En busca del molusco desconocido: longueirones, tellinas…
Uno de los placeres de veranear en una de las costas españolas es descubrir productos de mar que no nos llegan habitualmente a las ciudades
Uno de los placeres de pasar unos días en una de las costas españolas es el descubrimiento de productos de sus mares que no nos llegan habitualmente a las grandes ciudades. Con los crustáceos es casi una batalla perdida, sí: vemos gambas al ajillo en todos los bares del Cantábrico, donde no se cría una sola gamba, y por todas partes surge, invasor, ese ‘gambón’ o a veces ‘langostino’ que no es sino un crustáceo barato que nos llega desde el Pacífico Sur o el Índico. Pero con los moluscos bivalvos a veces tenemos un poco más de suerte.
Una zona privilegiada es, cómo no, Galicia. Y no, allí no hay gambas ni langostinos autóctonos, pero sí –aparte de sus famosas ostras, vieiras y zamburiñas-, algunas curiosidades que viajan poco. Prueben ustedes el longueirón (Ensis Silicua), que es un primo hermano de la navaja pero se distingue fácilmente por ser ligeramente curvado y no recto. Para nosotros, de carne claramente más fina que la de la navaja. Otro primo gallego es el del berberecho: el berberecho bravo (Cardium Echinatum), de mayor tamaño.
Una zona que fue maravillosa pero ahora no ofrece tantos moluscos es la costa mediterránea, donde hace medio siglo reinaba el dátil de mar (Lithophaga lithophaga), pariente del mejillón, más alargado y de concha parda, y mucho más delicado de sabor. Lo que sucede es que el dátil se mete literalmente dentro de las rocas, y su pesca se hacía rompiéndolas, a menudo con… dinamita. El destrozo ecológico llevó a la prohibición de sus capturas, pero nos dicen que a veces se encuentran, llegados… de Portugal.
Con la contaminación y las prohibiciones, tampoco es ya tan fácil la captura de la frágil, delicada y deliciosa tellina –en Andalucía, coquina-, Donax trunculus, por parte del bañista, pero pueden intentarlo en algunas playas. Hace mucho tiempo nosotros dedicábamos parte de nuestro baño matutino en Las Playetas de Bellver, en Oropesa del Mar (Castellón), a rascar con las manos la arena bajo el agua, y así sacábamos fácilmente el aperitivo para aquel mediodía.
En fin: que esa es la idea. Donde haya poca gente y el marisqueo no esté estrechamente regulado, todavía podemos sacar del agua unas cuantas cosas exquisitas que, en el mercado, nos costarían un Potosí… si las encontrásemos. Que ustedes lo disfruten con salud en este verano en el que, vistas las temperaturas, atrae la idea de pasar más tiempo metido en el agua que nunca.