Más allá del algoritmo: repensando el liderazgo en la era de la tecnología con conciencia
El verdadero punto de inflexión no está solo en la tecnología. Está en cómo pensamos


La tecnología forma parte de nuestro día a día. La usamos para informarnos, organizarnos, producir más rápido y comunicarnos (mejor). Sin embargo, cuando nos preguntamos hacia dónde vamos como sociedad, especialmente desde una perspectiva de liderazgo, la respuesta ya no es tan evidente. Aparecen silencios, dudas y miedos: la velocidad, la pérdida de valores humanos, la sensación de que algo esencial se está quedando atrás.
Este texto nace de una presentación que realicé en la apertura de CLUP, The Level Up Club de Noaway: mentes inquietas, con ganas de elevarse, y una pregunta central que atraviesa todo el contenido: ¿Qué tipo de seres humanos estamos siendo en la era de la tecnología y qué tipo de futuro estamos construyendo con ella?
De dónde venimos: una mirada larga para entender el presente
Si ampliamos la escala del tiempo, entenderemos mejor la magnitud del momento actual. La vida en la Tierra existe desde hace unos 4.000 millones de años – toda vida que conocemos a día de hoy nació de una célula. El ser humano apareció hace aproximadamente 340.000 años. La inteligencia artificial, en cambio, es una recién llegada: fue nombrada por primera vez en 1956 y su aceleración real comenzó hace apenas unos años con la IA generativa.
Si toda la historia de la vida fuera una hora, el ser humano aparecería en los últimos cinco segundos y la inteligencia artificial en el último milisegundo. Esta perspectiva no es anecdótica: nos recuerda que estamos tomando decisiones de enorme impacto evolutivo en un lapso de tiempo extremadamente breve.
Pero el verdadero punto de inflexión no está solo en la tecnología. Está en cómo pensamos.
Somos la especie con el cerebro más desarrollado que ha existido jamás, y a veces miro ahí fuera y me cuestiono este hecho. Científicamente demostrado, me queda la conclusión de que no sabemos cómo usarlo.
El origen del pensamiento de dominación
Hay un punto de nuestra historia que me interesa especialmente. Hace entre 10.000 y 5.000 años, en la región de Mesopotamia, comenzaron a consolidarse estructuras sociales radicalmente distintas a las que habían predominado hasta entonces. Durante la mayor parte de nuestra historia como especie, las comunidades humanas funcionaron en estructuras circulares, dinámicas: sistemas relacionales, cooperativos, sin jerarquías rígidas, con un liderazgo orientado al cuidado del grupo.
Con el tiempo surgió otro modelo: la pirámide, estática, una cultura de dominación donde unos mandan y otros obedecen; unos pocos sobre muchos, el hombre sobre la mujer, el ser humano sobre su entorno y sobre la naturaleza. Hoy, este modelo sigue siendo dominante en la mayoría de nuestras instituciones: la familia, la escuela, la empresa, la política y los sistemas jurídico, sanitario y económico.
Este modelo se sostiene sobre una forma de pensar muy concreta: la lógica del bien y del mal. Una autoridad superior decide qué es correcto y qué es incorrecto. Lo correcto se premia; lo incorrecto se castiga. En este marco solo parecen existir dos opciones: obedecer —con la consecuencia de dejar de escucharnos y desconectarnos— o rebelarnos, cediendo también nuestro poder y consumiendo una enorme cantidad de energía emocional y social.
Esta lógica no solo organiza sistemas; también moldea identidades, relaciones y deseos.
Las principales referencias que me han llevado a esta comprensión provienen del trabajo de Marshall Rosenberg, especialmente Comunicación no violenta: un lenguaje de vida y El corazón del cambio social; del teólogo Walter Wink (The Powers That Be); y de la antropóloga Riane Eisler, con El cáliz y la espada. Todas ellas señalan el mismo fenómeno desde distintos ángulos: una cultura que normaliza la dominación y la separación.
Los mitos como constructores invisibles de la cultura
¿Cómo consigue una estructura social tan reciente imponerse sobre un sistema mucho más antiguo y arraigado? Parte de la respuesta está en los mitos.
Los seres humanos necesitamos historias para explicar el mundo. Los mitos no son cuentos infantiles: son mapas de sentido. Las historias que nos contamos influyen profundamente en cómo percibimos la realidad.
Uno de los mitos fundacionales de nuestra cultura occidental es el Enuma Elish, el mito babilónico de la creación, donde un dios masculino vence violentamente a una diosa caótica y, a partir de la energía generada por ese acto, nace el mundo. El mensaje simbólico es claro: el orden surge cuando el «bien» aplasta al «mal».
