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Nona Fernández: “Chile ha tenido una Transición similar a la española: bastante cuestionable en términos de verdad y de justicia”

Nona Fernández: “Chile ha tenido una Transición similar a la española: bastante cuestionable en términos de verdad y de justicia”

Nona Fernández: “Chile ha tenido una Transición similar a la española: bastante cuestionable en términos de verdad y de justicia”

En 1883 la Plaza de Armas de Santiago de Chile se iluminaba por primera vez. La abuela de Nona Fernández le contaba a su nieta cómo había sido, ella, decía, había estado ahí. Se trataba de un recuerdo inventado, la abuela no había por entonces nacido y, sin embargo, no dejó nunca de relatar esta historia a la escritora, que parte de este recuerdo inventado para reflexionar en Chilean Electric (Minúscula) sobre la construcción de la memoria, sobre los recuerdos inventados y los olvidos impuestos, entre las zonas iluminadas y los puntos oscuros, entre lo conocido y lo desconocido. Como telón de fondo, la dictadura militar y una dura crítica esa memoria histórica parcial y recortada.

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Me gustaría comenzar estableciendo un diálogo entre La dimensión desconocida y Chilean Electric: en ambos encontramos la oposición entre luz y oscuridad, entre lo que se sabe y lo que se desconoce, entre lo que se revela y lo que se esconde.

Yo creo que, de alguna manera, estos dos libros, así como gran parte de mis anteriores trabajos, forman parte de un mismo camino, a lo largo del cual he ido madurando como escritora. En Chilean electric, que es anterior a La dimensión desconocida, indago en torno a aquello que se nos ha mostrado, pero también en torno a aquello que nos ha sido negado o que, incluso, hemos deseado no ver. De alguna manera, los dos libros intentan poner luz sobre zonas oscurecidas, sobre zonas y realidades ocultas que, a pesar de que no estén iluminadas, a pesar de que se nos oculten, sabemos que están ahí.

Escribes: “Iluminar con la letra la temible oscuridad” ¿La escritura como herramienta de iluminación, de revelación?

Sin duda. Yo nací antes del golpe de 1973 y soy, de alguna manera, una mujer que fue criada en dictadura, si bien, de pequeña, no era del todo consciente de la realidad en la que vivía. Era una realidad totalmente naturalizada o, al menos, así lo vivía yo como niña, aunque, al mismo tiempo, me parecía también una realidad muy extraña. Solo con el tiempo y la madurez entendí esa extrañeza y comencé a preguntarme sobre todas esas zonas de oscuridad. Muchos creímos que, con la llegada de la democracia, iban a desaparecer esos focos de oscuridad y podríamos finalmente observar lo que escondían. Sin embargo, no ha sido así: hemos tenido una Transición similar a la española, una Transición bastante cuestionable en términos de verdad y de justicia. Mi literatura, desde el origen y sin ningún plan previo, ha ido buscando esas respuestas que quedaron ocultas cuando yo era niña, esas respuestas que no me dieron acerca de la realidad que vivía, acerca de lo que se vivía dentro del ambiente doméstico y lo que se vivía como país. Desde mis primeros escritos, trabajé con la idea de ir iluminando con la letra las partes oscuras. Frente a lo que la historia oficial no ofrece, frente a lo que la historia mediática no ofrece, frente a lo que el discurso político no ofrece, alguien tiene dar respuestas. De ahí que quise investigar y escribir sobre historias que no están contadas.

Unos de los temas relacionados con la oscuridad, con lo que no se cuenta, es el silencio.

