Eva Baltasar: “Las incongruencias nos debilitan”
Tras el éxito de ‘Permafrost’, Eva Baltasar regresa a las librerías con ‘Boulder’, la historia de una mujer que disfruta con la soledad.
Tras el éxito de Permafrost, la escritora catalana regresa a las librerías con Boulder, publicada originariamente en catalán por Club Editor y en castellano, por Literatura Random House. Boulder cuenta la historia de una mujer que disfruta con la soledad. Tras pasar una larga temporada en un barco mercante navegando por el cono sur, decide seguir los pasos de Samsa, la mujer de la que se ha enamorado. Ambas se instalan en Reikiavik. Boulder se adapta a la nueva vida por la que ha apostado, pero no es fácil y todavía lo será menos cuando Samsa tenga el deseo de ser madre, deseo que Boulder no comparte.
Boulder es su segunda novela, tras el gran éxito de Permafrost. ¿Miedo?
No, ningún miedo. Empecé Permafrost sin ser consciente de que estaba escribiendo una novela. Una vez la terminé, me desentendí bastante y todo lo bueno que llegó después fue una sorpresa: el gran recibimiento por parte de la crítica y los lectores, el Premi Llibreter, las traducciones… Yo soy bastante zen, lo vivo todo con mucha tranquilidad y, a la vez, con mucha alegría. Con Boulder, la experiencia de escritura fue algo similar. Me costó mucho y solo al tercer intento salió. La luché y, cuando estaba a punto de rendirme, me di cuenta de que tenía que encontrar una imagen a partir de la cual empecé. Y así conseguí escribirla. Y tengo que decir que estoy contenta porque he conseguido escribir la novela que yo quería. Ahora que sea lo que tenga que ser.
Y esa primera imagen fue la del barco mercante.
Esta imagen tiene su origen en un hecho autobiográfico: con veinte años, viajando como mochilera, una noche de temporal compré junto a más gente un pasaje para que un barco mercante me llevara de Chiloé hasta el continente. Fue una travesía horrible, con una tormenta terrible. Yo me encontraba fatal y no sé cuántas veces a lo largo de la noche subí hasta la cubierta para poder ir al baño. Creí que me moría. Eso sí, por la mañana, con el mar ya en calma, fue otra cosa. Soy una persona muy curiosa, así que pedí ir al puente de mando junto al capitán y fui testigo de un amanecer glorioso. Al desembarcar, evidentemente me fui por mi cuenta, pero me quedó una sensación extraña. Quizás, pensé, de haber viajado sola le hubiera pedido al capitán si me podía quedar. Y es que, a pesar de esa mala noche, me encantó la experiencia, fue tan intensa que la gocé muchísimo. Así que, cuando en la tercera redacción de la novela recordé aquella noche y se me apareció la imagen del barco mercante, tuve claro cómo iba sería la protagonista y la historia que iba a contar.
Tanto en Permafrost como Boulder hay elementos que apelas a su experiencia personal. ¿Qué peso tiene lo autobiográfico a la hora de crear?
No tiene mucho peso, la verdad. En este caso, es cierto que el punto de partida de la novela es una experiencia mía, pero, la historia de Boulder no tiene nada que ver con la mía. Es verdad que la mirada de la protagonista de Permafrost como la de Boulder tiene mucho de la mía. Ten en cuenta que en ambas novelas hablo de la maternidad, experiencia que yo he tenido. He sido madre biológica dos veces. Gocé mucho de la experiencia, del embarazo, de la crianza, de la lactancia… pero sí es cierto que, como Boulder, he sentido en ciertos momentos la incomodidad de quien se pregunta qué estoy haciendo, en qué me estoy convirtiendo. En este sentido, creo que me cuelo en los personajes de la novela a través de su mirada y de sus voces. Como te decía, tengo algo de Boulder, pero también de Samsa.
Permafrost, Boulder y, en un tiempo, Mamut. ¿De dónde le viene este interés por el frío?
No sé de dónde nace. Debe ser de ese tipo de intereses que una tiene sin entender muy bien por qué. Lo que sí es cierto es que la soledad, que es un común denominador de mis dos protagonistas, siempre se ha asociado a la frialdad. No tiene que ser necesariamente así, pero existe este tipo de asociación. Permafrost hace referencia a esa capa de hielo que aísla a la protagonista de todo y de todos, mientras que Boulder alude al carácter de la protagonista, que es como una roca solitaria a la intemperie que se va desgastando. De ahí que haya situado la acción en el cono sur y en el cono norte, es decir, en lugares con un clima extremo, en islas desiertas y extremadamente frías.
Boulder es una mujer que busca la soledad, pero acaba renunciando a ella.
