Los poetas millennials se han hecho mayores
A diez años de su irrupción en la red, los poetas millennials reclaman un espacio propio. ‘Millennials. Nueve poetas’ (Alba, 2021) se plantea como el manifiesto antológico de esa madurez. David Leo García, Berta García Faet, Óscar García Sierra, Xaime Martínez, Ángela Segovia, Alba Flores, Unai Velasco, Vicente Monroy y Luna Miguel dan voz a esta llamada de atención
A pesar de que últimamente comienza a ponerse en duda la utilidad de la idea de generación, el escritor y editor Gonzalo Torné, antólogo del libro que tenemos entre manos, considera que esta es una selección conveniente. Porque todos los y las poetas de Milllennials. Nueve poetas (Editorial Alba, 2021) han llegado a un punto de maduración reseñable. Ese convencimiento, paradójicamente, provoca que puestos estos poetas unos al lado de los otros «se aprecie mejor que lo han conseguido por caminos audaces y distintos entre ellos», afirma Torné. En otras palabras, que su reunión en un mismo espacio textual evidencia su singularidad.
«Un estilo literario verdaderamente moderno solo puede nacer de esta tensión entre el presente y el tiempo del arte»
En esta idea ahonda Torné, al decir que «es absurdo tratarlos como si participasen de una misma poética. Viéndoles unos al lado de los otros es cuando se vuelve inevitable pensarlos por separado». Torné los considera primitivos de una nueva era, «en la que a nadie se le ocurrirá ya citar la Red como rasgo distintivo», red en la que esta generación se ha fogueado, dándose luz a sí misma, articulándose y presentándose sobre el papel por sus propios medios. De esa misma idea es Xaime Martínez quien, aun entendiendo la arbitrariedad del concepto de generación y que «no es la única variable que explica nuestras redes de sociabilidad», sí considera que «los millennials comparten unas experiencias formativas relativamente comunes». Por su parte, Vicente Monroy opina que «el escritor debe encontrar sus materiales en el mundo en el que vive y en los asuntos de su época. La cuestión generacional se vuelve relevante. Un estilo literario verdaderamente moderno solo puede nacer de esta tensión entre el presente y el tiempo del arte».
A pesar de no tener muy claro si está de acuerdo con la idea de generación, Ángela Segovia piensa que «con el paso de los años quizás algunas características comunes se han ido haciendo más y más visibles entre los escritores de esta generación. Una de las cosas que más me interesan es cierto desafío a la ironía tan presente en la discursividad posmoderna». Berta García Faet nos confiesa que le apabulla su tiempo histórico y que no tiene respuestas, «estoy entre la parálisis y lo errático por lo que se refiere a las actitudes y modos de vida ‘típicamente millennial’. No sé si seré millennial -manifiesta-, pero en todo caso me genera gran malestar lo millennial. Quizás por eso sea millennial. Milenarista quizás».
Al poeta Óscar García no le parece, sin embargo, una definición problemática, la de generación: «Entiendo que afecta a cómo la gente percibe la obra de uno, pero no es algo en lo que piense mucho ni al escribir ni al consumir», sentencia. Unai Velasco declara no saber muy bien qué es un millennial, y nos dice que, de hecho, no le interesa mucho el concepto y le resulta indiferente. No obstante, matiza: «Aunque me parece claro que no se puede pensar la escritura sin tener en cuenta sus propios materialismos, abordar el hecho literario poniendo el foco en su paisaje tecnológico me parece sencillamente una tontería».
Tenían veinte años y estaban locos
El punto de partida de esta generación de poetas nacidos entre 1985 y 1995 ha de situarse en la antología Tenían veinte años y estaban locos (La Bella Varsovia, 2011), que reunía a veintisiete poetas menores de veintisiete años y fue editada por Alejandra Vanessa y Elena Medel. Sobre aquel momento fundacional de la poesía millennial, nos cuenta la antóloga del libro, Luna Miguel, que tenía 19 años cuando comenzó a idear el proyecto y lo recuerda como un momento ilusionante. «Removimos un poco los cimientos de la industria editorial, ¿no? -reflexiona Miguel-. Por aquel entonces no había casi nadie nacido a finales de los ochenta o principios de los noventa que estuviera publicando en grandes editoriales, ni tan solo en pequeños sellos. Se veía al autor novel como un bicho raro, como una excepción, cuando lo cierto es que ahí dentro, en esa antología, ya se pudieron ver algunas de las tendencias que hoy han estallado».
Y esas tendencias -ya consolidadas- son las que pueden bosquejar en Poesía millennial, una antología caracterizada por voces singulares que, sin embargo, comparten -sin pretenderlo- al menos, dos rasgos comunes: la preocupación por el lenguaje y la percepción de una realidad problemática.
