Hablando como adultos
«No necesitamos que haya nuevas elecciones para que tengamos la oportunidad de castigar a los políticos irresponsables y a los técnicos disfrazados de enfáticos emisarios del gobierno»
«No necesitamos que haya nuevas elecciones para que tengamos la oportunidad de castigar a los políticos irresponsables y a los técnicos disfrazados de enfáticos emisarios del gobierno»
«La crispación termina por estar más en los ojos del que mira que en otro lado»»»
«Las promesas de la política suelen valer poco, pero en este contexto adquieren una dramática banalidad»
«Los sanitarios se han convertido en el testimonio (no el único de estos días, por supuesto) de la ética del cuidado»
«Pese al empeño de tantos, estas mentiras no desaparecen ni parecen remitir. No lo harán porque el arte de la mentira es tan antiguo como el de la política. Y siempre han ido de la mano»
«Veremos si los jóvenes que lograron extender la sombra de la sospecha sobre toda la clase política, no terminan siendo víctimas de la medicina que ellos mismos prescribieron»
«Aunque nos empeñemos en dibujarlos con tonos grises, los días de en medio son todos aquellos días descoloridos que no tienen ni tiempo ni olvido»
«Los españoles no votamos mal. Los intereses e incentivos son tan variados que el arco parlamentario se diversifica»
El perdón es el gran tema de nuestro tiempo, aunque en la mayoría de los casos aparezca como una sutil sombra de las grandes polémicas que nos enfrentan. Y es que hablar de perdón es hacerlo también de identidad, de memoria o de justicia. Por su esencia y por sus múltiples aristas, nunca podemos referirnos en abstracto al acto del perdón.
En las próximas elecciones municipales habrá localidades en las que algunas propuestas políticas, aún teniendo potenciales electores, no podrán ser votadas
«En la era de las redes y la globalización acelerada hemos reinventado la ordalía, ese mecanismo ritualizado medieval en el que se buscaba el respaldo divino a la hora de ser juzgado»
No se puede luchar contra las injusticias sin antes compadecerse de quienes las sufren
El creciente multipartidismo ha inaugurado en la política española una nueva etapa de futuro incierto.
Provinciano: dícese de aquella mente que solamente puede leer la realidad desde su particular estrechez de miras. Se trata de una mentalidad típica de estos tiempos paradójicos. Puedes, por ejemplo, pertenecer a esa élite político-cultural que conforman los newyorkers y comportarte como un provinciano de libro. Quizá esa sea la auténtica marca de identidad de este tipo de intelectualidad global. Pero el provincianismo, aunque se vista de universalidad, sigue siendo un planteamiento tosco e insulso.
Cuando se acerquen a este Subjetivo probablemente ya hayan leído bastante sobre los límites del humor y la libertad de expresión. Y es que, de nuevo, un humorista se ha encontrado en el centro de la tormenta mediática por sonarse los mocos con una bandera española. La acción despertó una respuesta de manual. Los ofendidos incendiaron las redes y la operación terminó, incluso, teniendo consecuencias publicitarias para el programa. Hemos perdido la cuenta de este tipo de escándalos, cada vez más frecuentes y polarizados. Solamente tenemos que saber sobre qué se discute para identificar quiénes son los ofendidos y quiénes los abanderados de la libertad porque, en el fondo, no se debate sobre estos temas en concreto. Más bien estamos asistiendo a pequeñas batallas de una guerra cultural permanente cuyos actores prefieren resguardarse en la estrategia guerrillera de las redes sociales.
Dani Mateo perpetuaba la estela de su jefe, El Gran Wyoming, con un humor de trinchera, zafio y tonto, que solo hace gracia a los ya convencidos. Se justifique como se justifique, Mateo quería provocar y los ofendidos de turno esperaban su momento para ofenderse. Ambos salen ganando con la polémica y la esfera pública se empobrece un poco más. Así están las cosas. Pero este episodio nos puede hacer reflexionar sobre la importancia de los símbolos en la vida de las personas. Somos, como señalaba Ernest Cassirer, seres eminentemente simbólicos. Muchas de las realidades humanas no pueden ser expresadas de otra forma. Lo simbólico, entonces, juega un papel esencial como lenguaje abierto que remite a aspectos muy profundos de nuestra existencia. Los símbolos evocan y se encuentran enraizados en nuestro interior para lo bueno y para lo malo. Por ello, no tiene mucho sentido escudarse en que una bandera es un simple trapo.
