Es conmovedora la inclinación del ser humano a depositar grandes esperanzas en las sucesivas tecnologías de la comunicación. Murnau, el gran director alemán, decía del cine que «puede poner fin a la guerra, pues los hombres no se pelean si conocen el corazón del otro». Algo parecido se había sugerido sobre el telégrafo y del teléfono, antes de que esta ensoñación meliorativa alcanzase su clímax con la llegada de Internet: la comunicación instantánea global llamada a producir el entendimiento ético universal. Hermosa fantasía que concluye una madrugada en la sección de comentarios de un periódico español, donde dos usuarios anónimos se insultan a razón de dos faltas de ortografía por cada frase. O sea, la autocomunicación de masas convertida en pugilato. Y la conversación pública, degradada a la condición de espacio agonista donde no se aducen argumentos sino identidades. Sad!