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Cultura

Parkland: una lectura terapéutica contra el gran problema gringo

En la tercera entrega de ‘Lecturas de Ultramar’ comentamos el segundo libro de Dave Cullen, un periodista especializado en cubrir los tiroteos masivos que ocurren en las escuelas norteamericanas

Parkland: una lectura terapéutica contra el gran problema gringo

El 14 de febrero de 2018 un fulano con mala pinta y una mochila a la espalda entró en un instituto de Parkland, barrio pudiente de la periferia norte de Miami, sacó el subfusil que había comprado (legalmente) un año antes y comenzó a disparar. Cayeron diecisiete personas –catorce adolescentes y tres adultos– y otras diecisiete fueron heridas.

Como suele ocurrir en estos casos, el suceso generó dos corrientes informativas. Por un lado, la gente quiso saber todo lo posible del perpetrador. ¿Quién era? ¿Por qué lo había hecho? No tardó en saberse que había grabado varias esvásticas en los cargadores de su subfusil y eso ya dio una idea de por dónde podía ir la historia. En cuanto a la primera pregunta, la respuesta llegó hora y media después del tiroteo, cuando la policía dio con el asesino, lo redujo y para dentro.

Resulta que el detenido era un chaval de diecinueve años llamado Nikolas Jacob Cruz que, sí, llevaba tiempo alimentando su huella digital con proclamas en contra de los negros, los musulmanes, los antifas y la policía. Esto último no casaba muy bien con sus muestras de apoyo a Donald Trump (Law & Order; Blue Lives Matter, etcétera) pero, puestos a buscar un relato coherente, tampoco cuadraba que un supremacista blanco se hubiese liado a tiros en el instituto de un barrio donde tres de cada cuatro vecinos son blancos.

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El instituto en el que ocurrió la masacre en Florida. | Foto: Rhona Wise | AFP

Total, que hubo que escarbar. Y escarbando se descubrió que el tal Cruz era un tipo con unos cuantos problemas mentales. Era, concretamente, un inadaptado social incapaz de controlar sus ataques de ira y con una depresión de aquí te espero que, para más inri, se había quedado huérfano tres meses antes de liarse a tiros. En otras palabras, y como a veces ocurre, todo parecía apuntar a que el discurso extremista no era más que un síntoma de la enorme tara que arrastraba el asesino. No una postura racional. (Se espera que el juicio, congelado a causa de la pandemia, pueda reanudarse a partir de septiembre.)

La segunda corriente informativa que generó el tiroteo de Parkland puso el foco en las víctimas. ¿Quiénes habían perdido la vida? ¿Cómo habían quedado los supervivientes? Y, por supuesto, la pregunta por excelencia: ¿había algún héroe en la sala?

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Hace veinte años, un periodista freelance llamado Dave Cullen quedó impactado por la masacre que dos chavales, Eric Harris y Dylan Klebold, protagonizaron en un instituto de Colorado antes de suicidarse. Tan impactado que dedicó los siguientes diez años de su vida a investigar por qué había ocurrido aquello. Una vez terminada, la investigación se tradujo en un libro, Columbine, que se vendió como churros ante el aplauso de la crítica.

Sin embargo, los galones tuvieron su precio: un trastorno de estrés postraumático que convirtió a Cullen en un tipo errático, disperso, incapaz de concentrarse y que al meterse en la cama rompía a llorar. Terminado el libro, y ante la gravedad de la situación, su psiquiatra le ordenó mantenerse alejado de ese tipo de masacres; nada de leer testimonios de los supervivientes hasta pasados unos días, nada de ponerse la tertulia del matinal para saber detalles, nada de indagar en esto o aquello. De modo que las siguió investigando pero a una distancia –en el tiempo y el espacio– prudencial. Hasta que ocurrió lo de Parkland. Ahí no cumplió. Tras enterarse de la escabechina ocasionada por Cruz agarró una bolsa, metió cuatro cosas y puso rumbo a Florida.

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Foto: Justin Bishop via Harpers Collins.

«Volé hasta allí ese mismo fin de semana», cuenta en el prólogo de Parkland: Birth of a Movement, su segundo libro. «Pero no para describir la carnicería ni, tampoco, el sufrimiento de las víctimas; lo que me atrajo fue un grupo de chavales extraordinario y lo que quería contar era la manera en la que respondieron a todo aquello. Hay restos de tristeza en esta historia, pero el relato no va de dolor. Estos chavales escogieron protagonizar una historia de esperanza».

Cullen se refiere a Emma González, David Hogg, Matt Deitsch y su hermano Ryan, Cameron Kasky  o Jackie Corin. Los impulsores, entre otros, del movimiento Never Again MSD (las siglas corresponden a su instituto, el Marjory Stoneman Douglas, donde Cruz desató los infiernos). Un movimiento que, al poco de crearse, convocó una marcha en Washington a la que se sumaron cientos de miles de personas; un movimiento que se embarcó en una road trip por medio país repleta de actos a favor de ejercer un control mayor sobre la tenencia de armas; un movimiento, en fin, que logró poner en jaque a la Asociación Nacional del Rifle al conseguir que el establishment político de lugares como Florida, un estado gobernado por aliados de Trump, implantase restricciones a la hora de adquirir armas de fuego.

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Imagen vía Harper Collins.

Y esa es la historia que cuenta Parkland: cómo y de qué manera un grupo de adolescentes asumió la tragedia vivida y resolvió echársela a la espalda para tratar de cambiar las cosas en un país que considera, Segunda Enmienda mediante, que las armas son sagradas y que, por tanto, no se tocan. Una historia, como bien dice Cullen, «de esperanza».  Puesto de otro modo: quien busque un libro parecido al que parió tras lo de Columbine que se vaya olvidando. Parkland no reconstruye, como sí hizo Columbine, la masacre y, desde luego, pasa por completo de sumergirse, como sí hizo hace una década, en la mente del asesino. Ya está bien, sostiene Cullen, de que cada vez que hay una escabechina de este calibre nos quedemos con el nombre del liante y nunca con el de quienes sufren su envite.

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Es un enfoque comprensible –uno tiene la impresión de que Parkland forma parte de la terapia del autor para reconciliarse con su estado mental– y está bien traído. A fin de cuentas, Never Again MSD es un movimiento que ha conseguido alcanzar metas que no eran fáciles. Además, estamos hablando de un puñado de chavalitos recién salidos del nido. Es decir: la historia tiene gancho, dosis de épica y, además, ofrece algunas lecciones.

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Memorial en Parkland en 2018. | Foto: Jim Watson | AFP.

No obstante, y pese a los aplausos recibidos por una parte del periodismo cultural estadounidense, es improbable que Parkland se cite antes que Columbine cuando alguien tenga que hablar del legado de Cullen. El primero es una crónica digna y puede que hasta necesaria en un país que ha registrado, en lo que llevamos de 2021, nueve tiroteos masivos que han dejado un total de 64 cadáveres. Una lectura inspiradora, ergo recomendable, pero hasta ahí. El segundo, en cambio, es una investigación de altura; un rayo de luz sobre un asunto harto mitificado. Lo que viene siendo una lectura indispensable. Otro nivel.

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