
¿El fin del gobierno del PP?
Aurora Nacarino-Brabo analiza la posible influencia del procés en Cataluña en el arco parlamentario nacional de cara a unas futuras elecciones generales.

Aurora Nacarino-Brabo analiza la posible influencia del procés en Cataluña en el arco parlamentario nacional de cara a unas futuras elecciones generales.

Uno de los problemas metodológicos para (intentar) comprender el procés es fijar cuándo empezó todo. Y para ese misterio no hay respuesta porque no hubo un principio único sino que a lo largo del tiempo se fueron solapando factores diversos. En este caso, pues, el mito del origen es sólo eso: un mito.

No da más de sí. Cada minuto que pasa es una losa en el prestigio y las posibilidades futuras de un proyecto político que reclama, a su vez, ser parte de la Unión Europea. La tragicómica huida de Puigdemont a Bruselas, lejos de internacionalizar el “conflicto”, ha extendido el miedo a los nacionalismos en el resto de la UE, que reacciona y toma nota. La solidaridad con España en el exterior crece al mismo ritmo en que lo hace la pulsión interior por defender la unidad y la democracia constitucional. Quién lo hubiera dicho hace dos meses.

El primer ministro belga, Charles Michel, ha afirmado que Bélgica “tiene un interlocutor” en el contexto de la crisis catalana, “que es el Gobierno de Madrid”. A su vez, ha abogado solventar este asunto a través de “una solución política duradera” que “está en España y no en Bélgica”. Michel ha sido explícito al asegurar que no existe “ninguna ambigüedad” en esta cuestión. Puigdemont es “un ciudadano europeo que debe responder de sus actos con derechos y obligaciones, sin privilegios, ni más ni menos, a quien guste y no guste”, ha aclarado.

En la madrugada del 14 de abril de 1912, Benjamin Guggenheim —quinto hijo del magnate Meyer Guggenheim— murió en el naufragio del Titanic. Como pasajero de primera clase y hombre de gran notoriedad, Ben tuvo ocasión de subir a uno de los escasos botes salvavidas. Sin embargo, llegado el momento, dio un paso atrás y le dijo a su acompañante, la cantante Léontine Aubart: “Recuerda que ninguna mujer quedó a bordo porque Ben Guggenheim fuera un cobarde”. Se despidió de ella, pidió un brandy, y se hundió con la nave.

El procés ha resultado ser un máster de filosofía política (un poco caro, eso sí) para todo aquel que no tenga suficiente con insultar a la realidad y aspire a comprenderla en un sentido maquiaveliano, es decir, objetivo, diferenciando nítidamente entre lo que le gustaría que pasara y lo que factualmente pasa.

Uno de los ‘éxitos’ más significativos del procés independentista ha sido ver a gente como mi madre en la manifestación de Societat Civil Catalana. A mi madre nunca la verán con un trapo, ni catalán ni español, ni tampoco de cocina. Para ella las banderas siempre han sido “trapos sucios de sangre”, me decía cuando, como cualquier joven con inquietudes políticas, flirtee con el independentismo en mi etapa universitaria.

¿Existe el nacionalismo español? Sí, sin duda. Cuarenta años de dictadura franquista lo enquistó como amenaza latente con ocasionales brotes de bestialidad.



Durante el ya completamente iliberal procés, la estrategia del independentismo se ha basado en apropiarse de la bandera de la democracia cada vez que, en un baño de realidad, los moradores de la Generalitat han reparado en que sus planes de separación no son respaldados por una mayoría de ciudadanos de Cataluña.

El procés jamás ha sido pacífico, como voceaban sus promotores en una de sus añagazas propagandísticas. Las sesiones parlamentarias de los días 6 y 7 de septiembre, sin ir más lejos, con el silenciamiento de la oposición, el desdén del reglamento y el menosprecio de la más mínima elementalidad democrática evidenciaron una notable carga de violencia institucional, como violento ha sido el achique de espacios que el nacionalismo ha practicado no ya con sus adversarios, sino con el más nimio de los desafectos. Menos simbólicos han sido los ataques que las hordas independentistas han acostumbrado dirigir, con la inexorabilidad de una llovizna, contra las sedes del PP, C’s y PSC.

Puigdemont, en la entrevista con Jordi Évole, vino a plantear que entendía que los mossos deberían acatar la orden judicial de retirar las urnas. (Toda una ironía a propósito de un referéndum ilegal convocado contra una orden del Tribunal Constitucional, pero sólo una ironía más entre tantas). A continuación matizó: …pero los mossos deberían desistir prudentemente en caso de encontrar a dos mil personas ante el colegio electoral aguardando para votar, para evitar males mayores.

La Guardia Urbana cifró la participación alrededor del millón de personas. Los Mossos d’Esquadra destacaron el civismo de la multitud convocada por dos organizaciones civiles: la Asamblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural. Entre el Paseo de Gràcia y la calle Aragó de Barcelona, los independentistas celebraron el Día Nacional de Cataluña con una jornada que esperan sea la última, antes de celebrar el referéndum convocado el 1º de octubre por el Govern de la Generalitat.
Fue hace un mes cuando un ministro dio el toque de alerta: “Atenta al 8 de agosto, es la fecha que más nos preocupa, aparte del 1 de octubre. Tememos que Puigdemont quiera hacer coincidir la consulta con unas elecciones autonómicas para tener así urnas, censo y colegios electorales abiertos. Si fuera así, el 8 de agosto es el día que tendría que hacerlo para cumplir los plazos que marca la ley. Apunta. 8 de agosto”.