«Cuenta la leyenda que el apodo de Príncipe le vino de sus ojos claros y la gorra de marinero con que lo tocaba su madre»
Hay una actitud común en el periodismo cultural que me parece que no encaja con lo que se entiende que es el género. Consiste en extender la lógica del periodismo político, que busca la rendición de cuentas de los políticos y denuncia la corrupción, al periodismo que no tiene generalmente esa intención.
Estrategia de comunicación: irritar al contrario. Lo vimos hace unos años en la acción política de Podemos
Algunas sentencias recientes por delitos contra el honor, o injurias, o calumnias en redes sociales encienden el debate, sobre todo cuando castigan a artistas cuya libertad de expresión se ve menoscabada. Se alzan voces trémulas sobre la Inquisición digital que llega. Yo no lo veo así: creo que tenemos el mismo problema que sufrimos desde hace mucho en España con un Código Penal, aun tras su reforma de 2015, que deja prácticamente al albedrío del juzgador la apreciación de delitos de injurias (artículo 208), o de calumnias (art. 205), o de amenazas (art. 169). Los periodistas y demás personas que escriben o hablan con frecuencia en los medios de comunicación tradicionales (en un sentido lato: del diario impreso al digital, pasando por la radio y la televisión) lo han sufrido muy directamente. Lo que sucede ahora es que el universo de los amenazados por alguna sentencia ha crecido exponencialmente por ese fenómeno de las redes sociales, y de ahí la alarma de algunos.