Cómo salvar los cines en 2021 (y más allá)
Hablamos con Enrique Costa (Avalon) y Eduardo Escudero (A Contracorriente) de apuestas valientes, el futuro del cine, los problemas de depender de Hollywood y las posibles soluciones
Las uvas, los encuentros, los recuerdos de las otras veces. Las Navidades han marcado ese paréntesis del año terrible, del año de la enfermedad y la ruina, y algunos soñaban –cruzaban dedos– con un 2021 que fuera un punto y aparte: algo nuevo, algo mejor, con la promesa de la vacuna y la (malsonante) inmunidad de rebaño entre manos. Pero aquí estamos, en 2021, con las mismas noticias, las mismas historias: los aplazamientos, los estrenos en streaming, las salas en mínimos, la volatilidad de los festivales –que marcan el futuro a corto y medio plazo de las carteleras–.
Y el daño que eso provoca es inmenso: las salas de cines, que navegan en las fronteras del abismo, viven y sobreviven por esas superproducciones que atraen a los espectadores, que arrasan en taquilla. Las listas anuales están ahí para comprobarlo. En 2019, un año normal, los títulos más vistos a nivel mundial fueron Los Vengadores: Endgame, El rey león, Frozen 2, Spider-Man: Lejos de casa y Capitana Marvel. Todas por encima de los 1.000 millones de dólares de recaudación. Todas y cada una de ellas, en su paso por el cine y obviando los suplementos –llámese refresco, llámese palomitas–, pueden hacer entre el 5% y el 10% de la facturación anual de una sala. En este reportaje, a propósito de Mulan y Tenet y con las nubes negras sobre nosotros –a pesar del verano–, lo desarrollamos en su día.
Así se entiende el dolor que provoca el abandono de Disney y Warner a las salas, que todavía es un abandono parcial y que se suma a unas restricciones y unos temores que han dejado la taquilla nacional por los suelos: nuestras salas han recaudado 170 millones en 2020; contrasta con los 624 millones del año anterior. Ese daño es inmenso, como decía, porque las decisiones que se toman en Los Ángeles afectan a la industria al completo. Pisaremos ese charco más adelante.
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Hace un mes, el admirado Albert Serra aprovechó una entrevista en la emisora catalana RAC1 para rajar de franquicias como Star Wars o Indiana Jones –«si a una persona adulta les gusta, más vale que vaya al médico»– y predecir que el adiós de las majors, de estos gigantes, dará lugar a nuevos espacios en las salas para las películas más personales, más pequeñas, menos espectaculares y sin embargo asombrosas y verdaderas.
Pero no es tan sencillo; el cine, sin divisiones scorsesianas, está unido por cientos de hilos invisibles. «No contar con las películas de los estudios norteamericanos es un problema», explica Enrique Costa, director de distribución de la independiente Avalon. «Generan un ruido y una notoriedad que atrae a la gente al cine y hace que las salas puedan ofrecer diversidad de pantalla. Si los cines no tienen las grandes películas de las majors para ocupar sus salas más grandes, está claro que nosotros no lo podemos hacer. No con las herramientas que tenemos, sin esa capacidad económica ni esa notoriedad». Porque encuentra ahí un problema difícil de obviar: la visibilidad de las películas. La pandemia ha provocado que el cine independiente sea menos accesible para el público por cuestiones puramente publicitarias: las formas han cambiado, también en esto.
Costa continúa con su análisis: «Hay que pensar que todos contamos, cada uno en su dimensión, todos aportamos contenido a las sala. Y así proporcionamos diversidad, títulos diferentes. Tiene que existir una película de superhéroes o de actores norteamericanos reconocidos. Tiene que haber una gran película que cuenta algo, que ha sido galardonada en festivales, etcétera. Tiene que haber películas nacionales, que también tienen su fuerza y su público para llevar a la gente al cine». Ahí queda el éxito de Santiago Segura con la segunda parte de Padre no hay más que uno, que se atrevió a ir a los cines y ha sido la película más taquillera en España con 13 millones de euros. Por delante de 1917 o Tenet.