Ella es una mujer que quiere estar sola. La soledad es su forma de vida. Lo que sucede es que, un día, conoce a Samsa y decide irse a vivir con ella. Esta decisión resulta algo incongruente en alguien como ella, que desea estar una soledad a la que termina renunciando. Las incongruencias nos debilitan a todos y, tarde o temprano, terminan por convertirse en un problema. Y esto es precisamente lo que le pasa a Boulder: en cierta manera, va llevando bastante bien su relación, pero de pronto aparece el deseo de maternidad de Samsa, deseo que Boulder no tiene. Ella no quiere ser madre, sin embargo, termina siéndolo, una vez más, termina cediendo al deseo de Samsa. De esta manera, a medida que pasa el tiempo, Boulder se va separando de lo que es su esencia. Es cierto que intenta preservar espacios para estar sola. Abre un food truck en la que solo trabaja ella haciendo empanadas. La food truck se convierte en su casa, como también la taberna, donde se encuentra siempre con un buen amigo. Y es que un amigo es algo muy distinto a una pareja: ni le pides nada ni esperas nada de él. En la pareja, las cosas son más complicadas.
La vida cambia para Boulder no solo en relación con la soledad, sino también al sexo: la vida en pareja y, sobre todo, la maternidad conllevan un cambio radical en la vida sexual de las dos mujeres.
Para Boulder, el sexo es muy importante y nota que, tras el embarazo de Samsa, va desapareciendo. Y, tras nacer la niña, se siente puesta a un lado y, sobre todo, siente que ha desaparecido esa vida sexual que tenía antes con Samsa. Por esto, sobrevuela la idea de la infidelidad como forma de apagar un deseo físico, una necesidad. Y es que, de la misma manera que necesita la soledad, Boulder necesita el sexo, pero no encuentra que haya posibilidad de satisfacer esta necesidad dentro de esa familia que se ha formado tras el nacimiento de la niña.
Si el relato romántico nos dice que antes aparece el amor y luego el sexo, para Boulder es todo lo contrario: el sexo es lo que provoca su enamoramiento de Samsa.
Sí, ella es una persona muy física. De hecho, cuenta que, cuando vivía en Barcelona con un trabajo absolutamente precario, sus amantes eran siempre fugaces. Ella buscaba sexo, no quería establecer una relación sentimental más o menos seria con nadie. Y, en un principio, Samsa debe ser eso, una amante fugaz. Lo que sucede es que Boulder termina por enamorarse de ella y aquí es donde empiezan los problemas y las incongruencias. Es muy fácil romper una relación sexual, pero cuando hay sentimientos de por medio se vuelve más complicado.
Uno de los temas que se aborda en la novela son las contradicciones inherentes al negocio en torno de la reproducción asistida.
Esta es una de las pocas pinceladas biográficas de la novela. Mi pareja y yo fuimos a una clínica de reproducción asistida y tuvimos una hija con una inseminación de donante anónimo. Yo lo hice convencida de lo que hacía, pero hay un momento del proceso en el que intentas mirarlo desde fuera y es inevitable preguntarte qué estás haciendo. Estoy ahí, entregando un cheque o pasando la Visa para poder quedarme embarazada. Boulder es consciente de que, de una manera u otra, está comprando un hijo. Evidentemente, su postura es muy extrema, pero yo también me planteé su momento algunas de las cuestiones que la incomodan y le hacen preguntarse sobre el sentido de la inseminación artificial. Y como a Boulder, a mí también me pasó que, el día de mi inseminación, había en la clínica una pantalla de televisión en la que se retransmitían las noticias de la BBC y veía imágenes de niños que se morían literalmente de hambre. Es imposible no pensar en el mundo qué hemos construido y preguntarse qué estoy haciendo yo ahí en esa clínica. Quise plantear estas preguntas en la novela, pero sin ir más allá; plantearlas y a ver qué pasa.
Y estas preguntas las planteas a través de imágenes, que muchas veces substituyen las palabras.
No me gusta regodearme en una idea, me gusta plasmarla a través de una imagen. Quizás tenga que ver con el hecho de escribir poesía. Intento decir mucho con pocas palabras; me interesa más mostrar que explicar. Me he formado como escritora escribiendo poesía, género que siempre está muy presente en todo lo que escribo. De hecho, en la novela cito un verso de uno de mis poemarios. No fue intencionado. Lo escribí y, justo después, me di cuenta de que era un verso mío, pero tuve que ir a buscarlo para asegurarme de no haberme equivocado, porque, como te digo, no fue voluntario. Soy una escritora muy inconsciente y, gracias a eso, descubro cosas de mí en la medida en que escribo.
Tú no te traduces. ¿Cómo es enfrentarte a un texto que es tuyo, pero que ha sido trasformado por otra persona y trasladado a otra lengua?
No sabría traducirme, porque el castellano no es mi lengua materna. Yo haría una traducción extremadamente literal. Sin embargo, Nicole d’Amonville Alegría, la traductora, ha hecho un trabajo fantástico tanto en Boulder como en Permafrost. Cuando te reconoces en la traducción de tu texto es que la traducción es perfecta y esto es lo que a mí me pasa cuando leo mis novelas en castellano. Para mí, Nicole es casi coautora de mis novelas. Por lo que se refiere a otras lenguas, no sé valorar con tanta precisión el trabajo de los traductores. Cuando me leo en italiano o en francés, reconozco el texto, me encanta como suena, pero no puedo hacer ninguna otra valoración.
