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Cultura

Jaime Rodríguez Z y la muerte del macho alfa

El autor reflexiona sobre su propia masculinidad a través de una decena de relatos que pasan de lo autobiográfico a la ficción

Jaime Rodríguez Z y la muerte del macho alfa

Gabriela Wiener

Hay hombres que llevan años en la oscuridad. En una cueva cómoda, donde se exponen, exhiben su vulnerabilidad a sus parejas, a sus amigos y compañeros de trabajo. Sufren de ansiedad o paranoia sobre lo que representan fuera de ese espacio seguro.

Desde la explosión de la nueva ola del feminismo[contexto id=»381722″] por el movimiento #MeToo, el debate sobre las nuevas masculinidades se ha hecho presente de la mano de esos hombres que han decidido salir de la cueva segura, protegiendo su vulnerabilidad dentro de ese rol llamado «ser hombre».

Dentro de esos hombres que han querido indagar e indagarse, el poeta y narrador peruano Jaime Rodríguez Z ha publicado Solo quedamos nosotros (Galaxia Gutenberg, 2021), una serie de relatos que definen cómo ha sido su ir y venir por aquello denominado «nuevas masculinidades».

Jaime Rodríguez Z: «Los cambios no solo suceden por una reevaluación que hagamos los hombres de nuestras tareas» 2

«Antes de que esto se hablara tan masivamente yo ya venía pensando en estas cosas, tratando de integrarlas a mi vida», afirma el autor, quien señala como grandes ayudantes de este viaje de descubrimiento a sus compañeras Gabriela –Wiener– y Rocío, mujeres con las que comparte una relación poliamorosa con sus luces y sombras.

Uno de los primeros relatos del libro confronta al lector con la masculinidad del hombre que se niega a ser vulnerable, a pesar de estar enfermo, de tener la Covid-19[contexto id=»460724″]. Rodríguez fue uno de los primeros enfermos por coronavirus en ingresar en la cama de un hospital madrileño, a pocos días de empezar el confinamiento. En el relato Iba a dictar un taller sobre nuevas masculinidades (cuando llegó la pandemia), Rodríguez desvela las contradicciones propias del rol masculino desde su propia experiencia. Desde darle su puesto o no a una persona mayor, ir a comprarle agua a las personas sentadas a su lado en la sala, pero que están enfermas desfalleciendo igual que él.

Ese cuidar, cuidar y cuidar versus sentir, sufrir y afirmar es lo que lo absorbe a la reflexión en esa sala de urgencias. Rodríguez necesita sentirse Tyler Durden en El club de la lucha. «¿Cómo nos ha afectado a los hombres la continua exposición a cierta idea de heroicidad y fuerza?», se pregunta en el libro.

No es de extrañar que vuelva a hablar de ese referente mientras me comenta sobre el libro ya que Tyler Durden es «este personaje que el protagonista se inventa, pero después sabemos que en realidad es su ideal de lo que sería ser un hombre mejor que él. No es una autoficción», afirma.

Para el autor, ese referente signa la masculinidad hasta su generación que es, quizás, cuando empiezan a revisitarse los roles de género, porque «sin duda, muchos de nosotros tenemos una especie de cosa ideal en la mente de lo que debe ser una persona, y eso está construido de muchas maneras por mandato patriarcal, por consumo cultural: en las películas, los cómics, porque siempre está el personaje heroico, pero un héroe silencioso a la vez».

Esa experiencia en el hospital también le generaba culpa a Rodríguez, culpa de pasar primero que la señora que llevaba, igual que él, más de un día esperando en una sala de urgencias. «Hasta ahora siento una culpa de no haber hecho esa cosa ‘heroica’», afirma. Esa necesidad de ser Superman lo signa: cuando habla por teléfono con su pareja también le miente, le dice que está bien aunque se sienta mal. «Es un cuestionamiento, la verdad. Para ser sincero, todo este es un cuestionamiento bastante gilipollas, pero es que, a veces, los hombres somos bastante gilipollas».

Jaime Rodríguez no se siente capaz de opinar sobre feminismo ni sobre las reflexiones de las mujeres «porque les corresponde a vosotras» la discusión, sin embargo, sí afirma que debe crearse «una discusión paralela que tiene que ver con nosotros mismos y que tiene que acompañar a la cuarta ola de feminismo que estamos llevando».

El silencio de los hombres

Una de los relatos de Rodríguez desvela a ese club de hombres que necesita una herramienta para definirse. El relato se basa en la comunidad EDC, siglas que, como explica el autor, pertenecen a Every Day Carry o eso que «llevo encima cada día». La narración expone cómo existe una comunidad de hombres que explican –a través de cientos de canales de Youtube– lo que llevan o «deberían» llevar los hombres en sus bolsos.

Bolsos de hombres como herramientas de representación, que lo determinan de muchas formas: desde el hombre tech, con su móvil y sus gadgets; hasta el gentleman, con su reloj; o el survivor, con su navaja o su cuchillo Gerber. Para el autor, las herramientas son las prolongación insensible del cuerpo del hombre, que lo convierte en alguien que debe arreglar algo, ya sea con un correo electrónico, pagando un servicio o destapando una lata en el campo.

