Manuel Arias Maldonado

Fakt you!

Fakt you!

Tal es el grito de guerra propuesto por Stefan Schmitt en Die Zeit contra el auge contemporáneo del posfactualismo: un contraataque basado en el señalamiento obstinado de los hechos ante quienes se empeñan en devaluarlos. Se trata de una propuesta voluntariosa y quizá no haya muchas más en la despensa. No obstante, otra posibilidad parece abrirse en la política española: la realización práctica de aquello que se niega en el discurso. Es como si la facticidad entrase por la puerta de atrás, por ser la única que se le ha dejado abierta. Así sucede con el despliegue de una Gran Coalición de facto y no de iure, parlamentaria antes que ejecutiva, que hoy como ayer constituye la única posibilidad de gobierno en nuestro país a la vista de los resultados arrojados por dos elecciones generales consecutivas. Habríamos podido llegar antes hasta aquí, pero no podemos decir que nos hayamos aburrido por el camino.

El momento realista

El momento realista

Henri Cartier-Bresson habló del «instante decisivo» como elemento fundamental del arte fotográfico: una combinación de oportunidad temporal y composición espacial capaz de revelar las esencias vitales de un solo golpe. Pero si adoptamos un punto de vista narrativo, el instante decisivo designa más bien un giro dramático, un cambio de fortuna tras el que nada vuelve a ser lo mismo: un asesinato, un enamoramiento, una bancarrota. ¡O un referéndum! Especialmente, un referéndum como los que han sacudido las sociedades democráticas en los últimos años: inesperadas decisiones populares que rompen acuerdos de integración de largo recorrido. Desde el Brexit al rechazo suizo a la libre circulación de los trabajadores comunitarios, sin olvidar la negativa danesa -por vía parlamentaria- a cooperar más intensamente con la UE en asuntos de justicia e interior. Sonoros golpes sobre la mesa del pacto liberal de posguerra.

Políticas de la atención

Políticas de la atención

Decía nuestro Ortega que el enamoramiento es un fenómeno de la atención. Quiere decirse: de la atención del enamorado, centrada de manera irresistible en el objeto de su amor. Pues bien, lo mismo puede decirse de la política contemporánea, o al menos de uno de sus aspectos decisivos. A saber: aquel que consiste en ganarse la atención de los ciudadanos. A fin, se entiende, de persuadirlos de la bondad de un argumento; argumento que opera políticamente en la esfera de la cultura antes de convertirse -si tiene éxito- en norma estatalmente sancionada. Aunque también puede ocurrir que la norma ya exista y no sea lo bastante respetada, en cuyo caso la tarea persuasiva tiene por objeto su asimilación individual y social. Es el caso de la peculiar protesta que ha llenado de ropa interior usada las calles de Johannesburgo. Su propósito, además de reclamar de las autoridades una mayor eficacia policial en la lucha contra los delitos sexuales, es introducirse en el software del delincuente potencial e inhibirlo así de su acción, por la vía de incrementar la reprobación social del violador.

Normalidades democráticas

Normalidades democráticas

Es sabido que los antiguos griegos concebían los regímenes políticos como formas degenerativas: la aristocracia mutaba en oligarquía, la democracia en tiranía. Más de dos milenios después, podemos incorporar otra degradación, no estrictamente política pero con consecuencias políticas: la tertulia convertida en tertulianismo. Porque la tertulia es una conversación amigable sin una finalidad determinada y el tertulianismo un ejercicio organizado de tribalismo moral. Seguramente aún quedan almas cándidas que creen, como hacían durante el auge de los periódicos gratuitos, que el consumidor de tertulias es un futuro lector de semanarios anglosajones. En realidad, ha sucedido lo contrario: las costumbres políticas más visibles -incluidas las formas parlamentarias- se han hecho más plebeyas. Y las tertulias, en alianza parasitaria con las redes sociales, algo tienen que ver.

Circunstancia sin pompa

Circunstancia sin pompa

Hay asuntos que parecen hechos por encargo. Si el caso Espinar ha mostrado de un plumazo la hipocresía privada que suele esconderse detrás del inquisidor público, el Brexit cada vez se parece más a un drama por entregas sobre los dilemas de la democracia contemporánea. ¡Pasen y vean! Hasta el momento, su dramatis personae comprendía al gobierno británico, el pueblo homónimo y las instituciones europeas, acompañados en todo momento -a la manera de un coro- por los mercados. Ahora, hacen su aparición la sociedad civil (o la abogada que interpuso el recurso reclamando la intervención de la Cámara de los Comunes en la decisión sobre el Brexit), los tribunales (que en primera instancia han dado la razón a la demandante) y el propio parlamento, repentinamente dotado de un poder acaso decisivo para dar forma a este endiablada decisión popular. Añadamos un espectro tan británico como el padre de Hamlet: una constitución no escrita.

Inglaterra para los ingleses

Inglaterra para los ingleses

«América para los americanos» es la divisa decimonónica que resumió la célebre doctrina Monroe, conforme a la cual Estados Unidos debía proteger con celo cualquier intervención europea en su patio trasero continental. Ahora, tras el voto favorable al Brexit, Theresa May parece empeñada en darle nueva vida. Al menos, en lo que al mercado laboral se refiere, donde habrá de aplicarse una discriminación positiva en favor de los favorecidos. O sea, de quienes disfrutan eso que el economista Branko Milanovic ha llamado «renta de ciudadanía»: los beneficios automáticos disfrutados por quienes nacen en un país rico. Una cuestión de suerte que convertimos -porque de alguna forma habremos de organizarnos- en un derecho.

Antropoceno eres tú

Antropoceno eres tú

Todavía no tenemos gobierno en España y ha llegado el Antropoceno, la nueva era geológica. ¡La actualidad no espera a nadie! Aunque en este caso la actualidad remita a un proceso de hibridación socionatural que lleva en marcha miles de años y se acelera en los últimos siglos, con especial mención a la segunda posguerra mundial. Nada que deba sorprendernos: como apunta Frank Trentman en Empire of Things, una fascinante historia del consumo, 772 millones de televisores fueron vendidos en Estados Unidos entre 1980 y 2009. Entre los primeros asentamientos agrícolas y la cultura material contemporánea hay así un nexo común: el ser humano. De ahí el antropocentrismo de que hace gala el nuevo término, que algunos consideran -en un ejercicio de paradójica modestia- pura megalomanía. Pero los hechos son tozudos y nos señalan como protagonistas indiscutibles de la alteración a gran escala del sistema terrestre. Por más que algunos sean más responsables que otros.

La paradoja digital

La paradoja digital

No debería sorprendernos saber que la primera transacción comercial completada en Internet tuvo la marihuana por objeto: la red combina singularmente en sus orígenes la razón estatal y el impulso libertario de la contracultura. ¡Del Pentágono a Anonymous! Sin olvidarnos del liberalismo neoclásico: los creadores de Wikipedia suelen citar entre sus principales inspiraciones un temprano artículo de Hayek sobre la ineficacia de la planificación centralizada. Y no faltan libertarios de derecha que emplean Internet para desentenderse de la tutela gubernamental.

Publicidad
Publicidad
Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D