En esta España en rebajas de sí misma, en la patria de Puigdemont y del Dioni, nos faltaba un rapero denunciando las contradicciones del sistema. Ahora que los cantautores -Llach- sacan urnitas, ahora que Ismael Serrano canta lo mismo desde ‘los noventa-, un tal Valtònyc -condenado- va y nos regala unas cancioncillas que, aparte el mensaje, son de una rima que causa entre rubor y sangrado de oídos. Hay una masa crítica que lleva lo del citado rapero al debate de la Libertad de Expresión, como si aquí el tal Valtònyc -reincidente en sus gargajos al cielo, y ante un poder judicial que luego se queja del colapso en los despachos y sin nada mejor que hacer- fuese Giordano Bruno o una sufragista en aquella Inglaterra. España te da estas cosas y a estos trovadores del ‘mester de la soplapollez’, con una gorra al revés y cinco grupies sin distinción de género y de neuronas. Porque a Valtònyc lo siguen muchas y muchos que juegan a la delincuencia tuitera, con piso pagado, lacito amarilllo y una quechua ‘quincemayesca’ en el fondo del duplex de Pozuelo. A Valtònyc le iría bien una mili pluriEspañola, de Ceuta a Cerro Muriano, con escala en Zaragoza y un tiempito de voluntariado social por delito de lesa humanidad a la música. Dicen que ahora vuelve a disparar musicalmente, y uno, que ha militado en donde Anguita y Carrillo y ha llevado un ‘marcelino’ de suave tacto, ya no sabe si le cambió el tiempo o le cambiaron a los compañeros de viaje. Uno ve excesiva la cárcel, pero para presionar a los jueces ya andan las del lobby de Anna Gabriel en la Meseta. Lo peor del delito son los palmeros, que aupan al reincidente. En la prisión de Archidona hay agua caliente y el AVE deja a tiro de piedra. Es sabido que hay que compadecer al delincuente y odiar su música. Que las clementes musas le bendigan.