La supervivencia de las salas, y de quienes hacen posible que el cine pueda escribirse con una ce mayúscula, está en juego. En Avalon lo saben bien: han arriesgado, han apostado, han hecho cuanto han podido. Fijaos: acaban de rescatar –con versiones restauradas– el cine extraordinario de Wong Kar-wai, lo están proyectando en salas; es un regalo que Deseando amar y 2046 puedan disfrutarse en un cine, con lo que eso significa: una experiencia inigualable, única, que nos aparta de lo demás por un par de horas.
Costa habla con emoción de Deseado amar, de verla en una sala: entras de una pieza y sales en mil pedazos. Si la ves en casa no es lo mismo: la luz, la música, el móvil, el timbre, el vecino, los coches, el perro. Hay que preservar la industria, claro; pero hay algo más en juego. Costa reconoce que está «muy preocupado» por el cine «a medio y largo plazo», considera que «no se están tomando las medidas apropiadas» para proteger el sector, que este paso de las salas al streaming no produce únicamente cambios en el modelo de negocio, sino también en el contenido. «Son diferentes las historias que se cuentan para salas y las que se cuentan para plataformas», concluye. «Esto va a afectar a la distribución, a la exhibición y a los contenidos». Y dicho esto, y dicho sea de paso, el distribuidor lo tiene claro: «Las salas no van a desaparecer, pero es cierto que va a haber un cambio».
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Eduardo Escudero, director de negocio de A contracorriente Films —distribuidora independiente y principal accionista de las cadenas de cine Conde Duque y Verdi—, dice que están sufriendo, como es lógico, que esperan que las vacunas proporcionen la normalidad de antes, y no la de ahora, y que, pese a todo, es optimista: «Va a pervivir el negocio». Escudero entiende que hay un fuego cruzado entre estudios –y es feroz–, que vivimos circunstancias extraordinarias –en Estados Unidos, el mercado más importante junto al chino, las salas de California o Nueva York llevan meses con la persiana bajada– y se ha abierto la veda entre los gigantes para captar suscriptores, y esa guerra puede llevar años. Pero hay películas y películas y cree que habrá «un traje» para cada una de ellas: el cambio de modelo, que está en marcha, no puede dejar de lado que las salas garantizan la rentabilidad de una película. Todavía es muy complicado, prácticamente imposible, acercarse a esas cifras con un negocio basado en el streaming.
Así que ve un 2021 de ajustes en la industria, de ensayo y error; y un 2022 de más ajustes. Pero las salas seguirán y evolucionarán; se adaptarán, en definitiva. «Nos tenemos que reinventar», resume, y vaticina que los cines cambiarán las formas de programar, que esto puede afectar a las proyecciones diarias, y plantea que, si el parque de salas sigue como está, pueden hacerse huecos para «contenidos más osados». Escudero entiende que habrá una convivencia de las dos formas de ver el cine, una coexistencia. Pero la situación, actualmente, es la que es.
Y en ese camino hacia la supervivencia, con las distribuidoras y exhibidoras condenadas a reinventarse, estamos viendo algo de luz: a falta de estrenos, a falta de taquillazos made in Hollywood, regresamos a las películas que nunca pudimos ver en una sala –por razones naturales–. Este febrero, sin ir más lejos, A contracorriente recupera (por su centenario y restaurada en 4K) El chico… ¡una película muda de Chaplin! Hermosísima, evocadora, fundamental. Y, desde estas Navidades, como contaba, Avalon está llevando al cine el cine de Wong Kar-wai… ¡con éxito! Deseando amar está entre las diez películas más vistas en nuestro país, según Comscore, con un público que, en su mayoría, tiene menos de 35 años.
