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Johnson vs Johnson: las formas del 'premier' le complican las elecciones

Recientes polémicas en torno al primer ministro hacen peligrar el resultado de las eleciones locales británicas del jueves

Johnson vs Johnson: las formas del ‘premier’ le complican las elecciones

Ben Stansall/Pool | Reuters

La remodelación de una casa, luchas internas con un exconsejero díscolo, una supuesta infidelidad matrimonial y una controvertida gestión de una emergencia sanitaria. Son cuestiones de fondo para cualquier político, pero, en el caso de Boris Johnson, las formas han centrado —cuando no monopolizado— las principales polémicas que ha protagonizado el primer ministro británico, que el jueves se enfrenta a un examen clave: las elecciones locales de Reino Unido.

Un reciente artículo sobre la figura de Johnson publicado por el periódico británico Financial Times cuestionaba su «familiaridad con la verdad». Desde recordar que el ahora primer ministro fue despedido, cuando era periodista, del rotativo londinense The Times por inventarse una cita textual hasta mencionar que fue destituido como portavoz de la oposición conservadora por no revelar a su superior la naturaleza de una relación que mantuvo cuando era alcalde de Londres —estando casado—, el diario económico plantea que acaso sea esta la ocasión en que la realidad le dé su mayor golpe.

El test al que se enfrenta Johnson el 6 de mayo no es baladí: los comicios servirán de termómetro de su popularidad tras las generales de hace año y medio (aquel mundo prepandemia). Y el premier lleva meses actuando con el estilo de otros líderes de nuestro tiempo: Donald Trump, Jair Bolsonaro, Isabel Díaz Ayuso (a quien recientemente medios alemanes como el diario Frankfurter Allgemeine o el semanario Stern calificaba de «Trump española», este último porque «siempre confía en el enfrentamiento más que en la cooperación con el Gobierno central» y porque «tiene un concepto extraño de la verdad y llama la atención con argumentos extravagantes»)… En definitiva, Johnson va al examen con su propio temario (una fórmula que no le sirvió a Trump, pero que ha tenido un éxito sobresaliente, histórico incluso, para Ayuso).

Y los paralelismos hispanobritánicos continúan. Si en España han levantado sospechas las obras de la sede del PP en Génova, existe una controversia similar de factura británica. El primer ministro remodeló el número 10 de Downing Street, la residencia presidencial británica, pero enseguida surgieron acusaciones de que la obra estuvo financiada por un donante del partido. El premier le restó importancia al asunto y se negó inicialmente a contestar esa cuestión. Finalmente, aceptó decir que pagó la remodelación «personalmente», pero sigue sin aclarar de dónde salió el dinero con el que la costeó, por lo que la presión sobre él continúa en aumento.

Johnson vs Johnson: las formas del 'premier' le complican las elecciones
Vista general de Downing Street, 10. | Foto: Toby Melville | Reuters

Pero la polémica en torno al número 10 de Downing Street no es la única que acorrala a Johnson: también ha provocado acusaciones su forma de gestionar la pandemia —desde su idea inicial de dejar circular libremente el virus hasta obtener la inmunidad de rebaño, ocurrencia de la que se alejó tras acabar ingresado él mismo en la UCI por la COVID-19—. «¿Es usted un mentiroso, primer ministro?», le preguntó directamente Ian Blackford, cabeza del Scottish National Party, después de que negara haber dicho que, ante la crisis del coronavirus, «preferiría dejar que los cadáveres se apilaran por millares antes que imponer un confinamiento» tras los dos primeros. Incluso la BBC, televisión pública británica, afirmaba que el premier sí había hecho ese comentario. En este contexto, el líder de los laboristas, Keir Starmer, le tuvo que recordar a Johnson que los ministros que mentían en la Cámara de los Comunes estaban obligados a dimitir, según incide el Financial Times.

Y los enanos le salen también de su propio partido. Dominic Cummings, ex asesor jefe de Johnson (una suerte de Steve Bannon, Iván Redondo o Miguel Ángel Rodríguez, pero en clave británica) lleva meses enzarzado en un cruce de acusaciones con su antiguo jefe, que lo despidió tras sospechar que estaba detrás de una serie de filtraciones relacionadas con su prometida, Carrie Symonds. Ante la polémica, Johnson decidió, en contra del criterio de muchos de sus correligionarios tories —preocupados por las consecuencias de iniciar una guerra interna a escasas semanas de las elecciones—, enviar un comunicado a tres periódicos el 13 de abril explicando su punto de vista. La respuesta de Cummings no se hizo esperar: publicó una extensa entrada de blog en la que acusaba al primer ministro de estar «muy por debajo de los estándares de la competencia e integridad que el país merece» a la vez que echó leña al fuego de la renovación de su vivienda acusando de un plan «inmoral, estúpido y posiblemente ilegal» consistente, supuestamente, en que la obra la financiaran donantes secretos.

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Dominic Cummings, ex asesor jefe de Boris Johnson. | Foto: Toby Melville | Reuters

También en Irlanda del Norte tiene un frente abierto. «No habrá frontera en el mar irlandés», prometía Johnson en agosto de 2020, antes de alcanzarse el acuerdo del Brexit. «Por encima de mi cadáver», sentenciaba. Sin embargo, finalmente el tory sí acordó establecer una nueva frontera económica en el mar irlandés, lo que aleja a la región del resto del país.

A pesar de todas estas controversias, Johnson mira para otro lado e insiste ante la prensa que «aquí no hay nada que ver». Y parece que su estrategia funciona. Desde noviembre del año pasado, su popularidad no ha dejado de crecer, según YouGov, y los últimos datos, del pasado 12 de abril, muestran que el número de británicos que lo valoran «bien» (46%) está a punto de superar al de los que lo valoran «mal» (47%), si continúa la tendencia actual, tal como se puede apreciar en el siguiente gráfico.

Pero las polémicas de las últimas semanas, en especial su enfrentamiento público con Cummings —que muchos en el seno del partido tory han calificado de «locura»—, pueden todavía pasarle factura. Con todo, su rival, el laborista Starmer, tiene, como muestra este segundo gráfico, menos popularidad entre los británicos, ya que solo un 26% lo valoran «bien», frente a un 50% que lo valora «mal». El peso que puede inclinar la balanza es el alto número de personas (un 23%) que no tiene una opinión formada acerca del laborista. Y que pueden habérsela formado en esta última semana.

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