«El gran juego de la vida: ¿cuándo dejamos de jugarlo?»
Estos días hemos vuelto a ver cómo políticos, periódicos y el gobierno se dejaban llevar por el populismo, se han apuntado a las críticas al sistema judicial y penal español a raíz de la concesión de la libertad provisional para los cinco acusados cuya condena aún no es firme.
Durante los casi dos años que han transcurrido desde la madrugada del 7 de julio de 2016 el periodismo no ha reprimido un solo desahogo con la sedicente Manada, a la que desde primera hora, y tras conducirla al rellano de la presunción de culpabilidad, sometió a un trato ciertamente degradante.
Se ha convertido en una suerte de plaga. Ya casi no hay fiesta popular masiva en la que no se produzcan agresiones sexuales a mujeres que se arrancan al disfrute y terminan en el drama. Arranca San Fermín con el recuerdo de la repugnante “Manada” que abusó en grupo de una joven, presumió de ello y se lo tomo a coña. Ahora hay una campaña municipal que dice “Pamplona libre de agresiones sexistas”. Lo veremos. No es cosa de campañas, sino de educación, de principios. Y el problema no es solo nuestro. En Suecia han tenido que suspender el mayor festival de música por las agresiones sexuales que se han producido. Es en todo el mundo.
España tiene todo para ser un país cojonudo: playas, montañas, mar Mediterráneo por aquí, Cantábrico por allá, océano Atlántico por acullá, jamón serrano, aceite de oliva, vino, patatas bravas, un clima agradecido, gente guapa, música, arte, talento, sol y sentido del humor. Tenemos cultura. Una cultura gravada con uno de los impuestos más altos de Europa y menos valorada por sus políticos, una cultura que lucha por sobrevivir, pero que es la base del vivir.
Se acabaron los Sanfermines 2015, seguramente los más normalizados de las últimas décadas. Este año, los de UPN, no han tenido que gritar aquello de: ¡que vienen los vascos! ¡Porque los vascos ya estaban allí!
Terminamos por comprender que en unos años viviríamos en un mundo con fronteras más difusas y un flujo de información en todas direcciones que sería extraordinario para nuestra evolución. Y algo de razón hay ahí algo.
Reconozco que me salen sarpullidos cada verano cuando veo como se reivindica en imágenes la tomatina de Buñol como algo que mostrar al mundo. Y ¡cómo no! los Sanfermines.
Vaya por delante que no he ido nunca a San Fermín y que tengo demasiadas cosas contra Hemingway. Yo soy más de Fitzgerald. Vaya por delante que asisto al espectáculo sanferminero cada año asomada con perplejidad a las fotos de los diarios.