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El libro esotérico de Valle-Inclán para alcanzar la iluminación que no leíste en el instituto

El libro esotérico de Valle-Inclán para alcanzar la iluminación que no leíste en el instituto

 ‘La Lámpara Maravillosa’ (La Felguera, 2017) es el tratado iniciático con ejercicios espirituales de Ramón del Valle-Inclán ocultista, que está salpicado de símbolos cabalísticos, gnósticos y alquímicos. Un viaje al interior del gran peregrino de la vida que esconde algunas pistas para que esa misma luz brille en nosotros.

Inventor del esperpento y encendido tertuliano de los cafés del Madrid de finales de siglo XIX y principios del XX, donde llegó a perder un brazo en una discusión con un periodista que le propinó un bastonazo, Ramón del Valle-Inclán es una de las figuras más complejas, misteriosas y fascinantes de la literatura española. Un escritor tan hiperbólico que convirtió su vida en una suma de leyendas; entre ellas, que podía ir de Burgos a Madrid andando en dos horas, que había sido fraile trapense y también soldado en México. E incluso en una ocasión, y para muestra de lo poco que se tomaba a sí mismo en serio, cuando un redactor del diario La Voz se presentó en su casa haciéndole preguntas sobre su juventud, él contestó: “Yo no recuerdo nada de mis 20 años… Los escritores deben olvidar sus primeros 20 años”.
A su obsesión por el paso del tiempo y su celo por mantener oculta su vida privada bajo exageraciones y humor, se le suma una pasión de la que nunca nos hablaron en el colegio, lo que hubiera sido de agradecer porque muchos lo tomamos por un ‘paliza’: Ramón del Valle-Inclán era una hombre profundamente esotérico. Y a pesar de que muchos críticos hayan apuntado que los elementos sobranaturales de su obra son meros esteticismos e influencias de una niñez en la Galicia del siglo XIX, donde la creencia en duende, meigas y trasgos era común, lo cierto es que la mayoría de sus obras contienen referencias astrológicas, guiños a la cábala, la alquimia y símbolos mágicos. Y a poco que uno levanta el velo de Isis que cubre gran parte de su vida descubre cosas tan curiosas como un artículo titulado ‘Psiquismo’, que publicó en El Espectador de México, donde disertaba sobre su pasión por las médiums y en especial por Eusapia Palladino, una psíquica italiana de fama mundial en la época a cuyas sesiones de espiritismo asistían incluso premios Nobel, como el matrimonio Curie.

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‘La lámpara maravillosa’ | Imagen: La Felguera.

Un libro ‘iluminado’

Entre sus obras hay una en concreto que junto a su gemela ‘El Pasajero’ es tan misteriosa que ni siquiera los críticos han sabido cómo calificar, aduciendo algunos que se trata de una parodia de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola. No obstante, ‘La lámpara maravillosa’, publicada por primera vez en 1916 y que acaba de reeditar La Felguera con los grabados originales de la edición de 1922, fue concebida por el propio Valle-Inclán como una hoja de ruta de su vida interior y un tratado para alcanzar el éxtasis y la iluminación lleno de alusiones a la alquimia, el gnosticismo, la magia y el hermetismo que debemos descifrar como si leyésemos la Tabla de Esmeralda o siguiésemos el laberinto de una catedral gótica. Un enigma escrito inspirado en la doctrina teosófica de Madame Blavatsky, que estuvo en boga entre intelectuales de la época como Rubén Dario.

Curiosamente, Valle dedicó ‘La lámpara maravillosa’ a un fenómeno de la época, Joaquín Argamasilla, carlista e hijo del Marqués de Santa Clara, al que en Estados Unidos se le conocía como ‘el hombre que tenía rayos X en los ojos’ porque era capaz de ver a través de objetos opacos. De hecho, Valle defendería al psíquico con uñas y dientes cuando el mismísimo Harry Houdini trató de desacreditarlo, afirmando haber descubierto su truco.
Sin ánimo de facilitar a nadie los misterios que esconde este libro de ejercicios espirituales –tampoco soy capaz- y porque el camino es largo, no especialmente recto y uno nunca sabe con certeza en qué punto se encuentra ni si existe un final, aquí van algunas ideas dirigidas a “peregrinos de la vida” y “paseantes curiosos”, como escribe en el prólogo su editor, Servando Rocha, que pueden amenizar la búsqueda.

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Un capítulo de ‘El Ministerio del Tiempo’, serie muy inspirada en los libros de La Felguera, está dedicado al hombre de los rayos x en los ojos. | Imagen: Televisión Española

Grandes normas de disciplina estética, según Valle-Inclán:

1. Medita para huir de la cárcel de barro.

Cuenta el escritor que un día vio a unos niños jugando y evocó su propia infancia, dándose cuenta de que el pasado, el presente y el futuro estaban contenidos en un instante que es eterno. Para abolir la ilusión de que existe un tiempo lineal nos invita a colocarnos fuera de nuestros sentidos: “Haz por comprender el misterio de las horas, por persuadirte de que no fluyen y que siempre perdura el mismo momento”, y nos explica que la vida y las emociones son los círculos concéntricos que provoca una piedra al caer en el agua. Llegó a la convicción de que volviendo a la infancia (no a través de los constreñimientos del pensamiento, que es pasado, sino de la contemplación), podríamos conocer el mañana. Así reza otro de sus enigmáticos ejercicios espirituales:

“Cuando mires tu imagen en el espejo mágico, evoca tu sombra de niño. Quien sabe del pasado, sabe del porvenir. Si tiendes el arco, cerrarás el círculo que en ciencia astrológica se llama anillo de Giges”.

