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Bolivia: los barones del Oriente pasan a la ofensiva

Bolivia vuelve a las portadas internacionales ¿Han tenido los cruceñistas algo que ver en la caída del líder aymara Evo Morales?

Bolivia: los barones del Oriente pasan a la ofensiva

Reuters

Bolivia es un país que aparentemente no importa demasiado.

Es verdad que Iñigo Errejón le dedicó su tesis doctoral. Es verdad que cuando todavía no le conocían ni en su casa a la hora de comer Pablo Iglesias coordinó, junto al antropólogo Jesús Espasandín López, un ensayo sobre el país andino. Es verdad que Blackthorn, uno de los mejores westerns que ha dado el cine español, está ambientado en Bolivia. Es verdad que dos excelentes cronistas vascos –Álex Ayala Ugarte y Ander Izagirre– han dedicado parte de sus esfuerzos a explicar el lugar. Y también es verdad que uno de los reportajes más aplaudidos de William Finnegan en la revista The New Yorker trata sobre las famosas Guerras del Agua que tuvieron como epicentro las ciudades bolivianas de Cochabamba y El Alto.

Pero las cosas como son: en líneas generales Bolivia no importa demasiado.

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Manifestantes a favor de Evo Morales bloquean la entrada a Sacaba, cerca de Cochabamba. | Foto: Marco Bello | Reuters.

La indiferencia que despierta allende sus fronteras se ha vuelto a poner de manifiesto este otoño. Un proceso electoral muy controvertido (recordemos: el presidente Evo Morales convoca un referéndum para reformar la Constitución porque ésta limita sus ganas de seguir gobernando, el pueblo boliviano vota que la Constitución no se cambia, Evo Morales decide presentarse de todas formas a las elecciones, las gana y unos días después la Organización de Estados Americanos dice que se han cometido “irregularidades” durante el recuento) ha desembocado en lo que Andrés Malamud, un investigador de la Universidad de Lisboa especializado en dinámicas latinoamericanas, ha definido como golpe de Estado (seguimos recordando: tras detectar esas “irregularidades” la Organización de Estados Americanos recomienda a Evo Morales repetir los comicios, Evo Morales acepta y convoca nuevas elecciones… solo para toparse con otra recomendación, esta vez procedente del estamento militar: que ponga tierra de por medio).

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Manifestación en Santa Cruz en contra de Evo Morales el 9 de noviembre. | Foto: Rodrigo Urzagasti | Reuters.

Sin embargo, en España ha imperado el encogimiento de hombros. Algunos medios de comunicación han informado de lo sucedido, pero las pocas personas que se han posicionado lo han hecho sobre todo en Twitter y normalmente sin concesiones. Para unos ha llegado, por fin, la hora de ese indígena vengativo reconvertido en dictador comunista llamado Evo Morales. Para otros la extrema derecha boliviana, esa que a mediados del siglo pasado acogió sin pudor a criminales de guerra nazis, ha logrado expulsar por la fuerza al justo representante del pueblo.

Quienes han estudiado Bolivia sostienen que las cosas no son tan sencillas, que nunca lo fueron y que no conviene reutilizar modelos aprendidos en otras latitudes. Porque hay mucho comentarista político –sostienen quienes han estudiado el país– que interpreta las cuestiones bolivianas en clave venezolana cuando, en realidad, Hugo Chávez y Evo Morales no tienen tanto en común. Sus orígenes no son los mismos, su llegada al poder no responde al mismo proceso y la base social sobre la que se asientan el chavismo y el evismo tiene poco que ver.

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Evo Morales en una conferencia en Ciudad de México | Foto: Carlos Jasso | Reuters.

En Venezuela existía y sigue existiendo un culto a la figura del ‘caudillo’. En Bolivia ese culto es mucho más matizado. El simpatizante de Evo Morales viene de muchos lugares distintos, es infinitamente más autocrítico que el chavista y no compra según qué cosas. Esto explica por qué muchos de ellos han optado por quedarse en casa pese al nuevo protagonismo de los militares. No es que ahora, de repente, simpaticen con los uniformados; es que no están dispuestos a partirse la cara por un presidente que ha ignorado la voluntad popular recogida en un referéndum que él mismo convocó. Por lo tanto –sostienen, de nuevo, quienes han estudiado Bolivia– asumir que Evo Morales es una reproducción a escala del ‘caudillo’ venezolano implica no haber entendido el país andino.

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Dos declaraciones y algunos datos por aquello de contextualizar.

Primero, los datos:

Bolivia es, junto con Guatemala, el país latinoamericano con mayor número de indígenas. No existe una cifra exacta, y el censo suele ser asunto controvertido por esos lares, pero todo parece indicar que en torno al 40% de la población es –o se considera– indígena. Luego habría otro porcentaje similar junto a la etiqueta de “mestizos”. En cuanto a los bolivianos de ascendencia caucásica, no llegarían al 10%.

