Victoria completa
Todos queremos ganar. Nadie empieza una partida, un juego, una relación o un trabajo deseando lo contrario. Queremos sentirnos a gusto, felices, sentirnos aceptados, querer y ser queridos.
Todos queremos ganar. Nadie empieza una partida, un juego, una relación o un trabajo deseando lo contrario. Queremos sentirnos a gusto, felices, sentirnos aceptados, querer y ser queridos.
Tantas cosas se han dicho y se dirán acerca de si es posible llegar a ella, de que no, de que es imposible, de que si en soledad, que si mejor en sociedad, de que no existe, de que el camino es un poco éste y un poco aquel otro, que casi no nos sirve de nada todo esto.
Pero no me hagan caso. Quizá dentro de un par de años relea esta columna y me dé de ostias a mí misma. Quizá dentro de un par de años no sea tan feliz como ahora y vea con claridad ese agujero negro que me esperará al cumplir 45. Suerte que, a partir de ahí, llega la remontada. Lástima que el cuerpo no acompañe para entonces.
Quizá algún día en algún lugar del mundo alguien desarrolle una app que sirva para llenar estómagos, desbancar dictadores, desmantelar paraísos fiscales, encontrar curro, pagar hipotecas…
Es una prueba más de que un matemático, un médico, un ingeniero, un abogado, un analista de mercados o un administrador de fincas pueden ser las personas más brillantes en su campo, y al mismo tiempo, ser unos auténticos imbéciles.
Más que de asépticos números, la felicidad depende de emociones a las cuales empleamos una vida en domar. Ahora, quienes han rebasado en esto sus expectativas son las empresas de telefonía móvil. Otro cero más a su cuenta de beneficios.
¿Qué sería de la radio si no pudiese emitir música? La publicidad, un chiringuito, nuestro propio hogar con los discos de nuestra vida. Si no, díganme por que los monstruitos pequeños se duermen con una nana.
Los estudios son como los tertulianos, nada hay de lo que no vendan certeza y se deben a quien pagan. Menos mal que aún hay cosas que no están científicamente comprobadas. Que se lo digan a Mariló.
Pues yo no lo sabía. Ahora resulta que los elefantes asiáticos se cuidan casi más entre ellos que los propios humanos. Cuando uno de ellos se estresa, el otro lo consuela como harían grandes amigos.
Para los amantes el simple ´click´ del candado acelera el corazón y a partir de ese momento se supone que serán el uno para el otro por siempre.
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