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Cultura

Carta de amor a El Puerto de Santa María

A veces las ciudades te acogen o te rechazan como lo hacen los humanos. A veces tenemos que vivir en lugares que no queremos o decirles adiós aunque los sigamos queriendo

Carta de amor a El Puerto de Santa María

Inma Garrido | The Objective

Sabes, como yo lo sé, que lo nuestro no fue un amor a primera vista, Puerto de Santa María. La primera vez que te vi no me gustaste. Nuestra primera vez fue como esa primera cita con alguien de quien te han dicho que está hecho para ti, pero tú en vez de ir a corazón abierto, vas echando pulsos y con ganas de llevar la contraria. Lo digo por mí que cuando te conocí, te afeé tu decadencia.

Tampoco yo te gusté. Para hacérmelo saber, te reencarnaste en agente inmobiliario. Me diste plantón varias veces, me sacaste de quicio con tus “ahora sí, ahora no”, y me llegué a plantear irme a Cádiz o Jerez y dar lo nuestro por terminado antes de empezarlo. Pero no hay nada que no solucione poner los puntos sobre las íes a tiempo. Entonces tú te relajaste y yo, como Los Chunguitos, dije que me quedo contigo.

Firmamos la paz y cuando quise darme cuenta, me gustabas hasta con levante. Me brindaste una casa cerca del mar donde florecen incluso los cactus; y cada día ponías, antes que las calles, el sol en mi habitación para demostrarme que en Andalucía también se madruga.

Pronto empecé a hablarle de ti a todo el mundo, reconozco que me puse un poco pesada. Y tú me hiciste portuense y empezaste a presentarme a los tuyos. A Enrique García-Máiquez ya lo conocía, podríamos decir que él es nuestro amigo común, y quien hizo mucho más amable mi aterrizaje aquí.

Luego llegó Carolina Villarreal. Y gracias a ella te he conocido en unos meses como conozco ahora pocas ciudades en el mundo, incluso me he sacado el Nivel C2 de gaditano. Si ya sabía que aquí estaba mi casa, con Carol, además, me mandaste una familia adoptiva de padre, madre y tres hermanas.

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Foto: Inma Garrido | The Objective.

Dice el censo que somos ochenta y ocho mil setenta y nueve en El Puerto, y mi nombre y apellidos es de los últimos en aparecer en ese listado. Pero qué honor más grande cuando alguien me ha pedido recomendaciones para venir a verte, como si lo mío contigo fuese de toda la vida.

No me da miedo que salgas sonriendo pa la calle y otros puedan verte los hoyuelitos que te salen. Ni tampoco soy de quererte solo para mí. Así que para tu encuentro con ese nuevo visitante saco toda tu artillería, que se jodan y se enamoren de ti también. Les hablé de tus playas, tus calles y todos tus sabores. Así que les decía que no se perdieran la Iglesia Mayor Prioral ni la calle Palacios. Luego, que enderezasen por la calle Placilla hasta el Mercado de Abastos y se tomasen algo en el Bar Vicente, o los Pepes, como lo llamamos los portuenses. Y Obregón, no pueden dejar de ir a las Bodegas Obregón, en la calle Zarza, a tomarse un fino en rama y comer menudo o pollo al Pedro Ximénez.

Les decía también que fuesen a la Fundación Alberti. Los mandaba a la calle Luna a buscar un helado de teja de Da Massimo, porque, para quien no lo sepa, las tejas de El Puerto son las mejores. A pocos metros de la heladería las pueden comprar en Cien Palacios, que es quien hace estos dulces artesanos de almendra y están más buenos aún que hechos helado. Y antes del helado, qué buena idea es pasarse por la calle Misericordia y tomar el pan de la casa de carne mechá de la Bodeguilla del Bar Jamón. Y su salmorejo, subidito de vinagre. Y sus ostras. O el hígado, lengua o ajo caliente de Er Beti, que lo tienen al lado. Que comiesen un pescaíto frito en De Gonzalo, la ensaladilla de langostinos de Puerto Escondido o la pavía de merluza o carrillá de Casa Paco Ceballos.

