En tierra de nadie
El crecimiento acelerado de Ciudadanos durante estos dos últimos años se ha fundamentado sobre una sucesión de crisis superpuestas: la económica, la territorial y la política, aunque no necesariamente por este orden. La descomposición de los principales partidos de la estabilidad ha facilitado todo este proceso. El Partido Popular resistió a duras penas el efecto combinado de los recortes presupuestarios sobre el Estado del bienestar y el persistente goteo de casos de corrupción que afectaban a las mismas entrañas de su organización. El PSOE, tras la experiencia Zapatero, sufrió una especie de tormenta perfecta que le ha dejado al borde de la ruptura interior y muy debilitado parlamentariamente. El colapso de UPyD dejó libre la franquicia del centro constitucionalista y el procés soberanista dinamitó la sentimentalidad del catalanismo moderado para dar paso a la lógica del dret a decidir. Ciudadanos ha sabido abrirse paso en medio de este paisaje de ruinas. Le ha favorecido su aspecto pulcro, moderno, urbano y técnicamente limpio de grandes corruptelas. Ofrecía algo parecido a una modernidad tecnocrática con aires de Obama: economistas de la London School of Economics y actores de series televisivas, candidatos políglotas y tuiteros de calibre. Era –o pasaba por ser– la derecha aseada, el centro razonable y la izquierda moderada: Dinamarca en lugar del Mediterráneo. O, lo que es lo mismo, mayor libertad económica junto a unas políticas sociales más generosas.