Azerbaiyán: el amigo incómodo de Occidente
Azerbaiyán es un país musulmán con grandes recursos energéticos que, sin embargo, promueve la tolerancia religiosa y ha abrazado sin ambages la secularización. Pero… ¿es oro todo lo que reluce?
Hace un año y dos meses –el 3 de julio de 2018– alguien intentó quitarle la vida al alcalde de la segunda ciudad más importante de Azerbaiyán: Ganja. Según la versión oficial, un joven llamado Yunis Safarov abrió fuego contra Elmar Valiyev y su guardaespaldas, Gasim Ashbazov, en plena calle. Safarov dio en el blanco pero no consiguió su objetivo. Sus víctimas sobrevivieron y él fue capturado.
El hecho de que el ataque, el primero contra un oficial del gobierno de Azerbaiyán en 25 años, se produjese durante un fallo energético de proporciones épicas que tuvo a buena parte del país a oscuras hizo que las autoridades azeríes planteasen un complot político. El autor –dijeron– estaba vinculado a células islamistas y por lo tanto su acción no había sido un atentado contra una persona concreta sino un ataque a la República de Azerbaiyán como institución y como ideal. Para sustentar su acusación las autoridades explicaron que Safarov había pasado ocho meses en Irán durante el año 2016 y que posteriormente, una vez radicalizado, había luchado en Siria con las milicias contrarias al régimen de Bashar al-Assad.
Los familiares del acusado negaron la mayor señalando las incoherencias de la versión oficial: si Safarov pasó meses estudiando en Qom, considerada ciudad santa por los chiitas y un centro religioso importantísimo para esta rama del islam, ¿qué hacía peleando luego en las milicias salafistas de Siria?
Tras el incidente las redes sociales del país, lejos de alinearse con la retórica gubernamental, se llenaron de mensajes justificando el intento de asesinato. Valiyev era un alcalde despreciado por su forma de gestionar la política municipal –es famoso por expropiar viviendas particulares y ceder sus terrenos a amigos– y contaba con pocos simpatizantes entre los habitantes de Ganja. Además, pocas horas después del arresto de Safarov comenzaron a circular por esas mismas redes sociales fotos del chaval en las que se podía observar que había sido torturado.
Dos días después, el 5 de julio, alguien creó un canal de YouTube que comenzó a emitir vídeos llamando a la población a manifestarse. “No abandonéis al hermano Yunis”, decía uno de los mensajes. “Esta vez no guardéis silencio”, decía otro. “Las gentes de Ganja saldrán a pelear; preparaos”, advertía un tercero.
A última hora del día 10 de julio las autoridades azeríes anunciaron que dos agentes de policía habían sido acuchillados hasta su muerte por “un grupo de 200 radicales religiosos” que se habían dado cita frente al ayuntamiento de Ganja. Las autoridades también dijeron haber arrestado a varias decenas de participantes en la protesta, incluyendo al autor material de la muerte de los policías. Por su parte, el Ministerio de Asuntos Exteriores declaró que “mientras Azerbaiyán esté en guerra, el asesinato de policías será un delito tratado como alta traición”. El portavoz gubernamental se estaba refiriendo al enfrentamiento bélico que su país mantiene con Armenia desde 1988.
Sin embargo, un año después del episodio la prensa independiente todavía no ha encontrado pruebas fiables sobre lo sucedido aquella tarde. Varios activistas han denunciado que la protesta fue un montaje promovido desde el gobierno con el fin de poder justificar una oleada de represión y algunos observadores internacionales señalan que bien podría tratarse de una artimaña pensada para meter presión a la población chií, mayoritaria en el país, que últimamente, por lo visto, está mostrándose un poco demasiado devota en sus actos de fe. Sea como fuere, lo que desde luego no ayuda a esclarecer el incidente es el hecho de que diez de los detenidos por participar en la protesta hayan muerto en lo que va de año en circunstancias francamente extrañas.
El portal de noticias Eurasianet.org, especializado en dar cobertura a la región, titulaba una crónica publicada hace unos días de la siguiente manera: “Azerbaiyán: un año después, los hechos de Ganja siguen sin aclararse”.
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Algunos datos sobre la historia reciente de Azerbaiyán, un país que abarca un territorio similar al de Andalucía y que cuenta con apenas diez millones de habitantes:
En 1918 se estableció como república democrática. Fue, de hecho, la primera república secular del mundo islámico, una tradición que mantiene en la actualidad pese a que más del 96% de su población es musulmana.
En 1920 se integró en la Unión Soviética, donde permaneció hasta la desintegración de ésta.
