Manuel Arias Maldonado

Londres

Londres

Samuel Johnson dejó sentada la jurisprudencia: «Quien está cansado de Londres, está cansado de la vida». Y es la vida, esa vida desbordante en el verano de los pubs y los puentes y los parques, lo que no soporta el nihilismo de todas las confesiones. Tampoco el ejercido con grotesca eficacia por el yihadismo global, capaz de poner medios industriales (automóvil) y atávicos (cuchillo) al servicio de una misma voluntad homicida. Así este sábado en Londres, capital de la vida convertida en capital de la muerte por obra de un puñado de fanáticos que parecen salidos de otro siglo. Pero son habitantes del nuestro, porque es en el nuestro donde cristaliza el encontronazo violento entre la modernidad y sus enemigos: una desigual gigantomaquia de la que somos víctimas y testigos.

Tótem y tabú

Acaso la clara victoria del sanchismo pueda explicarse recurriendo a los términos antropológicos utilizados por Freud: el tótem y el tabú. Lo que ha hecho Sánchez es invocar un tótem capaz de unificar a la tribu y denunciar la violación del tabú por parte de sus rivales internos. El tótem es la integridad ideológica del partido, definido por su oposición a la derecha; el tabú, el entendimiento con esa misma derecha.

La posibilidad de una isla

Esta vez, los resultados se han parecido a los pronósticos. Y si lo mismo vuelve a suceder dentro de dos semanas, Emmanuel Macron se convertirá en el nuevo monarca republicano: un liberal progresista que ahuyentará el fantasma del populismo, confirmando tras lo sucedido en Holanda que la historia de su imparable ascenso no es la única que los medios de comunicación tienen a mano. De momento, el populismo parece situar su techo en torno al 20% de los votos, salvo allí donde las elecciones son presidenciales (USA, la venidera segunda ronda francesa) o se vota en referéndum (Brexit). No hay mejor prueba de las ventajas que presentan los sistemas parlamentarios, ni de la importancia decisiva de los diseños institucionales: la voluntad popular, mejor cuanto más mediada.

¡Oh, mujeres, no hay mujer!

¡Oh, mujeres, no hay mujer!

«¿A quién, pobre de mí, he sido adjudicada como esclava?», se pregunta el corifeo en Las troyanas de Eurípides, cuando las mujeres del bando derrotado esperan el resultado del sorteo -institución democrática multiusos- que les asignará destino entre los griegos tras la caída de Troya. Han pasado 25 siglos desde entonces y aquel lamento resignado se ha convertido en un movimiento social y político de gran sofisticación teórica.

Placeres mundanos

Placeres mundanos

Me contaba un amigo que estas Navidades le han regalado un set profesional para afeitarse en casa a la antigua usanza: con navaja y emulsiones. Según parece, alrededor de este noble hábito ha emergido una formidable subcultura que incluye tutoriales en Youtube, trueque de lociones entre particulares y apasionados debates sobre el afilado de las cuchillas. Es sabido que Internet ha facilitado la creación de comunidades virtuales allí donde antes era necesaria la vecindad física o la venta por correspondencia. Ya que quien dice afeitado tradicional, dice muchas otras pasiones inútiles: desde el coleccionismo de monedas a la ingesta de cervezas artesanas, pasando por los vinilos de música garaje y los soldaditos de plomo de las guerras napoleónicas. Sus practicantes no son tanto los justos que están salvando el mundo, según decía Borges, como los individuos obsesivos que hacen difícil hablar de un capitalismo homogeneizador y monolítico. Hace mucho que no estamos en el fordismo, sino en una economía de consumo hiperdiversificada donde se crean necesidades a la misma velocidad que se amplía la oferta que satisface las preexistentes. Otra cosa es que las multitudes que se agolpan en los grandes almacenes el primer día de las rebajas nos impidan apreciar esa delirante diversidad. O que pensemos sinceramente que seríamos más felices, como decía Ferlosio contra Hegel, a la sombra del cocotero. No podemos descartarlo.

Fakt you!

Fakt you!

Tal es el grito de guerra propuesto por Stefan Schmitt en Die Zeit contra el auge contemporáneo del posfactualismo: un contraataque basado en el señalamiento obstinado de los hechos ante quienes se empeñan en devaluarlos. Se trata de una propuesta voluntariosa y quizá no haya muchas más en la despensa. No obstante, otra posibilidad parece abrirse en la política española: la realización práctica de aquello que se niega en el discurso. Es como si la facticidad entrase por la puerta de atrás, por ser la única que se le ha dejado abierta. Así sucede con el despliegue de una Gran Coalición de facto y no de iure, parlamentaria antes que ejecutiva, que hoy como ayer constituye la única posibilidad de gobierno en nuestro país a la vista de los resultados arrojados por dos elecciones generales consecutivas. Habríamos podido llegar antes hasta aquí, pero no podemos decir que nos hayamos aburrido por el camino.

El momento realista

El momento realista

Henri Cartier-Bresson habló del «instante decisivo» como elemento fundamental del arte fotográfico: una combinación de oportunidad temporal y composición espacial capaz de revelar las esencias vitales de un solo golpe. Pero si adoptamos un punto de vista narrativo, el instante decisivo designa más bien un giro dramático, un cambio de fortuna tras el que nada vuelve a ser lo mismo: un asesinato, un enamoramiento, una bancarrota. ¡O un referéndum! Especialmente, un referéndum como los que han sacudido las sociedades democráticas en los últimos años: inesperadas decisiones populares que rompen acuerdos de integración de largo recorrido. Desde el Brexit al rechazo suizo a la libre circulación de los trabajadores comunitarios, sin olvidar la negativa danesa -por vía parlamentaria- a cooperar más intensamente con la UE en asuntos de justicia e interior. Sonoros golpes sobre la mesa del pacto liberal de posguerra.

