Las preciosas vacaciones, para quien las tenga, son el tiempo consagrado a uno mismo. Se trata, en teoría, de relajarse, recuperar el señorío sobre el tiempo que el dinero nos ha usurpado, reconquistar la risa y atiborrar el perfil de nuestras redes sociales de parajes y cielos menos contaminados. En teoría. Porque nada sucede nunca como esperamos.
Hace ya mucho que trabajo muy poco en lo que no me gusta y por eso, cuando la gente me dice “descansa” los días previos a mi salida vacacional, me siento un poco culpable. Trabajar en lo que me gusta no me cansa, y descansar de lo que me gusta, me agobia.
O quizás nuestro ‘locus amoenus’ esté aquí, en las mañanas remolonas del verano, entre las mantas de esta cama, donde besamos la espalda de quien la comparte con nosotros.
Disfruten de sus fiestas, convivan con sus amigos y conocidos para que el mes de hecatombeon (julio/agosto) ayude a cargar las pilas para afrontar un nuevo año laboral y el curso escolar que está a la vuelta de la esquina.