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Elvira Lindo: “La escritura ha sido un ejercicio de memoria”

Con ‘A corazón abierto’ (ed. Seix Barral) Elvira Lindo nos ofrece su libro más personal, su novela más íntima.

Elvira Lindo: “La escritura ha sido un ejercicio de memoria”

Muchos comenzamos a leer a Elvira Lindo siendo unos niños con Manolito Gafotas y, a medida que nos hicimos mayores, descubrimos a la autora que se escondía tras las aventuras de aquel niño algo gordito de Carabanchel. Descubrimos así a la novelista y también a la periodista. Ahora con A corazón abierto (ed. Seix Barral) Lindo nos ofrece su libro más personal, su novela más íntima. Tras diez años sin publicar ninguna novela, la escritora se adentra en la historia de sus padres, una historia de amor protagonizada por un hombre peculiar, contradictorio, viajero, y una mujer profundamente enamorada de su marido y siempre envuelta de un halo de fascinante misterio. A través de sus padres, Elvira Lindo recorre la segunda mitad del siglo XX y narra esa generación que vivió la guerra de niño y se hizo adulta en la mísera y gris década de los cincuenta.

 

Has comentado que querías dar un aire novelesco a la figura de tus padres. ¿Cómo has equilibrado lo autobiográfico con el elemento novelesco o, incluso, con la ficción?

Vivimos unos tiempos en los que gran parte de la promoción y también de las críticas tienden a centrarse en el género al que supuestamente pertenece el libro. Mi intención siempre fue escribir una novela y, de hecho, si llego a vieja y escribo unas memorias, serán muy distintas de A corazón abierto. Mi padre tenía en su forma de ser algo novelesco, algo de extraordinario; buceando en el archivo familiar encontré muchas cosas que a mí me extrañaron hasta el punto de que mis padres empezaron a parecerme como dos desconocidos. Y esta extrañeza fue el punto de partida. Sabía que mis padres habían estado muy enamorados, pero a través algunas fotos vi que había una pasión real. Además, aquellas instantáneas no se parecían mucho a las que se solían hacer los novios de los años cincuenta: eran muy expresivas y naturales. En ellas, salta a la vista el amor y el deseo que hay entre ellas. A la hora de ponerme a escribir, decidí ser fiel a su carácter, pero, por lo demás, la construcción del libro, que es lo que me resultó más difícil, fue novelesca: yo quería provocar una impresión al lector, quería que hasta que no terminara el libro no tuviera una idea total de lo que se contaba. En este sentido, creo que llevé la historia de mis padres hacia el terreno de la ficción, pero estoy dispuesta a no discutir con nadie sobre el género del libro. Mi mayor pretensión es que el libro conmueva y que los lectores encuentren una verdad, la literaria, la memorialística…la que quieran.

Por un lado, A corazón abierto va más allá de la figura de sus padres y relata una época, desde la posguerra hasta los ochenta.

No es una cosa que me planteé. Lo que ocurre es que tuve que documentarme sobre los lugares y los momentos de los que fueron testigos mis padres y que yo no viví o viví siendo muy niña. Busqué información sobre cómo eran Cádiz y Málaga cuando mis padres eran muy jóvenes o como era el pantano de El Atazar de mi infancia. Por tanto, hay una investigación previa a la escritura. Eso sí, yo quería que toda esa información apareciera de forma sutil para el lector y que se integrara en la novela con total naturalidad, casi como un telón de fondo. Puesto que la novela deja cosas sin resolver, quería que lo concreto no quedara desdibujado; por eso, aparecen detallados los nombres de los lugares, el aspecto que tenían y el día a día que ahí se veía. Resulta curioso cómo, si hablamos de literatura española, a este ejercicio de concreción lo tachamos con algo de desdén, de costumbrismo, pero si pensamos en la literatura norteamericana, lo definimos como realismo. Yo no conozco una literatura que no precise los lugares por donde pasan los personajes. Y creo que ha habido una especie de complejo debido a que lo nuestro nos parecía menos literario o menos poética.

¿Se ha menospreciado el realismo?

Sin duda. Tengo la sensación de que este menosprecio es el resultado de un complejo de país cerrado y poco cosmopolita. Por esto más de uno ha defendido la idea de que la literatura tenía que aspirar a un cierto cosmopolitismo, que, en ciertos casos, sin embargo, resulta muy ramplón. Y se olvida que, en la literatura norteamericana, los personajes que, por ejemplo, viven en Nueva York viven en una calle, frecuentan un bar del barrio, pasean por un determinado lugar… Hay también un costumbrismo como lo puede haber en nuestra literatura.

Antes te comentaba que A corazón abierto retrata una época. Asimismo, también puede decirse que retrata a una generación.

