Las sentencias cumplen en el ruedo ibérico un doble cometido: tanto enjuician y determinan una causa como, no sé si por acción u omisión, emiten un juicio crítico, o un retrato, sobre la sociedad en la que persisten. Daños, benditos daños, colaterales del Estado de derecho, acaso.
A las niñas chinas les rompían los deditos y les vendaban sus extremidades inferiores en un aullido de dolor. El objetivo era lograr pies diminutos, más atractivos para el futuro esposo, inútiles para echar a correr. Era la versión asiática de «la mujer en casa y con la pata quebrada». La tortura duró mil años, hasta su prohibición por ley en 1949. Mao cambió el refrán: “el hombre es el cielo de la mujer”, por: “la mujer es la mitad del cielo” y se dinamitaron tradiciones.