Entre jóvenes creadores es frecuente el cultivo del arte político. La firma de escritores, poetas, ilustradores, incluso de periodistas culturales, nacidos en los ochenta y principios de los noventa, entrega su genio y su ingenio, su talento y sus dones, a la creación de tono político. Es casi inevitable: son chavales nacidos en un contexto de agitación social, de precariedad y de inestabilidad; de devaluación en las condiciones de vida de quien toma la cultura para ganarse los jornales -¿cuántas veces hemos oído eso de que los años noventa, en la industria del libro, fueron increíbles?-. De esa generación del desencanto proliferan artistas cuyo tema predilecto es la concienciación: la reivindicación y la denuncia social.
En la entrevista que The Paris Review le hizo a William Faulkner en 1956, el escritor dejó un buen puñado de consejos sobre el árido trabajo de sentarse ante la hoja en blanco. La mayoría de ellos son de provecho todavía para cualquiera que se enfrente a la tarea creativa o, mejor dicho, extractiva de sacar algo de donde no hay nada, pero quizás el más práctico se refiere a la supervivencia económica.