En The Objective tenemos el placer de publicar en exclusiva los primeros capítulos del nuevo proyecto literario del novelista Álvaro del Castaño, Desde mi ventana, escritos en Londres durante los días de cuarentena.
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Inés, viniste al mundo en plena pandemia, colándote entre las rendijas del alborotado mundo, casi con un billete de segunda clase. Algarabía, llegaste en el tren del amanecer, el de los que llegan a su destino, y esta vez se presentó de repente y sin anunciarse. Enfrente, en el otro andén, en el del silencio, esperaban amontonados y sorprendidos los pasajeros del tren de la noche. Era el andén de los que se iban, los que se despedían de la vida, y el de los que ya no tenían prisa por nada.
Unos van y otros llegan. Ley de vida.
Recuerdo a Shakespeare: lloramos al nacer porque venimos a este inmenso escenario de dementes.
Inés, el escenario no estaba listo para ti, ni la función se había estrenado. Las candilejas no estaban prendidas. Pero no te preocupes: tú no viniste a destiempo, ni tampoco a una función de locos. Llegaste cuando lo quiso Dios. No recibiste flores, ni cajas de bombones, ni escuchaste el estruendo de las risas de tu familia resonar entre las cuatro paredes de la maternidad.
Pero el amor te estaba esperando. El amor de madre no tiene guion, ni escenario, ni se raciona. Tu tiempo era ahora, en la peste, para enseñarnos a tener esperanza.
Tú has hecho del mundo un lugar mejor. Nos has iluminado con la luz de Madrid, y el corazón bohemio del jaleo de Sevilla. Eres un milagro de la naturaleza. Hija del tumulto. Hija de un maldito doble positivo.
Abriste los ojos, gritaste, rasgaste tus cuerdas vocales y escuchaste tu aflicción. Estabas espantada, pues nacer es atroz. Nacer es dolor, un dolor solidario y compartido entre la madre y su criatura.
Tu madre no pudo agarrarte entre sus brazos. Pero sí te mantuviste unida a ella, escuchaste su voz temblorosa y exhausta y te calmó su cercanía. Las lágrimas recorrieron sus mejillas dejando cicatrices en su alma, como surcos de agua en la tierra reseca tras una tormenta de verano. Esas perlas de amor que vadearon su rostro eran tu propia esencia, eran el espejo biológico de tu alma. Lloró ella, lloraste tú, las dos fuiste una. Escuchaste su respiración entre todos los ruidos, estabas cegada por la aterradora luz de la vida. Entre la confusión y el dolor solo pensaste en tu madre. Escuchaste su corazón cada vez más lejano, era tu brújula que se alejaba. Pero no habías naufragado, pues oliste su perfume de madre, narcótico maternal.
Nunca tuviste miedo, sabias que solo te esperaba el amor. Pero el amor de tu madre tendrá que esperar, creciendo desde su temporal lejanía. Ese amor es ahora una ola que coge fuerza en medio del océano, haciéndose cada vez más grande a medida que se acerca a la orilla. Es la fuerza que nunca cesa y solo crece, pues es el vigor de la física imparable de la naturaleza.
Ahora te espera otro amor maternal, más pausado y tranquilo. Es el amor que te acogió cuando llegaste, es el de la derivada matemática tuya. Un amor intenso rodeado de batas quirúrgicas, de plásticos y de paños. Amor con guantes de látex, amor de madre-de-madre. Amor que conoce el abismo del silencio. Amor de abuela, que se filtra entre los poros de su traje de contención, y que invade tu pequeño corazón. Despacio, esa dosis de amor penetra en tu sangre, lo bombea al corazón. Te calma y te recuerda que tú también eres carne de su carne.
Inés, estás en casa.
Dedicado a Inés, Anuca, Anita, Toni y José María, y a todos los padres y abuelos de los niños recién nacidos en esta pandemia.
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ÍNDICE
Capítulo 1: Tempus Fugit
Capítulo 2: Mi casa es mi castillo
Capítulo 3: La belleza de la amistad se encuentra levemente implícita
Capítulo 4: Mirada furtiva. Un cuento
Capítulo 5: El gran desnivel
Capítulo 6: Inés
Capítulo 7: Una idea original