Aunque Rodríguez define a los EDC como una comunidad pacífica donde lo único que intentan, en su pequeño terreno de poder, es arreglar algún problema y ser un Superman, lo que realmente los define es que son hombres que se van retrayendo. Según Rodríguez las generaciones mayores a las de él se van silenciando y, posiblemente, es más difícil llegar a ciertas formas de reflexión con respecto a la masculinidad.

«Hay cosas que los hombres no vamos a poder cambiar, que no cambiamos. Yo creo que lo que podemos hacer es admitir que hay otras maneras de pensarse»

«Hay cosas que los hombres no vamos a poder cambiar, que no cambiamos. Yo creo que lo que podemos hacer es admitir que hay otras maneras de pensarse. Hay otras maneras de pensar todo. De todas formas, eso no hace que de ahora en adelante tú seas un tío deconstruido, un aliado, lo que quieras. Eso es muy difícil. No podemos ser hipócritas en ese sentido, pero sí que podemos pensar diferente», afirma el autor.

El mercado y los falsos aliados

Si algo ha traído el feminismo consigo en esta nueva ola es la aparición de falsos aliados que se suman al movimiento por moda o, simplemente, por no aceptar la reflexión y encubrirla con una etiqueta. Podríamos pensar que Rodríguez es uno de ellos, sin embargo, él mismo afirma que reflexionar acerca de los nuevos roles y construcciones de la masculinidad no implica que estés libre de pecado.

«El cuento del aliado perfecto no es algo que yo compre mucho porque en mi propia experiencia es muy difícil»

«El cuento del aliado perfecto no es algo que yo compre mucho porque en mi propia experiencia es muy difícil. Yo sigo acarreando machismos tremendos, sigo disfrutando de un montón de cosas que tienen que ver con cómo me he formado y me he criado y considero muy difícil que pueda renunciar a ellas, pero sí que puedo admitir otras posibilidades de reflexión sobre ellas», dice Rodríguez.

Por ejemplo, una de esas cosas a las que no puede renunciar y que disfruta enormemente es el fútbol y, aunque el autor sabe que existen muchísimos prejuicios sobre lo que rodea al ‘deporte rey’ –«es una maquinaria capitalista que aplasta, un gueto machista que margina y que es homófobo»- insiste en que repensar lo que está alrededor del fútbol no hace que le deje de gustar. «Entiendo que tiene todos estos problemas y que es un tema que debemos repensarlo nuevamente, pero eso no va a hacer que deje de ser hincha del Alianza Lima o del Fútbol Club Barcelona».

El sistema versus los cambios individuales

Las nuevas masculinidades y el feminismo son manifestaciones y movimientos que no solo dependen del civismo, el respeto y la inclusión de nuevas reflexiones dentro de la individualidad de los ciudadanos, para Jaime Rodríguez también tiene que ver con una crítica hacia los sistemas establecidos que delimitan –o no– la posibilidad y rapidez en los cambios sociales.

«Las sociedades las formamos las personas. Entonces, tiene sentido pensar que, los cambios personales van a llevar, eventualmente, a cambios estructurales o sociales, ¿no? Lo que pasa es que los cambios no solo suceden por una buena voluntad o una reevaluación que hagamos los hombres de nuestras tareas, sino que pasan por estructuras económicas, estructuras de control político que son muy complejas y que, a veces, son el verdadero enemigo a batir», afirma.

Según Jaime Rodríguez Z, el sistema liberal capitalista condiciona desde los significados de la familia hasta «los horarios de lo que debes hacer en determinadas épocas del año» No es de extrañar que él junto a sus compañeras (Gabriela y Rocío) y sus «niñes» estén constantemente en esa línea de fuego de la desmitificación de roles y etiquetas.

«Yo no me considero un antisistema ni creo que mi familia en este momento lo sea, pero sí considero que tendríamos que buscar formas más creativas de vivir dentro del sistema»

«Nosotros tenemos una familia que es efectivamente atípica, es diversa, pero de igual manera tenemos una casa en la que pagamos un alquiler, tenemos trabajos, criamos a los hijos, les llevamos al colegio, estamos todos dentro del sistema y está bien. Yo no me considero un antisistema ni creo que mi familia en este momento lo sea, pero sí considero que tendríamos que buscar formas más creativas de vivir dentro del sistema», afirma Rodríguez.

Para el autor la necesidad de generar nuevos lenguajes y reflexiones sucede desde la escritura de un libro como el suyo hasta el lenguaje inclusivo que hablan en casa con sus hijos, sin embargo, cree que los problemas suceden cuando intentas proponer un cambio en la sociedad, intentar aullar en el silencio para ser oído. «El problema está cuando no puedes sacar ni siquiera la cabeza un poco por encima de la norma y sigues el tren a donde te lleve. La idea sería que intentemos por lo menos mirar de otra manera algunas cosas», concluye.

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