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Campesinos cocaleros se manifiestan a favor de Evo Morales en Sacaba. | Foto: Marco Bello | Reuters

Coexisten cuatro lenguas oficiales: el castellano, el quechua, el aymara y el guaraní. El castellano lo habla el 60% de la población, el quechua el 21%, el aymara el 15% y el guaraní el 0,5%. Luego hay decenas de lenguas indígenas no oficiales.

Las cuatro ciudades más importantes son La Paz, Santa Cruz, Cochabamba y Sucre. La Paz, que acoge a unos dos millones de personas, es la ciudad más poblada y la capital de facto. Santa Cruz, considerada la capital del Oriente boliviano y el motor económico del país, es la segunda ciudad más poblada con cerca de millón y medio de personas. Cochabamba, sita entre las dos anteriores, supera por muy poco el millón de personas. Finalmente está Sucre, cuya importancia no reside en sus habitantes –apenas 280.000– sino en su condición de “capital constitucional”.

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Ceremonia de celebración por el nombramiento de Rafael Quispe como director del Fondo Indígena en La Paz, Bolivia el 26 de noviembre. | Foto: Manuel Claure | Reuters.

La Paz y Sucre –las dos capitales– se encuentran en la zona andina de Bolivia. Es decir: en el Occidente. Santa Cruz, en cambio, se encuentra en las tierras bajas. Es decir: en el Oriente. Cochabamba también está ubicada en la zona andina pero muchos la consideran una ciudad bisagra; la que marca la transición entre los Andes y las tierras bajas.

La mayor parte de la población vive en el Occidente; la región de los quechuas y los aymaras. Las tierras bajas han estado históricamente muy vacías siendo Santa Cruz el único gran reducto poblacional del lugar. Los guaraníes residen en el Oriente.

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Manifestación a favor de Evo Morales post-golpe de estado en La Paz. | Foto: David Mercado | Reuters.

Ahora, las declaraciones:

Quito. Mayo de 2004. Una joven llamada Gabriela Oviedo se encuentra allí para representar a Bolivia en el concurso de Miss Universo. Durante una entrevista, preguntada por las impresiones más equivocadas en torno a su país, Oviedo responde: “La gente que no conoce mucho sobre Bolivia piensa que todos somos indígenas del lado oeste del país, es La Paz la imagen que refleja eso, esa gente pobre y gente de baja estatura y gente indígena. Yo soy del otro lado del país, del lado este, que no es frío, es muy caliente, nosotros somos más altos y somos gente blanca y sabemos inglés y ese concepto erróneo que Bolivia es sólo un país andino está equivocado”.

Cochabamba. Noviembre de 2019. Evo Morales durante el discurso en el que anuncia su dimisión tras las presiones de los militares: “Mi pecado es ser indígena, dirigente sindical y cocalero”.

Un último dato:

Las relaciones entre el Occidente y el Oriente son complejas. Nunca se han llevado muy allá. De hecho, en el Oriente existe un movimiento nacionalista que dice que mejor solos antes que mal acompañados.

*

Aunque el nacionalismo cruceño, más conocido como nacionalismo camba, surgió no hace tanto tiempo sus raíces –es decir: las diferencias socioculturales entre el Oriente y el Occidente– se remontan hasta los tiempos de la conquista. Es cierto que La Paz y Santa Cruz se erigieron casi a la par –1548 y 1561–, pero Alonso de Mendoza y Ñuflo de Chaves las fundaron en circunstancias distintas. El primero, un capitán que había servido a las órdenes de Francisco Pizarro, llegó hasta el altiplano boliviano procedente del Perú con la orden de levantar un área de descanso en el camino que conectaba Cuzco con las minas de Potosí. El segundo era un explorador con ansias de gobernar alguna comarca todavía no reclamada que dedicó buena parte de su vida a patearse el Paraguay y sus alrededores.

Durante los siglos de presencia española el Occidente floreció gracias, sobre todo, a la industria minera. Los Andes escondían infinidad de plata y, todavía más importante, en sus valles y laderas vivía gente que podía explotar los yacimientos: quechuas, aymaras y los ya extintos pukinas. El Oriente, en cambio, era otra historia; aunque Santa Cruz logró consolidarse como urbe de referencia en la zona, las tierras bajas –verdísimas y salpicadas por multitud de pequeñas comunidades indígenas– se mantuvieron indómitas. Los únicos europeos que mostraron interés por el lugar fueron algunos rancheros sin mucho que perder y un puñado de jesuitas con vocación misionera.