Al atardecer, les recomendaba que no se perdiesen Puerto Sherry y mirasen Cádiz desde la Playa de la Murallita. Que se tomasen una pizza en la terraza de La Blanca Paloma. Y comieran y bebieran tranquilos en alguna de las terrazas que hay allí que, en cualquiera de estos sitios, si tiritas, no es por la cuenta, sino porque ha saltado el poniente. Por eso, aunque sea verano, en la Bahía de Cádiz hay que llevar siempre un yersi. Más conocido como “jersey” en el resto del mundo.

Carta de amor a El Puerto de Santa María
«En la Bahía de Cádiz hay que llevar siempre un yersi«. | Foto: Inma Garrido | The Objective.

Quiero decirte, Puerto de Santa María, que la mejor versión de las papas aliñás del mundo mundial las tienes tú en el restaurante El Laúl. En aquel jardín me han encontrado muchas noches de verano cenando papas, mollejas de cordero con alcachofas, atún de almadraba, dorada de estero con mojo canario y anchoas que trae María de Cantabria. Y en su barra, al ladito de su chimenea, también se me ha ido el sol alguna vez en invierno.

A estas alturas, ya sabes que soy más aprovechar la mañana. Por eso me dejabas preciosa la playa de Santa Catalina y una mesa reservada para desayunar en el Tk3 de El Manantial. No sé si tomar un brunch puede decirse que es desayunar de portuenses maneras, pero un gaditano dirá que esos platos tienen un bastinazo de cosas buenas. Y para bastinazo, sus cócteles a última hora de la tarde, con los pies en la arena.

Me pusiste cerquita de casa el The Surf House Café para que esos días de pereza o falta de tiempo pudiese encargarle un poke de atún o salmón a Vanesa. O un bagel vegetariano, o la hamburguesa de vacuno de la Sierra de Guadarrama. O para hacer de su bar una recepción de hotel y dejarle allí las llaves de mi casa para que las recogieran mis amigas.

Gracias por la Gipsy Gin, los vinos de la Bodega Forlong, por el fino Pavón y el amontillado de Gutiérrez Colosía. Gracias por la belleza de las Bodegas de Mora de Osborne, por su fino Coquinero y por las croquetas del Toro Tapas. Gracias por todos los olorosos y palo cortados portuenses y de tus bodegas vecinas de Jerez y Sanlúcar. Y por reconciliarme con los cream, medium y Pedro Ximénez. Puestos a hablar de reconciliaciones, las mías con los postres. Gracias por enseñarme que pecar no es tomar un postre sino saltarse la mousse de chocolate de El Faro de El Puerto. En lo que no te puedo dar las gracias es en haber transformado toda esta felicidad en una talla más de pantalones, pero esto también es responsabilidad mía.

Ya te habrás dado cuenta, querido Puerto, de que te estoy dando las gracias porque me estoy despidiendo de ti. No, no se nos ha acabado el amor de tanto usarlo. Al contrario, nuestro amor aún tiene el envoltorio de fábrica y está en garantía. Podríamos decir que vuelvo con un antiguo amor que se llama Madrid. Y que no es por ti, ni por mí, sino porque las cosas a veces vienen así.

Madrid y yo tenemos una relación abierta desde hace muchos años. Así que ya le he contado que te buscaré en sus calles y te seguiré bebiendo en sus bares. Y también le he dicho que voy a declarar un rincón de La Latina Distrito Puerto Norte-Norte. Y ella, tan abierta, me ha dicho que vengas a vernos cuando quieras siempre y cuando no te traigas el levante.

Estaré en Madrid, pero un poquito cada día me voy a quedar contigo. Espero que tú, aunque conozcas a otras, hagas lo mismo conmigo.

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