Como te decía antes, no pensé en hacer el retrato de una época, pero sí es cierto que Antonio, que fue la primera persona que leyó el libro, me dijo que A corazón abierto era una novela que recorría el siglo XX. El libro gira en torno a la figura tan peculiar de mi padre, pero los primeros lectores están encontrando ahí elementos de su propia vida. Más allá de que no era mi pretensión hacer una novela generacional, en A corazón abierto hay elementos que describen a la generación de mis padres y también a la mía, elementos que permiten reconstruir cómo era el país de los años cincuenta y cómo se fue desarrollado en las décadas siguientes o que permiten observar el papel del padre de familia dentro de casa y el papel de la mujer.

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Imagen vía Seix Barral.

Respecto a esto, cuentas la relación de tus padres, describes su matrimonio, pero no lo haces desde la lógica del presente.

Creo que ahora hay una especie de ideologización de la literatura y parece que todo ha de medirse con los parámetros del presente, con nuestra propia manera de pensar. Y no era esto lo que yo quería hacer. Mi intención era la de observar a mis padres, a esa pareja formada por Manuel y Antonia, y narrarlos. No hubiera tenido ningún sentido que yo corrigiera su comportamiento, lo dulcificara o lo criticara. Yo les dejo comportarse tal y como lo hubieran hecho, sin recriminarles ni corregirles nada, pues bastante trabajo les costó el propio esfuerzo de vivir. Algunos podrían decir que puede haber una falta de pudor en mostrar a tus padres en su vida íntima, pero yo no lo hago para juzgarles. Como te decía antes, he tratado de no traicionar su verdad y, sobre todo, he intentado acercarme a ellos con mucho respeto y compasión.

Tu padre era una persona contradictoria: un hombre conservador en algunos aspectos, pero abierto en otros, profundamente anticlasista y con actitudes algo machistas.

Sí, mi padre era muy contradictorio y diría que lo que le hacía ser contradictorio era, sobre todo, la presencia de mi madre. Era un hombre muy enamorado y, a la vez, muy celoso. Y los celos lo sacudían. Quería que sus hijos estudiaran y vieran el mundo, pero, al mismo tiempo, tenía miedo de perdernos, se preocupaba por nuestra seguridad y, por tanto, terminaba por convertirse en un padre sobreprotector que nos metía muchos miedos en la cabeza. Luego está esa actitud suya contra el clasismo que comentas. Él había sufrido mucho por ese clasismo que caracterizaba a la sociedad de su época y, precisamente por esto, todo gesto clasista le molestaba mucho y defendía que los niños nos teníamos que mezclar. Por otro lado, fue un hombre machista con su mujer, pero no conmigo. Aquí se ve de qué manera, con el pasar del tiempo, van cambiando las actitudes de las personas, que no son siempre iguales. Creo que la de mi padre fue una generación a la que no le hemos celebrado lo mucho que han cambiado.

¿En cierto sentido tu padre comprendió que sus hijos inauguraban una nueva época?

Exactamente. No hay que olvidar que aquella generación fueron niños de la guerra que, al crecer, pasaron la posguerra trabajando. En la novela, he omitido algunos episodios de la vida de mis padres, porque, de lo contrario, habría continuado escribiendo sin saber cuándo poner punto final. De entre todos esos episodios, no está de más recordar que ellos, como todos los de su generación, tuvieron que enfrentarse a un cambio social radical, a ese nuevo escenario que vivió mi generación. Me refiero a los años ochenta, con el cambio de paradigma que supuso y con todas las libertades que llegaron. Fueron una fiesta, pero la generación de mis padres fue, en parte, una pesadilla, al ver cómo sus hijos se les iban de la mano. Con la llegada de las libertades, llegaron también las drogas y aquellos padres y madres tuvieron que enfrentarse con algo totalmente nuevo. Te diría que aquella generación vivió los grandes acontecimientos del siglo XX:

No es fácil adaptarse a un nuevo paradigma cultural y moral. ¿Para tu madre fue más difícil adaptarse que para tu padre?

No es nada fácil. Con la llegada de los años ochenta, todo se desmadró un poco y, en el caso de los ejecutivos, como lo era mi padre, pasaron del coñac al whisky. Para ellos, aquellos años significaron también una ventana abierta de libertad y nosotros, mis padres, mis hermanos y yo, lo vivimos desde Mallorca, donde, gracias a los turistas, las costumbres se liberalizaron mucho antes que en la península. A mis padres le tocó vivir este capítulo de la historia de España, un capítulo que para mi padre fue muy excitante, pero no tanto para mi madre.

Tu madre, como tantas mujeres, renunció a una vida propia y siguió a su marido en sus constantes desplazamientos por motivos laborales.

Aquellas mujeres asumían que, en nombre del progreso de su marido, no podían elegir qué vida querían llevar. De todas maneras, más allá de los elementos en común con otras mujeres, diría que mi madre era una persona con un halo de serenidad, de dulzura, pero también de misterio. Era una mujer muy delicada y con unos raros encantos. Como muchos niños, había tenido que abandonar la escuela a causa de la guerra, pero poseía una elegancia natural que era muy evidente. Volviendo a lo que me preguntas, mi madre sentía un enamoramiento un poco paralizante hacia mi padre. Hay veces que ese amor la hacía comportarse de forma algo sumisa y es que, más allá de su carácter, el amor la obnubilaba. No creo, de hecho, que fuera una persona sumisa para todos.

