer voto de censura, como ha hecho ahora Johnson, pero el barco hacía agua. Fue el propio Denis Thatcher, su marido, un aparente cero a la izquierda, quien la convenció de que no se sometiera a más votos de censura con la frase «No sigas, amor». Las de ellas fueron menos amables, «¡Vileza y traición!», clamaba el 22 de noviembre de 1990 la Dama de Hierro, al salir llorando de Downing Street para comunicarle la dimisión a su vieja enemiga, la Reina.