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El vía crucis cinéfilo de Pablo Maqueda

El director estrena su carta fílmica de amor al séptimo arte ‘Dear Werner’

El vía crucis cinéfilo de Pablo Maqueda

En 1974, Werner Herzog se enteró de que su gran amiga Lotte H. Eisner estaba gravemente enferma. A modo de promesa, el director alemán decidió recorrer a pie y en línea recta la distancia que separa Múnich de París, la ciudad donde habitaba la escritora y crítica de cine. Los hay que peregrinan a Lourdes y a Fátima, que encienden velas, anclan candados a puentes y lanzan monedas a fuentes y pozos. El “soldado del cine” como así se ha autodefinido el realizador de Aguirre, la ira de Dios (1972), Nosferatu, vampiro de la noche (1979) y Fitzcarraldo (1982), optó por caminar 775 kilómetros con el deseo místico de que a su llegada al apartamento de Eisner, su admirada berlinesa siguiera viva. Con el tendón inflamado y los pies lacerados, llamó a la puerta de la fundadora de la Cinemateca francesa para descubrir que su anhelo se había cumplido.

Herzog rodó el acto de amor más grande de la historia del cine, pero en formato de libro. 45 años después, el director español Pablo Maqueda ha replicado aquel periplo épico y existencial para convertirlo en película, declaración de admiración a la carrera del cineasta alemán y viaje de autoconocimiento.

Como única compañía, el libro del director alemán Del caminar sobre hielo, una obra de Eisner que es todo un referente en el estudio del cine expresionista alemán, La pantalla diabólica, tres mudas, un polar, camisetas, pantalones, dos trípodes, un par de cámaras, dos ópticas, discos duros y ejemplares de la revista Caimán. Su llegada a París no lo deriva hacia la torre Eiffel, ni siquiera las ruinas de la malograda Nôtre Dame, sino La Cinémathèque, el templo de los amantes del séptimo arte. Este es el relato en primer persona de su vía crucis cinéfilo, que llega a nuestras pantallas este próximo 20 de noviembre.

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Imagen vía Pablo Maqueda.

Querido Werner…

En un primer momento, la película nació como un reto personal en un bajo momento profesional. Recibí un golpe muy duro a la financiación de mi película La desconocida que me supuse volver a la casilla de salida después de cinco años de trabajo. En ese momento me dije a mí mismo que no estaba dispuesto a que nadie me diera permiso para hacer cine: ninguna distribuidora, televisión ni agencia de ventas. El permiso me lo iba a dar yo mismo. Iba a rodar aunque me dejase la piel, aunque no tuviera cámara. Así que la carta no nació con la intención de llegar a su interlocutor, sino como una reflexión a medida que iba caminando y caminando, adentrándome en los paisajes que proponía Herzog en su libro. Hace un tiempo leí una entrevista que me dejó impactadísimo: a finales de los noventa, el cineasta catalán Marc Recha se fue a París a conocer a Robert Bresson. Aquella anécdota me transmitió que a los mitos también se les puede conocer. Para mí, Werner Herzog es alguien inalcanzable, un dios. En ese sentido, a medida que iba haciendo la película, pensé que sería bonito que el director alemán pudiera interactuar con ella, incluso reescribir partes y dialogar conmigo en algunos momentos.

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Imagen vía Pablo Maqueda.

Dear Pablo…

La película todavía no estaba montada, así que para ver su reacción, le envié un breve teaser en el que le explicaba que quería seguir sus pasos y le ofrecí aparecer en la película en un epílogo, caminando junto a mí. Me contestó que era muy cauto con toda la gente que se acerca a él para reflexionar sobre su cine y que le diera un tiempo. Cuando la tuve terminada, se la hice llegar y la recibió con mucho cariño. Me ayudó a revisar partes de su propia biografía e incluso me animó a reescribir partes del guion que a día de hoy son más valiosos para mí. Me dijo que mi actitud de joven cineasta le había recordado a la suya cuando rodó Nosferatu, rindiendo homenaje a Murnau. Se me ponen los pelos de punta al recordarlo. Ahí es donde su colaboración fue plena. Le pedí autorización para poder utilizar unos fragmentos del audiolibro en alemán, y él se ofreció a grabarlo de nuevo para la película en inglés. También acepto participar en el epílogo, caminando conmigo. Lo teníamos todo listo para rodar en Londres, pero llegó una pandemia mundial. Durante el confinamiento la película siguió reescribiéndose, porque me mandé mails y cartas con él. A día de hoy me sigue emocionando recordar cada correo arrancando con “Dear Pablo”. Ahí me di cuenta de lo hermoso que es hacer cine sin pensar en presupuestos, a un nivel industrial. Sólo por la emoción de rodar con lo puesto. Siempre he querido alternar proyectos grandes y pequeños. Me encantaría hacer esto toda mi vida: emocionar al espectador con lo que tenga a mi alcance, en definitiva.

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Imagen vía Pablo Maqueda.