Perdiste a tu madre siendo muy joven.

Al hacer ese ejercicio de mirar las cosas con la mirada de entonces o, como diría Lorca, con aquellos ojos míos de entonces, he descubierto muchas cosas de lo que fue mi relación con ella. A lo largo de la escritura, he recuperado recuerdos completamente olvidados y he podido reproducir momentos o conversaciones con mi madre que hasta entonces yo había apartado de mi memoria. En este sentido, la escritura ha sido un ejercicio de memoria y, a pesar de estar recordando cosas que al lector le puedan parecer tristes o conmovedoras, la escritura de A corazón abierto me ha proporcionado momentos de felicidad. He estado muy a gusto viviendo o reviviendo no sólo capítulos de mi infancia, sino también de la vida de mis padres antes de que yo naciera. Me he sentido cobijada por ese pasado y, seguramente por esto, había una reticencia por mi parte en el hecho de tener que entregar el libro a mi editora.

En el libro, comentas, por ejemplo, que tu padre nunca utilizaba el término “homosexual”. En este sentido, ¿has intentado ser muy escrupulosa a la hora de ser fiel a cómo hablaban tus padres?

Antes comentábamos que no se puede juzgar el pasado con la mirada del presente y lo mismo pasa con el lenguaje. En algunas entrevistas, me dicen que mi padre fue maltratado de niño o que le fue infiel a mi madre, pero yo no lo veo así, no en estos términos. Mi padre nunca utilizó la palabra “maltrato”. A él le pegaron como pegaban a muchos niños. Evidentemente esto marcó su carácter, pero “maltrato” era una palabra que para él no existía y, de hecho, se hubiera extrañado si alguien lo hubiera definido como un niño maltratado. Lo mismo pasa con la palabra “infiel”. Probablemente, mi padre se sintiera con el derecho de tener aventuras y, probablemente, no considerara estas aventuras como una infidelidad. Yo procuro no introducir jerga o vocabulario que no existía en la vida de mis padres. Y por lo que se refiere a la palabra “homosexual”, mi padre casi nunca la utilizó y menos todavía delante de sus hijos. Como tampoco decía tacos delante de nosotros o, si alguna vez decía uno, antes nos advertía, casi como queriéndose justificar.

Cuentas cómo siendo una adolescente te afiliaste a las Juventudes Comunistas en un momento de máxima politización.

La vida de los barrios cambió absolutamente con la politización. Si tenías hermanos mayores, como era mi caso, crecías en medio de esta politización. Y, por esto, por querer imitar a mis hermanos, me afilié muy pronto a las Juventudes Comunistas, sin tener muy claro lo que hacía. De hecho, en el libro quería reflejar la empanada mental política, sexual… Recibía muchísima información, pero no sabía cómo procesarla. Mi madre, además, estaba muy alertada conmigo.

¿Estamos viviendo un momento de fuerte repolitización?

Los años ochenta fueron años muy despolitizados y en los noventa, años de bonanza económica, casi estaba mal visto estar politizado o ser muy de izquierdas. Hoy la gente siente que está viviendo un mundo extraño, con pocas expectativas y pocas esperanzas. Es lógico, por tanto, que haya una necesidad de politización; lo que no sé es si esta politización es, a veces, muy confusa. De todas formas, también lo era en mis años adolescentes: había cinco partidos de izquierdas y todos se llevaban a matar. De todas formas, aun habiendo una similitud entre aquellos años y el presente, creo que nuestra politización era más esperanzadora con respecto a la de ahora. Lo que me parece más triste del presente es precisamente que las expectativas son mucho menores a las que nosotros teníamos.

¿Crees que hoy hay poca esperanza? ¿Corremos el riesgo de caer en el cinismo?

No hablaría de cinismo, no creo que sea este el término apropiado. Lo que digo es que, a finales de los setenta, había una esperanza de que las cosas cambiaran, de que las libertades aumentaran, de que nuestras vidas fueran distintas a las de nuestras madres, que, a su vez, tenían la esperanza de que sus hijos tuvieran un futuro más próspero. Volvemos a la cuestión terminológica: había cosas que no se nombraban o, por lo menos, no se nombraban como hoy. Pienso por ejemplo en el feminismo; quizás no era un término recurrente, aunque lo viviéramos en nuestras propias carnes. De lo que no hay duda es que ahora, a diferencia de antes, somos capaces de percibir que el movimiento feminista ha estado hasta ahora fuera de las aspiraciones de los partidos de izquierda. De hecho, creo que los partidos de izquierda no se pueden apropiar del feminismo, sino que deben ponerse a la cosa. Y es que el feminismo ha estado más vinculado al activismo que al partidismo. En mi novela, todos los personajes tienen esperanzas en el futuro y hoy nos estamos encontrando con que el futuro es el presente y nos está provocando un sentimiento colectivo de desesperanza o de desaliento.

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