Michael Ignatieff es un intelectual atípico, con costumbres nada propias de su gremio: está dispuesto a remover las bases de su pensamiento si la realidad lo requiere y a escuchar a quien le habla. Su último libro, Las virtudes cotidianas: orden moral en un mundo dividido, acaba de ser publicado en español por la Editorial Taurus y presentado por Aspen Institute España.
El filósofo Michael Oakeshott solía decir a sus discípulos que durante su larga vida había logrado mantener a raya el principal vicio de los seres humanos, en especial de los intelectuales: la propensión a tomarse demasiado en serio.
Este ensayo es un análisis político de la realidad que funciona también como advertencia y llamada a la acción, en este caso desde una indisimulada posición socialdemócrata alejada de una Tercera Vía que define como «una nostalgia que la socialdemocracia no se puede permitir».
Hace años que oímos hablar de la muerte del eje izquierda-derecha como marco interpretativo de las posiciones ideológicas y políticas. Si no de su muerte, al menos sí de su pérdida de peso relativo frente a nuevos clivajes, especialmente el que enfrenta a los supuestos partidarios de un mundo abierto y cosmopolita frente a los también supuestos nostálgicos de un mundo cerrado y proteccionista.
Un día nos desayunamos descubriendo que Ciudadanos tiene ideología, y que esta es liberal, pero doceañista. Todo un hallazgo de la nueva política, anclarse en un movimiento político de hace dos siglos. Les llevan un siglo de ventaja a Podemos. Ciudadanos tiene la ventaja de que en la fina capa de memoria común sobre aquéllos liberales apenas hay algún recuerdo de que estaban contra el invasor francés, o que constituyeron unas Cortes. Acaso que reconocieron la soberanía nacional o la libertad de prensa, pero eso es ya para los muy avezados. De modo que Ciudadanos puede envolver con ese celofán casi cualquier proyecto político. Por qué no el suyo.
En “Ámame, soy liberal”, una versión españolizada de “Love me, I’m a liberal”, de Phil Ochs, Nacho Vegas canta “y yo que votaba a Felipe/creí en el milagro de Aznar […] yo adoro a rumanos y a negros/si están lejos de mi portal […] yo siempre me siento español/soy fan de Jiménez Losantos”
«Como en otras partes de Europa, en un contexto general de crisis del liberalismo, el concepto de pueblo se iba convirtiendo en coartada de un nuevo autoritarismo que gobernaba en su nombre». Resulta difícil no advertir en esta apreciación de Juan Francisco Fuentes (Diccionario político y social del siglo XX español) una alta dosis de actualidad, bien que el autor habla de los años 20.
Un rasgo del rebrote populista, bien conocido pero no suficientemente señalado, es la repersonalización de la política, que se cifra en nuestro renovado interés por saberlo todo de la personalidad de nuestros gobernantes. Nos interesamos así por las prendas morales que los adornan o las máculas en su carácter, por su visión del mundo y por cómo la adquirieron, por su disposición a la templanza o su temperamento impulsivo, por saber, en suma, si impera en su vida el método o el desorden, la razón o el deseo, el vicio o la virtud. El caso más espectacular de líder sometido a retrato psicológico constante es Donald Trump y, por extensión, todo su gabinete. Últimamente, al lector de periódicos le asalta un nombre tras otro, seguido siempre de su prolijo perfil personal: Bannon, Sessions, Mattis, De Vos, Kushner. Nombres de personas cuyas motivaciones y convicciones íntimas nos es de pronto muy importante conocer y evaluar.
«El Papa y Obama se reúnen bajo un impresionante despliegue de seguridad». Me hace ilusión ver cómo, poco a poco, el mundo va ampliando fronteras. Dos de los hombres más poderosos del mundo son un negro y un sudamericano.
Partir de lo que nos une, no de lo que nos divide. Es la estrategia que sigue el papa Francisco. Y con el presidente Obama no iba a ser distinto. Han reído, han bromeado, pero sobre todo han hablado de inmigración y de lucha contra la desigualdad.
Es inquietante este momento de la historia, en el que el Papa Francisco es el payo más popular e influyente de la actualidad, portada de la revista Time y la revista Rolling Stone, que lo declara personaje del año.
El Papa Francisco se ha pronunciado sobre el capitalismo y la globalización, y algunos cristianos que ya suponíamos lo que se avecinaba no podemos estar de acuerdo con la simplificación inherente en esas palabras que, como hacía aquella teología de la liberación, tan americana como el Pontífice, buscan en la libertad económica la explicación de las desigualdades que reinan por doquier.