Hay ciertos relatos que circulan y hay ciertos relatos que no circulan. Buscando información, haciendo investigación, que es lo que hice en La dimensión desconocida, me di cuenta de que hay puntos ciegos, puntos en los que ya no existe información alguna, pues ya no existen ni las fuentes ni los documentos. Ante estos puntos ciegos, lo único pertinente es imaginar, con sentido común y con ciertos límites, siendo conscientes de que hablamos de personas que existieron. Sin embargo, la imaginación es la única herramienta que tenemos para poder iluminar esas zonas oscuras. Pasolini decía que lo que nos toca a los intelectuales es imaginar frente al silencio. Es una invitación a completar la historia desde el arte y la creación, es decir, sin intentar imponer una verdad o una memoria oficial, que nunca son creíbles. La literatura te ofrece fragmentos, pedazos, para ir completando ese gran palimpsesto que construimos todos a través de una memoria colectiva hecha de memorias individuales, muchas de ellas contradictorias entre sí.

Al final, todos, de una manera u otra, imaginamos para llenar los vacíos. Pienso en tu abuela, que se inventa haber estado presente en la iluminación de la Plaza de armas, se inventa un relato que, sin embargo, a ti, a pesar de su carácter ficticio, te sirve para construir el tuyo y reflexionar sobre la memoria y las distintas versiones de la historia.

Nunca entendí por qué mi abuela se inventó esta historia, pero la repetía siempre y se convirtió en un recuerdo compartido, a pesar de que cuando se iluminó la Plaza de armas por primera vez ella no había nacido. Me parece muy bonito ver cómo hay ciertos recuerdos o ciertos hechos que nos pertenecen a todos. Si uno piensa en las grandes memorias de un país, todas ellas son espacios históricos de los que estamos obligados a apropiarnos. Quizás no vivimos una determinada época, quizás no vivenciamos todo aquello que ocurrió siendo niños, pero con la imaginación podemos habitar esos espacios que no vivimos y empatizar un poco con los dolores que se vivieron y, de esta manera, podemos iluminar estos episodios oscuros del pasado para traerlos al presente y, sobre todo, para llevarlos al futuro. Por lo que se refiere a la invención de mi abuela, siempre será un hoyo negro. Como te decía, no tengo la respuesta de por qué se inventó que estuvo ahí, en la iluminación de la Plaza de las armas, y porque siguió contando este hecho como si fuera verdad a lo largo de su vida. Hay recuerdos de los que nos podemos apropiar y tenemos el derecho de hacerlo, porque hay una memoria que nos pertenece a todos.

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Plaza de Armas de Santiago de Chile. | Foto vía Wikipedia.

Y también nos apropiamos de los espacios, donde, como sucede en la Plaza de armas, queda inscrita la historia personal y colectiva.

Todas las plazas de las armas, según el modelo europeo, son el punto cero de la ciudad. Es en estas plazas donde se instaura, se inaugura una ciudad; de alguna manera la plaza de las armas es el obligo de la ciudad, ahí nace todo. La historia de las ciudades comienza en las plazas de armas, ahí da inicio esa hebra que irá tejiendo el tejido histórico de una ciudad, pero también de un país. En el caso Santiago de Chile, la plaza de las armas es la primera plaza que se construye, es el origen de país y son las historias que se han escribiendo ahí. La plaza, desde su origen, es un espacio muy transitado por la gente, es un espacio que nos pertenece a todos, entendiendo que los espacios y las personas están muy vinculados. En parte, somos las ciudades que habitamos y las ciudades son, en parte, los habitantes que las habitan.

En la plaza todo se hace visible, podríamos decir que es el espacio de “la oscura impunidad de la dictadura”, tal y como tú la definiste en alguna ocasión.

La plaza no deja de ser el espacio oficial donde, siglos atrás, no solo se ahorcaba a la gente, sino que se tenían que mostrar estos ahorcamientos como señal a la población. Hablamos habitualmente de plaza pública, pero tendríamos que preguntarnos qué entendemos por plaza pública. Es el espacio de expresión oficial del poder y, al mismo tiempo, es el espacio donde la gente intenta oficializar, mostrar, determinados gestos. Las grandes manifestaciones se organizan en las plazas públicas; pienso, por ejemplo, en las mujeres que iban a la Plaza de armas con sus velas y reclamaban saber dónde estaban desaparecidos. En este sentido, la plaza pública es una especie de hoja en blanco que todos, desde la oficialidad hasta la ciudadanía, tenemos la obligación de llenar. Y, como comentabas tú, la plaza es también el espacio de la impunidad, el espacio donde se oficializa la impunidad.