Camino en la piel

El camino es tan importante ahora para mí, que me he tatuado la última frase de la peli: Seguir caminando. La metáfora del cineasta andando solo, bajo el frío, que plantea el libro es muy atractiva para llevarla al cine, porque refleja el camino difícil de la creación. En ese sentido me prepare para el rodaje seis o siete meses antes. Nunca me había enfrentado un reto así. Nunca he hecho el camino de Santiago. Lo que hice fue jubilar mi tarjeta del abono transporte e ir caminando a cualquier lugar en mi día a día. Por ejemplo, la ida y vuelta a mi trabajo en una agencia de marketing, del que me separa casi hora y cuarto. Mi reto era hacer 20 kilómetros al día. En el rodaje ha sido mucho más duro, ha habido jornadas de 70 kilómetros. Lo he hecho, básicamente, porque Herzog lo hizo. He intentado exponerme físicamente a lo mismo para que la película lo reflejara. Ha habido días que me he sentido como cuando él cuenta que tiene destrozadas las plantas de los pies y que siente los músculos de las piernas como tizas a punto de pulverizarse. Se podría decir que mi acercamiento ha sido similar al de un actor que investiga para un personaje empleando el método Stanislavsky.

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Imagen vía Pablo Maqueda.

Camina, camina, no mires atrás

No soy una persona que tire la toalla fácilmente: aunque esté en el suelo, siempre busco motivos para seguir levantándome. En este rodaje hubo días buenos y malos; jornadas que pasé muchísimo frío y otras de desaliento, porque sentía que no estaba grabando lo suficiente. Ha habido momentos muy duros en lo físico: he tenido los pies totalmente reventados, como dice Herzog en su libro, sufrí unas ampollas tan dolorosas que un día no me dejaron andar, pero me sorprendió lo que tardaron en salir. Ahí se notó mi preparación física, así que me sentí muy orgulloso. La meta era tan grande que me servía para animarme. Es una sensación que vivo al levantar cualquier proyecto, la de que lo único importante es seguir caminando.

Recuerdo varios momentos, sobre todo al arrancar la película, que es cuando subo la montaña y espero a que amanezca. Ese lapso de tiempo define muy bien este rodaje, aguardar tiritando bajo el frío a que salga el sol y disfrutar del proceso. Es algo que tenía muchas ganas de hacer y que ahora incluso echo de menos, sobre todo durante el confinamiento. Experimenté una

libertad y una soledad donde sólo estábamos yo y el paisaje. De forma que estás a solas con tus pensamientos, porque no tienes nada, no cuentas con un equipo al que agarrarte, y has de conseguir llevar a cabo el proyecto con una cámara.

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Imagen vía Pablo Maqueda.

Belén Funes en la mochila

La presencia del cartel de La hija de un ladrón entre los objetos que me acompañan durante el viaje es algo casual, un guiño a la revista Caimán, pero luego le he comentado a su directora, Belén Funes, que me hacía mucha ilusión que formara parte de la película, porque me parece una de las voces del cine español más importantes de los últimos 10 años. Si tuviera que elegir una de las películas capitales que define nuestro cine contemporáneo, ella estaría entre las primeras. Es una generación de cineastas a la que me gustaría pertenecer, por edad y por conciencia de clase. Tanto Belén como yo somos muy obreros, no tenemos pudor al hablar de nosotros mismos, de lo difícil que es hacer nuestro cine y llegar a fin de mes. Ese era también el objetivo que me marqué con Dear Werner, desmitificar la figura del cineasta, y no mostrarlo desde el éxito, la alfombra roja y los premios, sino desde el currar y trabajar día a día para sacar un proyecto adelante.

Un pulso al miedo

Cuando di mi primer paso, sentí miedo. La película también ha sido una herramienta muy poderosa para vencer el temor a lo desconocido, a la oscuridad, a grabar en mitad de un bosque, al reto físico… He llegado a pausar unos kilómetros por pavor a dislocarme una parte del cuerpo o a tener un calambre que me impidiera seguir. Los coches me asustan un montón, y la sensación de que te va a pillar uno es horrible. Caminar en mitad de un bosque, está bien, pero en una autovía, hay que tener mucho cuidado. Hay veces que las carreteras secundarias son muy estrechas y aunque de noche vayas con un frontal iluminándote, resulta pavoroso. Ahí entiendes perfectamente frases muy crípticas y abstractas del libro de Herzog. El terror a los tractores es un leit motiv constante en su texto. Pero el último término, es una experiencia que te curte. La primera noche rodando en mitad del bosque fue muy difícil: escuché sonidos que no soy capaz de describir. También me encontré con un perro salvaje y con un jabalí. Ahora mismo me siento muy capaz de hacer cualquier cosa, porque he sentido el miedo, lo he abrazado y he comprobado que los mismos animales tenían más miedo que tú.

En definitiva ha sido una mezcla entre terror y fascinación, una combinación extraña, pero muy positiva, porque he estado imitando la gesta de una persona que admiro y es un faro en mi vida a nivel cinematográfico.

