Los jefes de la diplomacia de los países de la UE han respondido al estallido popular en Venezuela jugueteando con el lenguaje. Así, lo que en puridad es una revuelta les ha merecido el melifluo calificativo de “crisis institucional”, según la retórica inane (pleonasmo) con que Europa tiende a sellar su mala conciencia. En un vertiginoso eslalon por el lado soleado de la historia, Borrell ha llamado a un debate rápido (oxímoron), al consenso y a la unidad de acción, todo en aras de una salida pacífica al conflicto.
Es difícil juzgar la diplomacia. Se repara en sus errores históricos, que adquieren en el debate público una relevancia que nunca tienen sus numerosos aciertos. Por definición, son casi invisibles. Es ya un lugar común acudir al primer ministro británico Neville Chamberlain cuando se busca defender una posición más combativa.
Cataluña arde. Y Rajoy busca bomberos. Los ha encontrado en Bruselas y en otras capitales, y ahora cruza el Atlántico a traerse bajo el brazo un titular, una palmadita en la espalda, un “Mariano, Make Spain great again”. La reunión con el presidente estadounidense –lo saben los adláteres de Dastis y las gentes de Moncloa–, sin embargo, es de alto riesgo. Las cosas en esta Casa Blanca no funcionan de manera tan linear como antaño.