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‘Los barones de Oriente. El poder en Santa Cruz ayer y hoy’, editado por Fundación Tierra.

Según explica la socióloga Ximena Soruco Sologuren en un ensayo titulado Los barones del Oriente, Santa Cruz comenzó a experimentar cierta prosperidad económica a lo largo del siglo XIX gracias a la exportación de unos bienes tropicales –quina, caucho, cuero, caña de azúcar– cada vez más demandados en Europa y Estados Unidos. Una de las consecuencias de esa prosperidad fue el surgimiento de varias casas comerciales asociadas a capital europeo y de una élite terrateniente. En resumidas cuentas: unos pocos emprendedores avispados vieron que toda aquella planicie podía ser muy rentable y se pusieron manos a la obra. Además, la prosperidad de Santa Cruz coincidió con el declive del Occidente boliviano, donde las minas de plata que tanto habían aportado a la Corona española empezaban a rendir cada vez menos.

Los estudiosos de Bolivia dicen que entre la independencia del país y la puesta en marcha de un Estado nación hecho y derecho hay un periodo de consolidación, de dimes y diretes, de titubeos, pronunciamientos, guerras, huelgas, rebeliones campesinas y todo tipo de crisis existenciales, que dura aproximadamente centuria y media. Hasta los años 50 del siglo XX. ¿Qué sucede entonces? Dos cosas. Por un lado se da, en 1952, la llamada Revolución Nacional; un proceso que comienza con un golpe contra la junta militar que pretendía impedir la llegada al poder del partido más votado en las elecciones de 1951 y que en los años siguientes transforma la sociedad boliviana al conceder la ciudadanía a todos los indígenas del territorio, impulsar una reforma agraria y nacionalizar la gestión de los recursos naturales. En segundo lugar, sucede que llega el Séptimo de Caballería: lejos de cuestionar a los reformadores democráticos el gobierno estadounidense comandado por Dwight Eisenhower aprueba un paquete de ayudas –el Plan Bohan– para apuntalar el nuevo gobierno después, eso sí, de que éste jurase no tener nada que ver con el comunismo.

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Alto relieve en el Museo de la Revolución Nacional en La Paz. | Foto: Carwil Bjork-James vía Wikipedia bajo licencia Creative Commons.

No obstante, si se examina ese periodo con cuidado uno detecta dos factores determinantes. A saber: la reforma agraria sólo afectó al Occidente del país y las ayudas estadounidenses se entregaron a cambio de que Bolivia permitiese a las empresas norteamericanas explotar los yacimientos petrolíferos recién descubiertos en el Oriente. Puesto de otro modo: la transformación social de Bolivia no dinamitó el poder de los terratenientes cruceños. ¿Por qué? “Porque las instituciones bolivianas de la época no contaban con el poder suficiente como para hacer entrar en vereda a las élites orientales” explica el antropólogo Jesús Espasandín López. “No sólo eso: es que en el Occidente, además de las instituciones, también había una presencia de campesinos e indígenas muy organizados y bien armados que ejercieron presión sobre las élites occidentales evitando, así, que éstas pudiesen boicotear la reforma agraria”. Es decir: en el Oriente la presencia del Estado era mucho más débil que en el Occidente y, además, las organizaciones campesinas que podrían haber presionado a los terratenientes brillaban por su ausencia. La reforma agraria era, en términos legales, un plan a escala nacional pero en las tierras bajas la realidad era la que era. Las haciendas de Santa Cruz no se tocaron.

He ahí la gran paradoja de Bolivia: la consolidación del Estado nación supuso, asimismo, la consolidación de unas élites cruceñas que no querían que los burócratas de La Paz se les arrimasen demasiado.

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¿Cuándo surge el nacionalismo camba?

Respuesta corta:

Cuando el país deja a un lado la manía de gobernarse a base de golpes de Estado y abraza, por fin, la sana tradición de elegir gobernantes metiendo el papelito en la urna. Allá por 1982.

Respuesta larga:

Como señala el también sociólogo Wilfredo Plata, las élites cruceñas empezaron a debatir la cuestión de una posible separación durante la Guerra del Chaco, un conflicto que enfrentó a Bolivia con Paraguay en la década de 1930.

Sin embargo, en aquel momento no había nacionalismo camba como tal; había una ideología separatista basada en la creencia de que los blancos de Santa Cruz eran descendientes de españoles y por lo tanto no era de recibo tener que estar siguiendo las órdenes dictadas por los indios del altiplano. Por el contrario, el nacionalismo camba pretende –y cito el memorando del Movimiento Nación Camba de Liberación– reunir bajo su bandera “a todos los mestizos, blancos y morenos que habitan el Oriente boliviano provenientes del cruce entre indígenas y españoles”.