Una curiosidad es que este anillo de Giges al que se refiere Valle-Inclán fue el mismo en el que se inspiró Tolkien en su ‘Señor de los Anillos’, a partir de una leyenda mitológica que menciona Platón en ‘La República’ sobre un pastor que encontró en el fondo de un abismo un caballo de bronce con un cuerpo en su interior que tenía un anillo mágico, y cuando le dabas la vuelta te volvía invisible. El filósofo lo utilizó para explicar que el hombre es injusto por naturaleza y que si fuéramos ‘invisibles’ a la ley como Giges con el anillo obraríamos las mayores maldades.

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Tolkien se inspiró en la leyenda de Giges para escribir ‘El señor de los anillos’. | Imagen: IMDB

 

2. Escúchate a ti mismo por encima de las demás voces.

A Ramón Valle, como se le conocía antes de que empezase a firmar como ‘Del Valle-Inclán’, le preocupaba mucho la aridez de la palabra y cómo conseguir transmitir sensaciones verdaderas con ellas a través no del engaño y la carga ideológica, sino de su musicalidad. Por eso, llamaba al ejercicio de la autoexploración, perderse en la senda de uno mismo para despertar emociones dormidas. “No aprendemos nada, todo se haya desde siempre en nosotros. Lo que no está en nosotros larvado o consciente, jamás nos lo darán las palabras ajenas”, escribió en ‘La lámpara maravillosa’.
Admite en el libro que vivió angustiado hasta que consiguió amar la soledad, mató la vanidad y dejó de importarle que los demás no le escuchasen, cuando escribe: “Pensé que estando solo podía ser mi voz”.

En su primer ejercicio espiritual nos invita a ser como los pájaros, que cantan para sí y escuchan sus propios trinos:

“Sé como el ruiseñor, que no mira a la tierra desde la rama verde donde canta”.

Porque no hay dos personas iguales y cuando se toma conciencia de la responsabilidad de cada individuo y se busca la impresión de ser mudo, de repente todas esas palabras vacías (“ánforas de barro”) adquieren un nuevo significado engendrado por uno mismo. No es que pensase que el lenguaje era yermo, sino todo lo contrario; creía en el poder cabalístico de la palabra, que era para él un grimorio y un pentáculo, y en que el idioma de un pueblo era “la lámpara de su karma”. De hecho, según explica el escritor Javier Sierra, el erudito gallego solía firmar sus cartas con un pentáculo mágico, una estrella de cinco puntas en el interior de un círculo.

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La famosa médium Eusapia Palladino en una de sus sesiones. | Imagen: Wikimedia Commons

 

3. Pasea como forma de alcanzar el éxtasis

“Por donde una vez pasamos, allí perduramos”, dice Valle-Inclán. El escritor hizo del paseo una forma de entrar en la belleza suprema de las cosas, como cuando se refugió en la Catedral de León porque le hervían las ideas en la cabeza y contemplando las vidrieras abandonó su egoísmo para transmigrar en el Alma del Mundo, una sensación de profunda unión con Todo. Y lo mismo le ocurrió mirando el mar, sintiéndose como las piedras fuera del tiempo. Por eso escribe: “Cuando se rompen las normas del tiempo, el instante más pequeño se rasga como un vientre preñado de eternidad”. De la misma forma que el arte es una suma de evocaciones antiguas y nos hace salir de ese loop de egoísmo y mediocridad en el que vivimos guiados por el pensamiento y el instinto: “Cuando creemos que vivimos para nosotros, vivimos para la especie”, asegura.

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El Café de la Montaña, donde Valle-Inclán perdió su brazo izquierdo | Imagen:  Agente Provocador.

Hay que amar hasta las ortigas, absolutamente todo por difícil que parezca, porque para conocer la belleza debemos enamorarnos de ella, como Valle-Inclán se enamoró de su madrina cuando tenía 9 años, confiesa, más allá de la voluntad y el deseo, abandonando la búsqueda de la utilidad, que es la mente, con quietud y renunciamiento. El arte no emula a la vida, sino que es la vida (o podría serla), pero, ¿cómo? La pista nos llega a través de un ejercicio espiritual sobre el que meditar:

“Crea belleza, vive en belleza, y al contemplar tu pasado desde la ribera remota contemplarás amor”.

Que no nos engañe su excéntrica apariencia de dandi con botines y quevedos, su manía de burlarse del personal y de no tomarse en serio inventando pasados épicos y jocosos, o su gusto polemizar sacando de quicio a los tertulianos. Ramón del Valle-Inclán no solo  dejó algunas de las obras cumbres de la literatura española, como ‘Luces de bohemia’, o ‘Ligazón’ (en esta, por cierto, hay telepatía, clarividencias y sueños premonitorios), sino que además nos legó una lámpara maravillosa que habla del hombre, de su origen y su fin último. Como bien supo el anarquista que apareció en el entierro del escritor para arrancarle el crucifijo, se resbaló y cayó a la fosa llena de barro. Aunque esta tal vez sea otra de las leyendas…

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Ramón del Valle-Inclán, el genio de la lámpara. | Imagen: Archivo Moreno/IPCE. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte

Otras obras de Valle-Inclán para seguir la senda mágica:

Sobre trasgos, duendes y pequeños demonios: ‘Voces de gesta’, ‘Cara de plata’, ‘La cabeza del dragón’ y ‘Romance de lobos’.

Astrología, oniromancia y clarividencia: ‘El embrujado’, ‘Ligazón’, ‘Los cuernos de don Friolera’, ‘El Marqués de Bradomín’.

Muertos y aparecidos: ‘Águila de blasón’, ‘Las galas del difunto’ y ‘Divinas palabras’.

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