'El Gatopardo', la reedición del clásico de Giuseppe Tomasi di Lampedusa
Las matemáticas son protagonistas en este clásico de la literatura
Estoy leyendo (en realidad, releyendo) la obra (ya un clásico) de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, El Gatopardo, en la cuidada reedición de Anagrama. Incluye no solo la considerada versión final de la novela, sino además un estudio de Gioacchino Lanza Tomasi, ahijado del escritor.
La novela (o mejor, el relato histórico) muestra la afición del protagonista a las matemáticas, mano a mano con otro de los personajes claves en el libro, el padre Pirrone.
Esta es la única obra de Lampedusa, que al final de su vida la decidió escribir. El relativo éxito tardío de su primo el poeta Lucio Piccolo le llevó a hacer la siguiente consideración en una carta: “Con la certeza matemática de no ser más tonto, me senté ante mi mesa y escribí una novela”.
El Gatopardo fue rechazada por algunas editoriales y su autor no pudo verla publicada. Generó una gran controversia en Italia (Lampedusa fue acusado de reaccionario), pero finalmente se ha convertido en un clásico indiscutible.
Como su ahijado Tomasi proclama, el protagonista, Fabrizio Corbera, príncipe de Salina, es en efecto Giulio Fabrizio, príncipe de Lampedusa y bisabuelo del autor. Este confirma además que todo lo que se cuenta es real: la gran estatura del príncipe, su carácter violento y, cómo no, su gusto por las matemáticas y la astronomía.
El Gatopardo retrata una época de decadencia de la nobleza absolutista del Reino de las dos Sicilias. Tras la revolución garibaldina, pasa a ser en parte sustituida por una burguesía amparada en una monarquía liberal, pero manteniendo el mismo nivel de corrupción. Unas élites se sustituyen por otras, siguiendo la ya universal frase de “todo debe cambiar para que todo siga igual”.
En medio de esta nobleza decadente, el príncipe de Salina pasa por un extravagante. Como muestra, su interés por las matemáticas y la astronomía.
Durante el baile en Palermo en la sexta parte del libro, el autor comenta (páginas 240 y 241): “Entre aquellos señores don Fabrizio tenía fama de ‘extravagante’; su interés por las matemáticas les parecía casi una perversión pecaminosa, y si no se hubiera tratado del Príncipe de Salina, si no hubieran sabido que era un excelente jinete, un cazador infatigable, y, mal que bien, un aficionado a las faldas, sus paralajes y sus telescopios quizá le hubiesen valido la expulsión…”.
El príncipe lamenta a veces no haberle dedicado más tiempo a las matemáticas y la astronomía. Al final de la sexta parte del libro (página 254) decide volver a pie de un baile en Palermo. Reflexiona al observar las estrellas en el incipiente amanecer: “Como siempre al verlas se sintió reanimado; tan lejanas, omnipotentes y al mismo tiempo tan dóciles a sus cálculos; todo lo contrario de los hombres, siempre demasiado cercanos, débiles y sin embargo tan tercos”.
Sin duda el jesuita padre Pirrone es uno de los personajes fundamentales en la historia: es el ayudante matemático y espiritual del príncipe de Salina. La quinta parte del libro está dedicada a conocer sus orígenes y milagros.
En la página 218 se puede leer: “El padre Pirrone pensaba que el mundo debía ser como un gran rompecabezas para quienes no supiesen matemáticas ni teología. ‘¡Oh, Señor, solo tu Omnisciencia podía inventar tantas complicaciones!’”.
La novela describe el despacho modesto donde trabajaba el príncipe. Entre recuerdos de cacerías, “una alta y estrecha librería colmada de revistas sobre matemáticas confería un aire de nobleza a otro de los muros” (página 192).
Otro de los espacios favoritos es el observatorio: “Subió por una larga escalerilla y desembocó en la gran luz azul del observatorio. Con el aspecto sereno del sacerdote que ha dicho la misa y ha tomado un café fuerte con galletas de Monreale, el padre Pirrone estaba sentado, sumido en su fórmulas algebraicas” (página 65).
Valgan estas líneas no para defender que El Gatopardo sea un libro sobre las matemáticas, sino para mostrar cómo estas son muchas veces protagonistas escondidas. En este caso, el refugio racional en un mundo de fingimientos.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.