Querría preguntarte sobre el sustrato biográfico de Chilean Electric y otros de tus textos. ¿Lo biográfico es un material para la ficción?

Nunca me he considerado un personaje tan interesante como para protagonizar nada. Esta es la verdad. Sin embargo, con el tiempo he entendido que la biografía es una herramienta para poder acercar los materiales al lector. Chilean Electric tiene un hilo muy biográfico a partir de la figura de mi abuela, a pesar de ello, no cuento grandes cosas de mi vida, nunca lo hago. Sin embargo, el introducir elementos biográficos me permite reflejar, como si vida fuera un espejo, esas otras vidas y otros hechos que quiero contar. Digamos que, a través de mi propia experiencia, puedo bajar a tierra, acercar a los lectores, los hechos y las vidas que narro, a pesar de la distancia que exista. Quiero que el lector entienda que las personas de las que hablamos en estos libros son personas completamente normales, como tú y como yo, como los lectores: no hablo de grandes héroes, sino de personas que se levantan por la mañana, preparan la colada, dejan sus hijos en el colegio… Mi propia biografía lo que intenta es hacer de espejo, de bálsamos que consiga contener y amalgamar los hechos feroces y dolorosos.

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Foto: Marcelo Leonart, cedida por la autora.

¿Y también busca aglutinar los tiempos, unir el pasado con el presente y proyectarlo hacia el futuro?

Sí, obvio. Siempre intento narrar desde el ahora, no desde la rememoranza de lo que ocurrió. Me interesa mostrar de qué manera ese pasado sigue presente y de qué manera se proyecta hacia el futuro. El uso del yo es una manera de actualizar los hechos, hace de la novela una especie de documental. De hecho, siempre he pensado que La dimensión desconocida es más un libro documental que una novela. Y algo de esto pasa también en Chilean Electric, en cuanto, hay un hecho de despierta un punto de vista y yo soy ese punto de vista, que además quiero evidenciar a lo largo de todo el texto, no esconderlo.

En un momento dado te preguntas qué quería contar tu abuela con su relato y, a partir de aquí, reflexionas sobre como un hecho del pasado se convierte en clave de lectura de un hecho acontecido posteriormente.

Sí, los recuerdos, los hechos que nos preceden, son claves de lectura que una ha ido incorporando a través de sus vivencias, que le han sido regaladas por los grandes maestros en los libros o por las narraciones orales con las que una crecido. Son claves de interpretación y de lectura que una recibe y, al mismo tiempo, lanza para los lectores y para el futuro.

A nivel literario, ¿la literatura chilena ha empezado a hacerse cargo, de forma generalizada, de la dictadura militar?

Sí, sin duda. En los años 90, que son los años de la Transición, fueron extraños en los que no quisimos preguntarnos qué había sucedido. Desde el poder y desde el Estado se nos invitaba a no mirar atrás, pero sí hacia el futuro. Por aquellos años, Chile era un país que se estaba lanzando en todo y socialmente estaba muy instalada la idea de que lo mejor era no mirar hacia atrás. Esto se reflejaba en la literatura, se escribía muy poco sobre las décadas anteriores de terror y dictadura; las intenciones y el interés literario estaban puestos en otro lado. Hacia el 2000, las cosas cambian radicalmente y, de repente, mi  generación, que es de la que mejor puedo hablar, pues es la que mejor conozco,  comienza a preguntarse cosas, a indagar en ese pasado. Mi generación empieza a hacerse cargo del pasado a partir del lugar que ocupa, que no es el del protagonista, sino el del observador, sin esa épica que la generación anterior tenía y desde la conciencia de que hubo un proyecto de país que había fracasado, una democracia que había fracasado y de que la historia no había ido tal y como nos la prometieron. Mi generación empieza a trabajar con los retazos, con las distintas piezas que componen el puzle de la historia y cada uno lo hizo desde su propia perspectiva, desde el lugar que ocupaba.  Con el tiempo, tanto en ficción como en no ficción, han ido apareciendo muchos libros sobre la dictadura y, ahora mismo, es un tema muy instalado, casi un tema de moda.

