Paraíso edición II: a un paso de ser un festival referente en España
Si los amantes de la música electrónica en Madrid tenían en 2018 una buena noticia con la creación del festival Paraíso, con su segunda edición tienen otra buena nueva: se consolida una cita fundamental en la capital.
Si los amantes de la música electrónica en Madrid tenían en 2018 una buena noticia con la creación del festival Paraíso, con su segunda edición tienen otra buena nueva: se consolida una cita fundamental en la capital.
Un total de 25.000 personas se acercaron al Paraíso, con sede en la Universidad Complutense de Madrid, el pasado fin de semana, lo que supone un crecimiento de en torno al 40% respecto a la primera edición. Unas cifras que muestran la consolidación de una apuesta clara y meridiana por la música electrónica de calidad a través de un cartel inigualable –si obviamos la oferta del Sónar barcelonés– en España.
Un cartel paritario y de referentes internacionales
A las 17:30 del viernes, con un sol de justicia sobre la hierba de los campos de rugby que albergan este festival desde 2018, empezaba una experiencia única para madrileños y foráneos. Los primeros “grandes” del cartel, los británicos Maribou State, abrían el escenario principal con su sonido suave y colorido. Con ellos, el sol caía sobre los cuerpos de los asistentes que iban agolpándose en las diferentes pistas de baile que ofrecía el festival.
En la primera jornada destacaron grandes nombres internacionales, como Chvrches –la banda escocesa dio un concierto breve pero lleno de hits ante la mayoría del público del festival—, Cerrone, Nicola Cruz, Polo & Pan –con uno de los mejores sets que se le recuerde a los franceses en nuestro país– o Solomun, que cerró la fiesta en un clima inmejorable. Pero también hubo artistas nacionales sobre los escenarios o a los platos. Es el caso de John Talabot, el primer productor de electrónica nacional en saltar con firmeza a primera línea internacional, o de los djs de la escena madrileña que animaron sin descanso el escenario nido.
El sábado la fiesta empezó a la misma hora, pero los asistentes retrasaron algo más su llegada. La resaca impidió a unos cuantos el ver a Superorganism, que abrieron el escenario principal y provocaron risas entre los que frente a ellos se congregaban gracias a unos comentarios sobre la legalización de la marihuana, y que consiguieron además reanimar a los más aletargados.
El auténtico girl power de un cartel muy paritario –se notan los esfuerzos que desde la organización han hecho por incluir a más mujeres en un género dominado por los machos– tuvo lugar durante varias horas en el escenario club. Después del UK bass de la norirlandesa Or:la y del groove de la neerlandesa Carista, llegó uno de los platos fuertes del cartel: Peggy Gou. La coreana levantó a medio festival desde su mesa con los ritmos de Starry Night y desató una locura sin precedentes. No moverse estaba prohibido.
La noche y el festival lo cerró la leyenda del género, el inventor de prácticamente todo. Laurent Garnier intentó dejar la huella que solo los pioneros pueden dejar en un público que se arremolinaba para escucharle. Todo estaba listo para un final de fiesta que solo se vio empañado por los fallos de sonido y por la bajada del mismo a mitad del dj set. Esta es una tarea pendiente para 2020, porque si bien en cualquier festival de música el sonido no puede ser baja, en uno de música electrónica debe ser prioridad absoluta.
Gastronomía, arte, gaming y sostenibilidad
La música era el gran reclamo, y con un cartel exquisito Paraíso logró lo fundamental –a pesar de los ya mencionados problemas de sonido–. Más allá, lo demás son extras a considerar. La falta de colas para casi todo –desde recargar pulseras, pedir consumiciones o ir al baño– son ya una insignia de Paraíso. Y es que, aunque se notaba que había más gente que en la anterior edición, la comodidad y accesibilidad de Paraíso son sus principales bazas. Al fin y al cabo, tener el metro en la puerta en un festival de estas características es un factor muy relevante a tener en cuenta.
La zona gastronómica era más variada que el año pasado, incluidas las opciones veganas y sin gluten, y su ubicación era perfecta para poder ver lo que se cocía en el escenario club a la hora de la cena.
Como en su primera edición, Paraíso ofrecía a sus asistentes un área de gaming para descansar de la música e instalaciones artísticas. Algunas de ellas, en colaboración con los alumnos de Bellas Artes de la propia Universidad Complutense.
La sostenibilidad[contexto id=»381730″] es una de las banderas del festival, y en esta edición lo han vuelto a demostrar. La limpieza del festival, impoluto a cualquier hora –sobre todo para un evento de estas características– llegaba de la mano del reciclaje. Los vasos de plástico tenían un coste extra y este año, como novedad, se podía dejar el vaso en la barra sin recargo extra para poder bailar libremente. Una experiencia completa que, a falta de arreglar los problemas puntuales con el sonido, puede convertir a Paraíso en apenas dos años en una de las citas referentes con la música electrónica en España.