Aquí radica el problema en esta ocasión: tanto los símbolos como sus derivaciones en forma de mito o ritual son importantes. Y deben ser significativos, porque si miramos ahí fuera veremos a demasiada gente envuelta en ellos. Lo que sucede es que estos nos preocupan menos cuando son los de los demás. Aunque en este tipo de debates solemos comenzar la casa por el tejado, quizá deberíamos gastar más tiempo en pensar en el respeto debido. Ante todo, tenemos la obligación de salvaguardar la conversación pública. Y eso no se hace ni enardeciendo a quien no piensa igual, ni escandalizándose por cualquier minucia. La buena salud del pluralismo político también se juega en el campo simbólico.
En muchas ocasiones son los personajes de perfil torcido los que más iluminan la verdadera naturaleza de la política. Enoch Powell fue una de estas figuras a las que habría que atender aún sabiendo que algunas de sus opiniones son indecentes. El hito de su carrera dentro del conservadurismo británico, por ejemplo, fue un discurso xenófobo contra la inmigración no blanca en abril de 1968, conocido como el “de los ríos de sangre”.
Hubo un tiempo en el que el foco del interés público se puso en las opiniones de los economistas. Y éstos, a su vez, fueron sustituidos por los politólogos unos años después. Ahora parece que ha llegado el momento de los historiadores.
La tradicional gestión de los casos de pederastia dentro de la Iglesia católica ha ocasionado los graves problemas de credibilidad a los que se enfrenta a cada paso la institución.
Hace unos días leía en el periódico un ataque, como de pasada, a las notas a pie de página con el ostentoso título de “La novela acude al rescate de la Historia de España”. El artículo recogía la opinión de un novelista que consideraba que los trabajos de los académicos tienen “más pies de página que texto”. Lo destacaba como si las notas fueran algo de origen diabólico. No es una opinión minoritaria. Ni mucho menos. Las embestidas contra los pies de páginas son constantes, aunque estos hayan salvado la civilización en unas cuantas ocasiones. Anthony Grafton en su ensayo Los orígenes trágicos de la erudición. Breve tratado sobre la nota al pie de página (Fondo de Cultura Económica) lo explica de una manera sencilla. Las notas son, como los retretes, guardianas de la discreción. Él no lo escribió así, pero nunca mostrarás el retrete a tus invitados en un recorrido por tu casa. Sin embargo, al final, todos tendemos a visitarlo.
Hace unos días desayunábamos con la noticia de que Felipe González, a través de su Fundación, ponía a disposición pública más de 3.0oo documentos personales. Por inusual, esta apertura es una magnífica noticia para los investigadores de aquel período esencial para comprender la historia reciente española. A partir de ahora, podremos acceder a esta interesante fuente desde cualquier dispositivo digital con una simple conexión a internet. Sin embargo, también se han escuchado críticas fundadas que no pueden pasar desapercibidas. Por ejemplo, la asociación de Archiveros Españoles en la Función Pública (AEFP) calificó de irregularidad legal la custodia privada de documentos que se generaron en el ejercicio de su actividad como presidente del Gobierno. Con razón, la AEFP señalaba que se estaba incumpliendo la Ley del Patrimonio Histórico Español que, paradójicamente, fue aprobada por el propio González.
Nos desespera perder el tiempo. Y es que nos repiten machaconamente que este siempre es oro. Ni sabemos esperar, ni sabemos qué esperar. No hemos sido educados en la espera. Deseamos vivir la inmediatez. Todo lo queremos aquí y ahora, instantáneamente. Nos repetimos: siempre, todo, en cualquier momento y en cualquier lugar. Los retrasos nos angustian e incomodan. El ejercicio es sencillo. ¿Qué nos sucede cuando nos enfrentamos a una conexión de internet más lenta de la que usamos habitualmente? Para la mayoría, por muy banal que sea la búsqueda, se trata de una experiencia desquiciante e inquietante. Lo mismo sucede con nuestra participación en el debate público en las redes. Fallamos demasiadas veces, pero no aprendemos del error.