En Unai Velasco podemos ver esto en sus poemas dialógicos, en el límite (infranqueable) de los umbrales y en el verbo que yerra, así como en los espacios liminares entre la conciencia y el sueño y en las despersonalizaciones poéticas. En la obra de David Leo García esto toma la forma de la metapoesía y se pregunta el poeta por la efectividad de lo dicho (y su ineficacia), bosquejando en ocasiones poemas que se quieren borrador del pensamiento. Angela Segovia, a pesar de su narratividad algo críptica, deja claro también en su obra su cansancio significativo. En el caso de Berta García Faet, sus querencias filológicas y su búsqueda de la precisión etimológica, sus subrayados, tachaduras y notas a pie de verso dan cuenta de esta problemática.
Por su parte, Vicente Monroy batalla contra la irrealidad de lo real en base a una ternura alegre, jovial. Su odio a la metáfora y su combate contra la retórica, buscando «escribir las cosas tal cual pasan» son rasgos que destacan en su producción. La estrategia con la que confronta Luna Miguel esa realidad inestable que mencionamos pasa por la detección de lo irremediable (y su corolario: un futuro de cicatrices), la asunción de la enfermedad y la construcción de las mitografías personales. Alba Flores se sirve del poema como conjuro, donde se guarecen sus miedos, y deja que brinquen en sus versos las metáforas arborescentes. Su arma es la melancolía (y la mirada).
Xaime Martínez cifra esta preocupación por la realidad en el cuerpo moribundo, entendido el cuerpo como algo ajeno a uno mismo, como espacio de conflicto donde el amor indispone. En su obra, de corte más dramático que la del resto de sus compañeros, la tecnología sí que aparece explícitamente como amenaza.
Y, por último, Óscar García Sierra gusta de las metáforas robóticas, contempla la realidad con una mirada hiperbólica y es quizá el más explícito hablando de la frustración generacional, el cansancio, la ansiedad, la automedicación y la objetualización. Unos versos suyos resumen a cabalidad su abatimiento, pero también la búsqueda de la felicidad así sea a costa de aceptar lo menos mejor, como cuando dice que «da igual / que no parezca un poema / mientras se sienta como uno».
Crecer para ser más libres
Diez años dan para mucho y es lógico que se hayan producido cambios, evoluciones, desvíos en las obras de los y las poetas que conforman Millennials. Nueve poetas. En el caso de Vicente Monroy, sin embargo, no ha sido tan así, y su cambio ha sido más bien vital, nos dice. Y añade: «Ya no somos la generación de moda, podemos desprendernos de las urgencias de la juventud y ser ambiciosos de otra manera. Pero hay cosas que no cambian, en mi caso: la búsqueda de la claridad y el desprecio por la artificialidad, el miedo a dejarme atrapar por la comprensión de los demás, esa trampa mortal, y la aspiración de darle un sentido nuevo a la fórmula ‘vivir del arte’».
Unai Velasco confirma que respecto a esta generación poética, «el tiempo permite ahora ver con mayor claridad cómo esa escritura se instala en un espacio más afectivo, más material, pensando la posmodernidad más bien como modernidad inacabada».
Ángela Segovia sí nota que su obra está llegando a un cierto fin, y es que tiene la sensación «coincidiendo con la publicación de mi sexto libro, de que estoy cerrando una etapa». No sabe lo que vendrá después, y se pregunta, «¿es esto la madurez? En realidad no lo sé. Quizá sea un nuevo comienzo, una nueva infancia de la escritura», elucubra. Berta García Faet, al calor de su nuevo libro, Una pequeña personalidad linda, siente que se ha embarcado «en una aventura mayor, en relación a las mías previas».
«Claro que nos hemos hecho mayores. Y menos mal: que así se nos vea es importante»
Luna Miguel dice estar bastante cansada de que «se ningunee mi trabajo por eso de ser millennial o joven. La juventud puede ser un valor, pero es un valor fugaz». Sobre la madurez, dice que «pues sí, claro que nos hemos hecho mayores. Y menos mal: que así se nos vea es importante. Yo soy una señora de 31 años, con canas, con hijo, con un trabajo que me desloma a diario y con muchísimas lecturas, libros publicados y trabajos reconocibles en el mundo de la edición y del periodismo». De igual pensar es Xaime Martínez quien reconoce que sí, que por suerte se ha hecho mayor y es que «me da mucha vergüenza leer las cosas que escribía hace diez años. Espero que en diez años no me dé tanta vergüenza lo que estoy haciendo ahora», nos confiesa.
Oscar García también lo vive con alivio. Nos cuenta que «he intentado ajustar mis poemas de 2016 a los que he escrito para la antología, porque cuando leía los viejos me daban vergüenza/asco. Por suerte son míos y puedo cambiarlos todo lo que me apetezca. De todas formas, veo en el fondo veo ese arrepentimiento con la calma de saber que al menos no me he estancado».