En 1969 un azerí de mediana edad que llevaba media vida involucrado en los servicios secretos soviéticos, Heydar Aliyev, se convirtió en el líder de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán.
En 1988, y aprovechando el aperturismo promovido por Mijaíl Gorbachov, la provincia del Alto Karabaj –de mayoría armenia– declaró su independencia de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán y su buena disposición a integrarse en la República Socialista Soviética de Armenia. Con la declaración de la provincia rebelde dio comienzo uno de los conflictos más sangrientos ocurridos durante la desintegración de la Unión Soviética.
En 1991 el Consejo Supremo de Azerbaiyán redactó una declaración de independencia que fue avalada unos meses después por la sociedad azerí mediante referéndum.
También en 1991, tras las declaraciones de independencia de Azerbaiyán y Armenia, el conflicto en torno al Alto Karabaj ganó en intensidad.
En 1993 el país celebró sus primeras elecciones presidenciales. Heydar Aliyev, que se presentó en nombre del Partido Nuevo Azerbaiyán, una formación que él mismo había fundado un año antes, consiguió el 98,8% de los votos.
En 1994 los líderes de Armenia, Azerbaiyán, la provincia rebelde del Alto Karabaj y Rusia acordaron reunirse en Moscú para firmar un alto el fuego. Para entonces el enfrentamiento había dejado 30.000 cadáveres y cientos de miles de desplazados. También había dejado sin fuerzas a Azerbaiyán, que a la hora de firmar el cese de las hostilidades había perdido el control sobre el 20% de su territorio; la provincia del Alto Karabaj al completo y partes de otras siete provincias.
Entre los años 1994 y 2003, y aprovechando la categoría de Azerbaiyán como potencia energética de interés global gracias a los yacimientos petrolíferos y gasísticos del Mar Caspio, Heydar Aliyev firmó varios acuerdos de cooperación con las potencias occidentales, y en particular con la Unión Europea. También se comprometió en la lucha contra el terrorismo tras el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001.
En 2003 el líder azerí murió a causa de una insuficiencia renal en un hospital de Estados Unidos. Tenía 80 años.
Tras el ingreso hospitalario de Heydar Aliyev se celebraron elecciones presidenciales. Las ganó su hijo con el 79,46% de los votos. Ilham Aliyev lleva desde entonces gobernando el país.
Desde que llegó al poder, a finales del 2003, Ilham Aliyev ha impulsado varios programas de desarrollo económico con el objetivo de reducir la tasa de pobreza, ha mantenido el estatus de Azerbaiyán como potencia energética logrado por su padre y ha intentado convertir Bakú, la capital, en una ciudad moderna y acogedora, sobre todo para los inversores extranjeros.
En resumen: parece que la dinastía Aliyev ha conseguido que Azerbaiyán pueda presentar ante el mundo un relato de superación nacional y ser, así, el ejemplo a seguir para otros países con un pasado parecido que continúan, pese a los envites de la globalización, o quizás precisamente debido a ellos, sumergidos en un caos muy poco alentador.
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Pero no siempre es oro todo lo que reluce. Los avances del país en materia económica están bien documentados, sí, y nadie duda de su apuesta por mantener la trayectoria secular tan aplaudida en Occidente.
Pero también está bien documentado su grado de corrupción. Azerbaiyán ocupa el puesto 155 de un total de 183 en el índice que compone anualmente Transparency International. Además, el país lleva un tiempo ocupando portadas en la prensa estadounidense a raíz de una inversión plagada de claroscuros llevada a cabo por Donald Trump en Bakú hace una década. Uno de los millonarios azeríes con los que Trump hizo negocios es Ziya Mammadov, ex ministro de Transportes y un personaje al que un cable de la embajada de Estados Unidos definió como “corrupto incluso para los estándares de Azerbaiyán”. El asunto cobró importancia en 2015 cuando Trump anunció su candidatura presidencial y ha vuelto a la palestra recientemente después de que el mandatario estadounidense haya decidido incluir a la Guardia Revolucionaria de Irán en el listado de grupos terroristas. Por lo visto, los oligarcas corruptos con los que Trump hizo negocios en Bakú están vinculados a dicha organización.