Este relato ha permeado hasta el día de hoy y se ha incrustado profundamente en nuestra cultura. No lo reproducimos de forma literal, pero sí en nuestra manera de pensar: bien/mal, correcto/incorrecto, normal/anormal, culpable/inocente, inteligente/tonto, deberías/no deberías, izquierda/derecha, etc. Categorías duales que simplifican una realidad mucho más compleja y que legitiman jerarquías rígidas, exclusiones y castigos.
Este patrón se ha transmitido durante miles de años, de generación en generación. Por eso, cómo educamos a nuestros hijos e hijas y cómo los liberamos —o no— de esta herencia cultural tiene un impacto enorme (en los próximos 5000 años).
Aquí me surgió una pregunta inevitable: si los mitos crean nuestra forma de ver el mundo, ¿podemos crear otros mitos para construir otro tipo de futuro?
El mito de Nara y Eloh: una narrativa alternativa
Desde esta inquietud inicié una conversación con ChatGPT con una petición muy concreta: Ayúdame a crear un mito para explicar la creación del mundo y el significado de nuestra especie, donde hombres y mujeres se aceptan a sí mismos y crean una red, una base que sustenta y apoya el desarrollo de los niños para guiarlos e inspirarlos a ser algo más grande que ellos y restablecer el equilibrio de nuestro planeta.
Así nació El mito de Nara y Eloh, los Tejedores del Amanecer, una historia donde el mundo surge de la interconexión entre el sentir y el saber, donde hombres y mujeres son complementarios en esencia y donde los niños son considerados portadores de una parte olvidada del universo y semillas del equilibrio futuro.
El mito no proviene de ninguna tradición real, pero bebe de símbolos universales presentes en múltiples culturas. Todo lo que necesitamos para el cambio, en realidad, ya está aquí.
Lo llamamos El Tejido del Amanecer y se lo atribuimos a una cultura ficticia: los Nahakú, «los que tejen el alma de la Tierra».
Más allá de la belleza narrativa —los asistentes cerraron los ojos y se dejaron llevar mientras leía el mito—, lo importante fue la pregunta que vino después: ¿qué haría falta para que un mito así se expanda y haga obsoleto el rígido pensamiento bien-mal?
La respuesta no fue técnica, sino humana, integrando aspectos culturales, psicológicos y sociales: arte, educación emocional, comunidades vivas, lenguaje y experiencias compartidas, memes en internet, relatos y viñetas. No imponer un nuevo dogma, sino ofrecer un relato más amplio, más honesto y más acorde con la complejidad de la vida. De ahí surgió una conversación estratégica entre la máquina y yo que ocupó trece páginas, orientada a imaginar cómo podría emerger una nueva cultura.
Cuando pregunté cuánto tiempo podría llevar una transformación cultural de este calibre, la respuesta fue: entre 40 y 50 años, quizá menos si coinciden grandes crisis. Son estimaciones, por supuesto, porque no podemos predecir el futuro, pero sí aprender de transformaciones culturales similares ocurridas en el pasado. La conversación concluyó con este resumen:
«Si hoy empezamos a sembrar con claridad y constancia, en una generación puede estar floreciendo. No es inmediato, pero es posible. Las culturas cambian cuando necesitan nuevos mitos para vivir».
Liderazgo, IA y responsabilidad
Todo esto nos devuelve al presente. Hoy estamos viviendo la mayor concentración de información y poder de la historia, reunida en sistemas de inteligencia artificial creados por humanos. La IA no es neutral: refleja nuestras preguntas, nuestros valores, sesgos y nuestras formas de pensar.
Por eso, el verdadero liderazgo en la era tecnológica no consiste solo en producir más o ir más rápido, sino en asumir una responsabilidad profunda: comprender el impacto de nuestros pensamientos, emociones, necesidades y acciones.
Como señaló Noam Chomsky en 2023, en un artículo del New York Times:
«¿Qué significaría construir no solo mejores máquinas, sino relaciones más honestas con los sistemas que co-creamos?»
La tecnología es una herramienta. La conciencia con la que la usamos es el verdadero punto de inflexión. Entender que la tecnología es creada por nosotros implica asumir que también depende de nosotros cómo y para qué la utilizamos.
Y quizá, más allá del algoritmo, lo que necesitamos no es más control, sino otras historias para aprender a vivir y para redescubrir quiénes somos.