En esta disolución por fascículos, ETA acaba de publicar su “declaración final al Pueblo Vasco”. La gramática del documento es más infame que la moral de la banda terrorista. Y hasta hacen gala de alguna que otra falta ortográfica. ETA da por concluida su “actividad política”. El eufemismo está logrado y se cuenta solo. Pero ETA dice adiós para quedarse. Los etarras consideran que, si bien ha concluido un ciclo y su función “liberadora”, seguirán con su lucha “responsable y honesta”. Cada uno, eso sí, en el lugar que decida. Y es que el “conflicto” continúa hasta que consigan sus objetivos. Por cierto, un “conflicto” que enfrenta a Euskal Herria “contra los estados”. Parece que todos: los habidos y por haber. Lo que se contradice con su esperanza de construir un “Estado Vasco”. ETA dice adiós porque los “estados”, léase España, están débiles y temerosos. Y aún querrán que los felicitemos.
Nací en Bilbao y pasé toda mi infancia consciente y los inicios de la adolescencia en Orense. Cuando a los 14 años volví al País Vasco, mi sueño de futuro era terminar siendo un periodista. Sin embargo, el regreso hizo que me decidiera por la historia.
En sus buenos tiempos, Flint fue reconocida internacionalmente como la Vehicle City en el Rust Belt, el pujante “cinturón del óxido” estadounidense. Allí, a principios del siglo XX, se había fundado la General Motors y, a lo largo de las décadas posteriores, en sus factorías se fabricaron millares de coches, especialmente modelos de Buick y Chevrolet, para reafirmación del orgullo local. En la década de los sesenta, la población llegó a alcanzar su máximo histórico con casi 200.000 habitantes. Su renta per cápita era entonces una de las mayores de los Estados Unidos. Sin embargo, pocos años después, su población sufrió con dureza los efectos de la reconversión con el avance de la automatización, la subcontratación y la deslocalización industrial. El desmantelamiento de las fábricas sumió en una profunda crisis a esta localidad del estado de Michigan de la que aún no ha logrado salir. Como cantaban los Old 97’s, “están derribando el complejo Buick City y creo que somos las únicas personas que quedan en toda la ciudad”.
Hace un año comenzaba a colaborar en el Subjetivo con una columna sobre Steve Bannon, el por aquel entonces consejero áulico de Donald Trump, y el poderoso encanto de las mentiras que se esconden tras las teorías de la conspiración.
Érase una vez, en un tiempo ya lejano para todos nosotros, una princesa que vagaba por las vacías calles de una pequeña población del condado de Gloucestershire. Nadie fue capaz de reconocer a aquella desconocida muchacha en una tarde cualquiera del mes de abril de 1817. La mujer de un zapatero local la encontró desorientada, pero no podía comprender lo que le tenía que decir. La joven hablaba solamente un idioma exótico e irreconocible. Aunque su aspecto exterior era el de una vagabunda, no lo parecía. Las autoridades locales no sabían qué hacer y, sobre todo, no tenían ni idea de dónde podría proceder. Con mucho esfuerzo, todos creyeron entender que la joven respondía al nombre de Caraboo.
Los símbolos son como los adjetivos. La apreciación que podamos llegar a sostener sobre ellos depende más de su uso que de cualquier otra controversia valorativa. En una España marcada por una creciente guerra cultural, lo sabemos bien. Aunque, de tanto mirarnos al ombligo, muchos consideren que estas tensiones son el hecho diferencial de la política patria, los conflictos simbólicos forman parte del debate público en las sociedades modernas.
La pluralidad es un hecho indiscutible en las sociedades contemporáneas, pero el pluralismo no. Puede, de hecho, darse el caso de que una sociedad sea plural sin ser pluralista.
Volver a la realidad es duro, lo sabemos, es por eso que la rentrée es la época ideal para refugiarse en la lectura y permanecer -aunque sea por instantes- en mundos, tiempos e historias que no son los nuestros. Aquí las recomendaciones de cuatro de nuestros Subjetivos para dejar que el cuerpo regrese a los hábitos y los zapatos con calcetines, mientras el alma divaga un poco más.