Políticas de la atención

Políticas de la atención

Decía nuestro Ortega que el enamoramiento es un fenómeno de la atención. Quiere decirse: de la atención del enamorado, centrada de manera irresistible en el objeto de su amor. Pues bien, lo mismo puede decirse de la política contemporánea, o al menos de uno de sus aspectos decisivos. A saber: aquel que consiste en ganarse la atención de los ciudadanos. A fin, se entiende, de persuadirlos de la bondad de un argumento; argumento que opera políticamente en la esfera de la cultura antes de convertirse -si tiene éxito- en norma estatalmente sancionada. Aunque también puede ocurrir que la norma ya exista y no sea lo bastante respetada, en cuyo caso la tarea persuasiva tiene por objeto su asimilación individual y social. Es el caso de la peculiar protesta que ha llenado de ropa interior usada las calles de Johannesburgo. Su propósito, además de reclamar de las autoridades una mayor eficacia policial en la lucha contra los delitos sexuales, es introducirse en el software del delincuente potencial e inhibirlo así de su acción, por la vía de incrementar la reprobación social del violador.

Normalidades democráticas

Normalidades democráticas

Es sabido que los antiguos griegos concebían los regímenes políticos como formas degenerativas: la aristocracia mutaba en oligarquía, la democracia en tiranía. Más de dos milenios después, podemos incorporar otra degradación, no estrictamente política pero con consecuencias políticas: la tertulia convertida en tertulianismo. Porque la tertulia es una conversación amigable sin una finalidad determinada y el tertulianismo un ejercicio organizado de tribalismo moral. Seguramente aún quedan almas cándidas que creen, como hacían durante el auge de los periódicos gratuitos, que el consumidor de tertulias es un futuro lector de semanarios anglosajones. En realidad, ha sucedido lo contrario: las costumbres políticas más visibles -incluidas las formas parlamentarias- se han hecho más plebeyas. Y las tertulias, en alianza parasitaria con las redes sociales, algo tienen que ver.

Circunstancia sin pompa

Circunstancia sin pompa

Hay asuntos que parecen hechos por encargo. Si el caso Espinar ha mostrado de un plumazo la hipocresía privada que suele esconderse detrás del inquisidor público, el Brexit cada vez se parece más a un drama por entregas sobre los dilemas de la democracia contemporánea. ¡Pasen y vean! Hasta el momento, su dramatis personae comprendía al gobierno británico, el pueblo homónimo y las instituciones europeas, acompañados en todo momento -a la manera de un coro- por los mercados. Ahora, hacen su aparición la sociedad civil (o la abogada que interpuso el recurso reclamando la intervención de la Cámara de los Comunes en la decisión sobre el Brexit), los tribunales (que en primera instancia han dado la razón a la demandante) y el propio parlamento, repentinamente dotado de un poder acaso decisivo para dar forma a este endiablada decisión popular. Añadamos un espectro tan británico como el padre de Hamlet: una constitución no escrita.

Inglaterra para los ingleses

Inglaterra para los ingleses

«América para los americanos» es la divisa decimonónica que resumió la célebre doctrina Monroe, conforme a la cual Estados Unidos debía proteger con celo cualquier intervención europea en su patio trasero continental. Ahora, tras el voto favorable al Brexit, Theresa May parece empeñada en darle nueva vida. Al menos, en lo que al mercado laboral se refiere, donde habrá de aplicarse una discriminación positiva en favor de los favorecidos. O sea, de quienes disfrutan eso que el economista Branko Milanovic ha llamado «renta de ciudadanía»: los beneficios automáticos disfrutados por quienes nacen en un país rico. Una cuestión de suerte que convertimos -porque de alguna forma habremos de organizarnos- en un derecho.

Antropoceno eres tú

Antropoceno eres tú

Todavía no tenemos gobierno en España y ha llegado el Antropoceno, la nueva era geológica. ¡La actualidad no espera a nadie! Aunque en este caso la actualidad remita a un proceso de hibridación socionatural que lleva en marcha miles de años y se acelera en los últimos siglos, con especial mención a la segunda posguerra mundial. Nada que deba sorprendernos: como apunta Frank Trentman en Empire of Things, una fascinante historia del consumo, 772 millones de televisores fueron vendidos en Estados Unidos entre 1980 y 2009. Entre los primeros asentamientos agrícolas y la cultura material contemporánea hay así un nexo común: el ser humano. De ahí el antropocentrismo de que hace gala el nuevo término, que algunos consideran -en un ejercicio de paradójica modestia- pura megalomanía. Pero los hechos son tozudos y nos señalan como protagonistas indiscutibles de la alteración a gran escala del sistema terrestre. Por más que algunos sean más responsables que otros.

La paradoja digital

La paradoja digital

No debería sorprendernos saber que la primera transacción comercial completada en Internet tuvo la marihuana por objeto: la red combina singularmente en sus orígenes la razón estatal y el impulso libertario de la contracultura. ¡Del Pentágono a Anonymous! Sin olvidarnos del liberalismo neoclásico: los creadores de Wikipedia suelen citar entre sus principales inspiraciones un temprano artículo de Hayek sobre la ineficacia de la planificación centralizada. Y no faltan libertarios de derecha que emplean Internet para desentenderse de la tutela gubernamental.

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