Cuando, hace unos años, se instaló entre nosotros la crisis económica, casi todos acudimos con interés a escuchar a los economistas. Esperábamos que nos explicaran por qué había sucedido lo que había sucedido y cómo salir de tal entuerto. Fue una época gloriosa para ellos: los periódicos reclamaban sus artículos, las radios les entrevistaban, incluso empezaron a aparecer en programas de máxima audiencia en televisión.