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Manifestantes que apoyan a Evo Morales en una protesta en El Alto, al lado de La Paz. | Foto: Henry Romero.

Por tanto, a diferencia de lo que perseguían sus abuelos, los nacionalistas cruceños contemporáneos presentan una postura secesionista que no sólo no desprecia el mestizaje sino que lo abraza. Pero ojo: abraza el mestizaje que ha alumbrado el Oriente boliviano. Sólo ese. Nada de quechuas y aymaras. Los quechuas y aymaras, de hecho, serían los culpables de que Bolivia sea un país tan atrasado y el principal motivo para querer soltar amarras. Además, y de forma particularmente inteligente, la retórica del nacionalismo camba pasa por alto los conflictos internos del Oriente y se apropia de elementos de la cultura guaraní –el grupo indígena predominante en las tierras bajas– para dar más empaque al universo mestizo que dice defender.

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Foto: Marco Bello | Reuters.

Pues bien: a grandes rasgos ése es el discurso que empezó a florecer en Santa Cruz durante los años 80, con la llegada de la democracia a Bolivia y el consiguiente empoderamiento de los grupos indígenas. Es el mismo discurso que luego ganó fuerza en la década de los 90, cuando la democracia en Bolivia no se tradujo en una mayor autonomía para Santa Cruz, y el mismo discurso que se desprendió de cualquier tipo de complejo a principios del siglo XXI, durante los años inmediatamente anteriores a la presidencia de Evo Morales. Tiene su lógica: en los primeros años 2000 los nacionalistas cruceños vieron con pavor cómo los quechuas y aymaras de la región andina se echaban a la calle para detener la privatización del agua y el gas. A ojos de las élites cruceñas aquellas protestas demostraban una vez más que el Occidente boliviano no estaba por la labor de saborear las ventajas del neoliberalismo. ¡De prosperar! Es más: aquellas protestas fueron las que comenzaron a postular a Evo Morales como futuro presidente del país. ¿Un presidente aymara aupado por un movimiento de protesta? En Santa Cruz eso sólo podía significar una cosa: caos.

*

Aquellos fueron años muy difíciles para Bolivia. A las protestas, barricadas y muertos registrados en Cochabamba o El Alto –la ciudad colindante con La Paz– durante las protestas contra las multinacionales se sumaron manifestaciones multitudinarias en Santa Cruz a favor de la autodeterminación. Marchas que a veces dieron pie a linchamientos contra los emigrantes quechuas y aymaras residentes en la ciudad o contra cualquier indígena oriental que no comulgase con la doctrina camba.

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Líder opositor de Santa Cruz Luis Fernando Camacho junto a su guardaespaldas saluda a sus seguidores en La Paz. | Foto: Carlos García Rawlins | Reuters.

Dos años después de la llegada de Evo Morales al poder, en 2008, la tensión alcanzó cotas no vistas con anterioridad. Los desencadenantes fueron la decisión de nacionalizar los hidrocarburos (el gran recurso natural del Oriente), la intención de llevar a cabo una redistribución de tierras (esta vez también en el Oriente) y el querer reformar la Constitución para dotarla de un enfoque más social (terminando con la esclavitud registrada en algunas haciendas cruceñas, por ejemplo). A ojos de las élites de Santa Cruz aquella ofensiva centralizadora era el acabose.

Las protestas dejaron decenas de muertos en todo el Oriente boliviano, incluidos simpatizantes de Evo Morales, y hubo quien advirtió de que se avecinaba una guerra civil crudísima.

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Luis Fernando Camacho con una bandera Wiphala junto a la senadora Jeanine Añez quien se proclamó Presidenta interina de Bolivia, en el balcón del Palacio Presidencial en La Paz. | Foto: Luisa González | Reuters.

Finalmente, aunque algo de sangre sí terminó llegando al río las aguas volvieron a su cauce antes de que fuese demasiado tarde. De hecho, desde el pitote del 2008 el nacionalismo cruceño ha estado más bien tranquilo. Mejor dicho: ha estado tranquilo hasta este otoño. Porque si bien la salida de Evo Morales no se debe a una crisis territorial es evidente que las élites cruceñas han colaborado en el golpe de Estado que le ha obligado a abandonar el país. No hay más que fijarse en quién ha encabezado las manifestaciones antigubernamentales en Santa Cruz: Luis Fernando Camacho, viejo integrante de la Unión Juvenil Cruceñista y actual presidente del Comité Cívico de Santa Cruz, una institución cuya trayectoria y alianzas beben directamente del nacionalismo camba.

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Bolivia es un país que pese a que aparentemente no importa demasiado ofrece un sinfín de lecciones y perspectivas. Resulta por tanto pertinente preguntarse si no debería importar más. Si no debería, en fin, comprenderse mejor.

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