Son respuestas inteligentes, valientes, a una circunstancia desesperada: tal vez, en otras condiciones, nada de esto sería posible. Pero con esto no basta: las salas de cine reclaman al Gobierno que inicie un nuevo plan de ayudas, que les echen un mano en esta tormenta sin precedentes; las reglas del juego no son las mismas y es a todas luces inviable subsistir en números rojos. El Ministerio de Cultura, a través del ICAA, concedió unos 13 millones de euros a los exhibidores para que se adecuaran a las medidas sanitarias. Pero, una vez más, con esto no basta. La Federación de Cines de España recuerda que «la actividad en estas condiciones es insostenible» y que es «urgente nuevas ayudas directas que doten al sector de liquidez para evitar el cierre definitivo de gran parte de los cines españoles».
Escudero dice lo mismo, solo que con otras palabras: «Nos vendría bien una ayuda directa en la exhibición, que somos uno de los grandes damnificados del sector». Sostiene que necesitan ayudas al lucro cesante –«copiemos a los franceses»– y que, además, hay formas de apoyo que no requieren de inversiones inalcanzables. Propone que, cuando aparezca «la luz al final del túnel» y «las cosas empiecen a ir mejor», vendría de maravilla una campaña ambiciosa con entradas subvencionadas. «Una Fiesta del Cine que dure tres o cuatro semanas». Llevar, de golpe, ocho o diez millones de espectadores a las proyecciones. Y, después, fidelizarlos; con unos 30 millones de euros «estaríamos haciendo una gran labor por un coste asequible».
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Estamos llegando a los postres y no hemos desarrollado un asunto: ¿por qué dependemos tanto de las decisiones de Hollywood? «Posiblemente», considera Costa, «España tiene pérdidas peores que Francia porque su cine nacional no se ha guardado en los cajones para mejores fechas, y eso pasa también porque mucho cine español está en manos de las majors. El que ha llegado lo ha hecho por las distribuidoras nacionales que han apostado y acompañado a los cines en este viaje».
–Allí, en Francia, los americanos tienen una cuota de pantalla del 60%, cuando aquí está por encima del 80%.
–Pero ya no es sólo el producto, sino quien lo distribuye –matiza Costa–. Si el cine taquillero francés lo distribuyen Gaumont o Studio Canal, por ejemplo, que son empresas nacionales con cines y cadenas de televisión, que están obligadas a seguir ofreciendo contenido, se preocupan. Pero las películas nacionales más grandes están en manos de distribuidoras americanas que, en ocasiones, dependen de decisiones de Los Ángeles para estrenar o no, es más difícil que lleguen a las salas. Y es una pena para nuestro cine.
El futuro de las salas pasa, pues, por la reivindicación de una experiencia, de una manera de comprender el cine (y la vida); la comodidad de una casa no vuelca la emoción de la triste historia de amor de Deseando amar, ni el grito mudo de Michael Corleone tras la muerte de su hija, ni la ternura infinita que causan Chaplin y el niño rescatado. «Los distribuidores independientes hemos estado súperactivos desde el primer momento», defiende Costa. «En Avalon, cuando llegó la pandemia, hicimos un estreno diferente con una película de Xavier Dolan, Matthias & Maxime: le dimos 48 horas de ventana première en Filmin y prometimos que iría a las salas tan pronto como abrieran. Lo hicimos. Compramos antes de la pandemia Under the skin, después de seis o siete años llamando a la puerta y esperando a la oportunidad de poder distribuir una película que nos parecía fantástica. La llevamos al cine. Hemos estrenado el cortometraje de Almodóvar, mano a mano con Wanda, cuando no se habían estrenado cortometrajes de esta forma nunca. Ahora estamos embarcados en el universo de Wong Kar-wai. No podemos estar más activos. Y esto es algo generalizado entre las distribuidoras independientes: cada una está intentando ofrecer algo diferente en una fechas complicadas».
Hay una diferencia sustancial entre ver una película en una sala o en tu casa –aquel que lo sepa, que sirva de mensajero–.