Amok es un concepto malayo que popularizó Rudyard Kipling en algunos de sus relatos coloniales. La traducción más exacta sería “entregar hasta el último aliento en la batalla”. Para el guerrero malayo tenía que ver con su fe y honor. El concepto formaba parte de la vida ritual de Malasia y del sur de la India y se ligaba al mundo de la guerra. De hecho, los sorprendidos viajeros holandeses descubrieron que muchos de ellos pedían la sanación de la enfermedad para poder morir con una dignidad mayor en el campo de batalla. Porque el amok era esencial en una élite bélica que nunca tuvo un ápice de duda para lanzarse contra el enemigo, aún sabiendo que la muerte era el final más probable. Desde esta cosmovisión, no es difícil entender que esa actitud catártica les transformaba en los predilectos de la divinidad. Por esta razón, se convirtió en una táctica más: salir a la calle a asesinar a quien se interpusiera en el camino.
Decía un personaje novelesco de Claudio Magris que, en el fondo, él era muy optimista porque las cosas siempre salían mucho peor de lo que había pensado. Me he repetido la frase en numerosas ocasiones. Y no he podido evitar pensar en ella cuando se me propuso responder a la pregunta que encabeza esta sección. No sé si hemos aprendido demasiado con la crisis. Es más, algunos indicadores recientes nos demuestran lo empecinados que somos en nuestros propios errores. Como sostenía el psicólogo conductual Dan Ariely, éstos aparecen de forma sistemática e, incluso, terminan por ser previsibles. Sin embargo, los seguimos cometiendo con acostumbrada tozudez. ¿Hemos aprendido algo de la crisis? No lo sé. Pero tengo claro que estas son las cinco lecciones que deberíamos haber asimilado. Otra cuestión es que consigamos en alguna ocasión.
Puede mirar a su alrededor y aguzar el oído. Probablemente haya alguien escuchando música cerca o, quizá, sea usted mismo quien lo esté haciendo delante de la pantalla del ordenador.
El intelectual Michel Ignatieff soñó con llegar a convertirse en el primer ministro canadiense. Su particular aventura como cabeza del Partido Liberal acabó siendo un fracaso estrepitoso, pero la vivencia le permitió comprender mejor el universo de lo político. Ignatieff intentó recoger estas enseñanzas en Fuego y cenizas. Éxito y fracaso en política, un texto sincero a medio camino entre unas memorias políticas y una reflexión teórica sobre las dinámicas electorales más cotidianas. En un momento de la narración Ignatieff describe cómo un gobernante regional le señaló en un encuentro que, para un político, sólo existen dos cuestiones que merece la pena responder: “¿Estás listo para ganar? ¿Estás preparado para perder?”. En el realismo crudo de ambas preguntas encontramos, quizá, más sabiduría que en las páginas de cualquier manual de ciencia política. El mismo Ignatieff aprendió la lección: “a la política no se viene a vivir experiencias enriquecedoras. Se viene a conseguir el poder”.
La medicina moderna es una de las seis killer-apps civilizatorias – lo que podríamos traducir por “seis aplicaciones demoledoras”- identificadas por el polémico Niall Ferguson en su obra Civilización. Occidente y el resto (Debate). Los desarrollos médicos y las mejoras sanitarias son una ardua conquista de siglos que jamás deberíamos tirar por la borda. No podemos entender quiénes somos ahora sin estos avances. Y es que los múltiples cambios vividos en el ámbito de la salud pública desde finales del siglo XIX han permitido que se duplicara la esperanza de vida humana y se transformara nuestra forma de mirar la realidad.
No hubo una guerra, ni siquiera vivimos un conflicto secular cuyas raíces milenarias se pierden en la nebulosa de los orígenes. Pero sí estamos sufriendo una persistente batalla por el pasado en el País Vasco con calculados embates desde una apologética abertzale que tiene multitud de altavoces mediáticos. El peso de esta labor lo lleva la Euskal Memoria Fundazioa, una organización que busca “reconstruir” la historia de “Euskal Herria, en la medida en que padece la opresión y la negación como pueblo, ha sufrido a lo largo de los siglos la falsificación constante de su historia”. No me negarán que es toda una sincera declaración de intenciones. Quizá sus propuestas no sean tan delirantes como las del Institut Nova Història, sin embargo, resultan mucho más nocivas.
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