Como poeta, ¿qué peso tienen las palabras?
Mis libros son cortitos, pero no son fáciles de traducir, porque la elección de cada palabra ha sido muy atenta, no hay nada que no sea muy pensado. Hay frases en Boulder que me han llevado de cabeza durante semanas y, aunque puede que no lo parezca a los lectores, busco que la prosa tenga un determinado ritmo o que las palabras tengan una determinada entonación y no otra. Así que puedo cambiar una palabra aguda por una llana o buscar un sinónimo de un término para que tenga un mejor ritmo la frase. En Boulder, por ejemplo, hay fragmentos en riman en “i” o en los que predominan los dodecasílabos. Y es que no me basta con que la frase sea correcta, necesito que tenga las sílabas justas. Seguramente se debe a mi formación como poeta…
¿Lees en voz alta?
No soy de leer mucho en voz alta. Lo que sí hago es que, por la tarde, cuando vuelve mi mujer le leo lo que he escrito por la mañana y, a veces, a leerlo en voz alta te das cuenta si el texto tiene el ritmo que querías o no.
Tanto en Permafrost como en Boulder muestras formas distintas de abordar la maternidad, un tema que parece despertar mucho interés últimamente.
Hay tantas maternidades como mujeres y hay tantas miradas sobre la maternidad como escritoras. Por lo que se refiere al gran número de novelas que abordan el tema, he de decir que no sigo mucho la actualidad. De hecho, ahora estoy releyendo a Joseph Conrad. Los periodistas me preguntáis y me doy cuenta de que hay un cierto interés sobre el tema, pero no puedo opinar. Lo que sí te puedo decir es que no me interesan las etiquetas, creo que tienden a encerrar el título y al autor en unos parámetros muy concretos, como si un libro no pudiera ser una cosa y la otra a la vez. Cualquier libro puede tener muchísimas lecturas. ¿Qué sentido tiene colgarle una etiqueta? Entiendo que una escritora quiera etiquetar su propia novela, pero nunca lo haría con los míos como tampoco lo haría conmigo misma. Yo me siento mujer y me siento lesbiana ahora. No sé mañana. Soy muy prudente o, al menos, intento serlo.
Y es que las etiquetas cosifican también a los autores, que, a veces, terminan por tener más protagonismo que su propia obra.
Claro. Y no hay que olvidarse que, en realidad, lo que interesa es el libro y ya está. La protagonista de Boulder es lesbiana porque yo lo soy. Si yo fuera hetero, mi protagonista sería hetero. En este sentido, a la hora de escribir me lo pongo fácil. Recuerdo que, cuando publiqué Permafrost en catalán, en la nota biográfica escribieron que llevaba una vida de simplicidad voluntaria. Y, de pronto, esta frase se convirtió en etiqueta y me convertí en la escritora de la simplicidad voluntaria. Y no es así. Llevo una vida tranquila, hago lo que me gusta, no estoy en el meollo, pero ya está.
¿Te sientes así más libre a la hora de escribir?
El no estar en el meollo, sin duda, me da más libertad. Hay quien me dice que me iría muy bien tener Twitter, por ejemplo, pero no veo la necesidad. No es que sea anti-redes; si algún día siento que debo tener Twitter, lo tendré, pero ahora no es el caso. Me gusta mi vida tal y como es; hago lo que me gusta: leer, escribir y estar con mi familia. Gracias al éxito de Permafrost, además, ahora me puedo dedicar exclusivamente a escribir y tengo más tiempo para leer y estar con mi familia. Por esto, estoy muy agradecida a los libreros que recomiendan mi obra, a los lectores, a los periodistas… Eso sí, disfruté tanto la escritura de Permafrost como la de Boulder. Cuando escribo, me concentro mucho. Es un tiempo sagrado y lo he vivido siempre con mucha paz. Escribo y luego voy a buscar a mi hija al colegio y disfruto igualmente jugando toda la tarde con ella
A propósito de lo que comenta, muchas autoras hablan de la dificultad de ser madre y escribir.
Como te decía, disfruto tanto el estar con mi hija como el escribir. No sería feliz si arrinconara los momentos de estar con mi hija para poder escribir. Escribo sin prisa. Afortunadamente, trabajo con Club Editor que respeta mis tiempos. A mí me va muy bien escribir tres horas al día y estar cuatro o cinco con mi hija. Cuando estoy con ella, cuando me dedico a mi casa o cuando cocino no pienso en que no estoy escribiendo. Disfruto cada momento.
Es decir, ¿para ti la escritura no implica sufrimiento?
Creo que fue Vivian Gornik quien dijo que todo escritor sufre. No es así. Si sufriera, no escribiría. Escribo porque me lo paso bien, porque es mi pasión y porque siento que estoy haciendo lo que tengo que hacer.