Y también está documentada la persecución que sufren los opositores al gobierno de Ilham Aliyev. Bárbara Ayuso y Marta Arias, dos periodistas españolas, viajaron hasta Bakú en 2013 para explorar cómo vive el día a día la disidencia azerí. El resultado de sus pesquisas se puede leer en este artículo publicado en FronteraD o en el reportaje que publicaron en formato libro titulado Viaje al negro resplandor de Azerbaiyán. Lo que estas reporteras se encontraron durante su periplo fue un país esforzado en proyectar la imagen progresista y moderna que tan bien cae entre las élites occidentales mientras persigue, acosa y encarcela a toda voz crítica que asome y se haga escuchar más de la cuenta. Por las páginas de sus textos circula Emin Mili, un activista que pisó la cárcel en 2009 por grabar un vídeo satírico contra Ilham Aliyev y que desde entonces sufre el acoso permanente de las autoridades. O Khadiya Ismayilova, una periodista que fue espiada en su domicilio por el gobierno y sufrió las consecuencias de investigar los negocios de varios millonarios locales; cuando la oligarquía azerí supo de sus intenciones y supo, además, que no pretendía dejar de investigar lo que hizo fue filtrar vídeos íntimos de Ismayilova a todas las televisiones del país. Otro ejemplo: el periodista Idrak Abbasov, que perdió la visión de un ojo tras recibir una paliza a manos de agentes gubernamentales por documentar la demolición forzosa de una vivienda. Y hay más. Muchos más.
Alguien podría pensar que todas estas noticias forman parte del pasado. Que ha llovido desde entonces. Que, quizás, el país ha mejorado en el aspecto humanitario. Pero el último informe de Human Rights Watch demuestra que el panorama que se encontraron Bárbara Ayuso y Marta Arias no ha cambiado en el último lustro. La ONG mantiene su acusación: el gobierno de Azerbaiyán restringe las libertades, viola los Derechos Humanos, persigue opositores y trampea en las elecciones.
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Aunque Azerbaiyán se sigue considerando un país amigo en los círculos diplomáticos de Occidente –la Unión Europea está ultimando los detalles para actualizar y revitalizar los acuerdos firmados en su día por Heydar Aliyev–, las noticias sobre los desmanes cometidos por el gobierno azerí están empezando a incomodar a algunos políticos tanto europeos como estadounidenses. De momento las voces críticas son pocas y no hacen mucho ruido, pero ya han conseguido que en los últimos informes de la Unión Europea sobre el país caucásico se mencione la necesidad de mejorar todo lo relativo a la transparencia y los Derechos Humanos.
Quizás por eso el año pasado Foreign Policy, una de las revistas especializadas en política exterior más influyentes de Estados Unidos, publicó un artículo titulado Por qué Occidente necesita a Azerbaiyán. En ese artículo los firmantes –un analista militar británico vinculado al Partido Conservador y un académico vinculado a los servicios diplomáticos de Azerbaiyán– decían que “Washington debe continuar presionando para que el país mejore en materia de Derechos Humanos” pero advertían que esta cuestión no puede ser primordial en la agenda estadounidense. “La clase política no puede permitir que un único asunto desemboque en una política exterior equivocada que debilitará los intereses de Estados Unidos en la región”.
¿A qué se estaban refiriendo con esto?
Pues a que Azerbaiyán es el único país del mundo que tiene frontera tanto con Rusia como con Irán. Es decir: para los países europeos Azerbaiyán supone la única alternativa energética a dos potencias que cada vez miran con más recelo a Washington y, por extensión, a la Unión Europea. En otras palabras: si la Unión Europea quiere reducir su dependencia de los hidrocarburos rusos e iraníes debe apostar por fortalecer sus vínculos con Azerbaiyán y no abandonarle a su suerte. Porque según los analistas que firmaron el artículo de Foreign Policy un Azerbaiyán dejado a su suerte es un Azerbaiyán dejado en manos de Rusia. Para muestra el aumento de las hostilidades que se han registrado entre Armenia y Azerbaiyán en los últimos meses por culpa del conflicto –enfriado pero nunca del todo apagado– en el Alto Karabaj. Sin ir más lejos, la agencia de noticias MENAFN informó el pasado 24 de agosto que Armenia había violado el alto el fuego acordado en las reuniones de Moscú hasta 21 veces ese mismo día. ¿Y cuál es uno de los principales aliados de Armenia? Bingo: Rusia. Sin la protección de Occidente –dice el texto publicado en Foreign Policy– los armenios, animados por Moscú, podrían venirse arriba y ampliar su zona de influencia en el oriente de Azerbaiyán. Ergo lograr el control sobre los oleoductos azeríes que convierten al país de la dinastía Aliyev en un caramelo geoestratégico.
Dicho de otro modo: Occidente, sostienen los amigos de la realpolitik, necesita a Azerbaiyán. Ese país tan pequeño como crucial. Así que mejor no indagar demasiado en episodios como el ocurrido hace un año y dos meses en la ciudad de Ganja. No vaya a ser…