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Imagen vía Pablo Maqueda.

La cueva de los proyectos suspendidos

El rodaje en la cueva es una licencia poética. Y, curiosamente, es el pasaje que más le gustó a Werner, porque es cuando menos hablo de él y más de mí. Surgió como una referencia muy clara a su documental La cueva de los sueños olvidados (2010). Tenía muy en mente la planificación de la puesta en escena, cómo Werner había iluminado la cueva solo con linternas y frontales. Resultó ser un rodaje muy complicado, pasé casi ocho horas dentro de la cueva en completa oscuridad, grabando con dos cámaras. Hubo un momento inolvidable, aquel en el que descubrí un higo colgado en la cueva y cuando me acerqué, resultó ser una banda de murciélagos. Me dio un ataque de nervios.

En un primer momento la idea era dedicar un minuto de silencio a todos los proyectos que se caen. En esa secuencia iba a reflexionar sobre los cineastas que no han conseguido levantar su carrera, pero a medida que iba trabajando en ella, decidí ser más positivo y motivante. Por mucho que hablemos de los demonios, intento abrazar los trabajos que quedaron por el camino, porque no hay que olvidarlos, ya que gracias a ellos somos quienes somos. No hemos de renegar de ellos.

Ha sido de las experiencias profesionales más importantes de mi vida. Estar solo en mitad del bosque, alejado de cualquier presencia humana a 20 kilómetros a la redonda, e intentar conseguir sacar oro de una localización en completa oscuridad, es algo que animo a experimentar a todo el mundo que haga cine. Ya habrá tiempo de pensar en un nuevo casting, pero intentemos emocionar con lo puesto.

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Imagen vía Pablo Maqueda.

Obsequio de la naturaleza

Mi imagen favorita de la filmografía de Herzog es el plano del río blanco en Aguirre, la cólera de Dios (1972) violencia pura de la naturaleza. En mi viaje, lo más arrebatador fue encontrar de manera casual una cascada de 20 metros de altura. Ir caminando por el bosque y encontrarme ese paisaje fue abrumador. No obstante, más que un momento concreto, destacaría la cotidianeidad de levantarme a las 4 de la madrugada caminando entre la niebla, a través de un paisaje nevado. Eso sí que fue inmersión. Todo un homenaje a Aguirre y a Fitzcarraldo (1982). Uno de mis mayores temores era enfrentarme a un reto como este y no encontrar imágenes potentes a nivel estético, espectaculares en lo visual. Como cineasta, si no lo hubiera conseguido, ya me hubiera encargado de que el guion tuviera mayor enjundia para intentar equilibrarlos, pero uno tiene que intentar sacar grandes paisajes. Es mi reflexión en el último plano de la peli.

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Imagen vía Pablo Maqueda.

La garrapata mortal y el oso reservado

Hay un refugio de osos en la Selva Negra, donde después de años de agonía en circos y laboratorios, los osos son los reyes. Es una reserva muy bonita donde ves y te reencuentras con la especie. Los seres humanos podemos llegar a ser los mayores torturadores de animales, pero también crear paraísos naturales para ellos. La aparición de osos en la película era muy importante como guiño a Grizzly Man (2005) y porque a nivel iconográfico es muy importante en la carrera de cine de no ficción de Werner.

El rodaje en la Selva Negra fue complicado, porque fue en enero, con todo el frío de cara y la presencia de una garrapata que tiene una picadura mortal. Se alternaban los paisajes nevados con los selváticos. Tenía que ir con tres capas puestas. A día de hoy, muchas veces pienso: “En menudo lío me metí”.

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Imagen vía Pablo Maqueda.guar

París, capital del cine

En la recta final del trayecto, la Cinemateca Francesa me comunicó que iba a apoyarme. Me hizo mucha ilusión que un templo cinematográfico mundial como el suyo me abriera su fondo documental. Pero sobre todo, que me ayudarán a averiguar la dirección de Lotte, porque Herzog no la indica en el libro. A través de varios especialistas que trabajan con ellos conseguimos averiguar el portal donde acabó el viaje. Podía haber terminado en el barrio de Lotte, Neuilly-sur-Seine, y hubiera tenido un clímax bonito, pero así hemos sido fieles a la historia y a la realidad, poniendo punto final a un peregrinaje mítico.

En París, también visité el cementerio del Père-Lachaise. Ese día de rodaje fue precioso, porque suenan unas campanas. Son las de los guardeses del camposanto y me sirvieron para unirse la secuencia del último plano del cementerio con la siguiente. Era muy importante que aparecieran las tumbas del fundador de la Cinemateca, Henri Langlois, y de Eric Rohmer, porque la nouvelle vague también es importante en la película. Es un homenaje al cine para trascender la figura de Herzog y que Dear Werner no quedé en una mera admiración de un fan hacia un director, sino en una reflexión sobre el oficio que yo amo, el cine.

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