Cuando un tema se pone de moda es peligroso, se cosifica, se vuelve acrítico.

Exactamente. Cuando se cumplieron los 40 años del golpe, la memoria histórica se convirtió en la gran moda y, como tú dices, se convierte en algo peligroso. De repente nos autorizaron a recordar y, entonces, todo estaba dedicado a ese mismo tema: se dedicaron programas de tv, se retrasmitieron documentales y series, se publicaron libros de investigación, especiales en periódicos… pero pronto, terminado el aniversario,  este boom se terminó.

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El telón de fondo de ‘Chilean Electric’ es la dictadura militar y una dura crítica esa memoria histórica parcial y recortada | Imagen vía Minúscula.

Hablabas antes de la naturalización del contexto dictatorial. ¿Cuándo comenzaste a ser consciente de la situación política de tu país?

Yo nací con los toques de queda, con los apagones, con los helicópteros… Fue en la adolescencia cuando comencé a tener una conciencia más clara de lo que sucedía, pero no tenía 14 años. A esa edad una tiene más consciencia, pero no se termina de entender exactamente lo que pasaba. Había mucho secretismo, los padres, con el deseo de protegerte, no terminaban de contarte las cosas y, de hecho, hay muchos que siguen sin hablar, porque los remueve mucho. Yo le exigí mucho a la generación anterior, quería que hablaran, que contaran, ahora que la democracia se lo permitía, pero, con en el tiempo, me di cuenta de que no era algo fácil. Para mí es más fácil narrar esa época, hay una distancia histórica que permite a los de mi generación observar con más lejanía.

Hablar significa decir dónde se estaba, qué lugar se ocupaba, qué papel se tuvo, qué se hizo y qué se dejó de hacer.

Ten en cuenta que no todos los padres pertenecían a movimientos de izquierda. Muchos eran padres que no les parecía lo que estaba ocurriendo, pero que tenían un pánico enorme. Y es muy delicado hablar de esta complicidad civil, que fue importantísima para el sistema. Ahora ha pasado mucha agua bajo el puente, pero todavía hay quien pide no hablar de ese tema. A mi generación, le tocaba enfrentarse a este tema, casi como una condena: no podemos dejar de reflexionar y de hacer memoria sobre lo sucedido hace cuarenta años. Eso sí, debemos ser conscientes de que es imposible constituir una memoria objetiva. La memoria es lo más antojadiza, loca y mentirosa que hay. Teniendo claro esto, uno puede leer con cierta suspicacia cada versión de la historia, leerla como una parte, como una propuesta y, a partir de ahí, uno puede armar el rompecabezas.

Antes citabas a Pasolini, ¿el escritor tiene una responsabilidad más allá del hecho literario?

Yo siempre he pensado que la literatura no tiene que tener deberes, porque creo que la creación debe ser un espacio lúdico y libre. Por otra parte, creo que los escritores no estamos tan libres, sino que nos debemos a un lugar, a una época, a un momento histórico y tenemos la obligación de escribir con la ventana abierta. Somos parte de una época y tenemos la obligación de estar conectados con esta época y de poder iluminarla, sin dejar nunca de lado la literatura, escribiendo no solo bien, sino increíblemente bien. Los escritores tenemos el don de la palabra, sé lo que puede generar un buen libro, las ventanas que puede abrir una buena reflexión. Es un poco dual lo que digo, pero creo que la literatura está libre de deberes, pero no los escritores.

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