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Cómo ignorar, condenar y menospreciar la obra de las mujeres

‘Cómo acabar con la escritura de las mujeres’ es un irreverente y exhaustivo ensayo en el que Joana Russ examina las fuerzas que sistemáticamente impiden el reconocimiento del trabajo creativo de las mujeres.

Cómo ignorar, condenar y menospreciar la obra de las mujeres

Barrett y Dos Bigotes publican por primera vez en español ‘Cómo acabar con la escritura de mujeres’, un ensayo donde la escritora Joana Russ examina las fuerzas que sistemáticamente impiden el reconocimiento del trabajo creativo de las mujeres.

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En 1983 la escritora de ciencia ficción, crítica literaria y activista feminista Joana Russ (Nueva York, 1937 – Tucson, 2011) publicó Cómo acabar con la escritura de las mujeres, un irreverente y exhaustivo ensayo donde examina las fuerzas que sistemáticamente impiden el reconocimiento del trabajo creativo de las mujeres. Sorprendentemente, cuenta la traductora, Gloria Fortún, este clásico de la crítica literaria feminista no había sido publicado en español hasta ahora, 35 años después y gracias a las editoriales Barrett y Dos Bigotes… y lo que cuenta sigue vigente. “Vivimos en un patriarcado, más feroz si cabe por culpa del capitalismo. Si volvieras a escribir el mismo libro poniendo ejemplos actuales seguiría exactamente igual”, afirma Fortún.

Por eso, antes de entrar en materia, tres casos recientes. Hace dos años la mexicana Elena Garro, una de las escritoras latinoamericanas más importantes del siglo XX, fue reducida a esposa, amante y musa por la editorial Drácena, que decidió acompañar la reedición de su libro Reencuentro de personajes con una faja donde se leía: «Mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por Borges». Para rematar, el texto de la solapa afirmaba que la novela «germina del odio que Elena Garro profesó desde su divorcio y de la forma más irritante posible a su ex marido, el Premio Nobel Octavio Paz». Es decir, la obra no nace de su talento de Garro, sino del rencor que siente por Paz.

En verano de 2017, coincidiendo con el centenario del nacimiento de Gloria Fuertes y las diferentes actividades y exposiciones organizadas con tal motivo, Javier Marías sintió la obligación de denunciar: “sufrimos una campaña orquestada” por una corriente feminista “según la cual era una grandísima poeta a la que debemos tomar muy en serio. Quizá yo sea el equivocado (a lo largo de mi ya larga vida), pero francamente, me resulta imposible suscribir tal mandato”. Además, el escritor acompañó su columna en El País Semanal de un listado de autoras que sí considera valiosas.

Y apenas hace dos meses, el 20 de octubre, Mario Vargas Llosa se mostró indignado por la entrega del Princesa de Asturias a la escritora francesa Fréderique Audoin-Rouzeau, autora de novela policiaca conocida por el seudónimo de Fred Vargas. «Creo que ella es muy popular, pero no sé si está dentro del nivel que tiene un premio como este», sentenció en declaraciones a COPE Asturias el escritor, que obtuvo el mismo galardón en 1986.

Volviendo a Cómo acabar con la escritura de las mujeres, a lo largo de 250 páginas llenas de ironía, denuncia y brillantez, Russ analiza las estrategias seguidas para ignorar, condenar o menospreciar la creación femenina. Desde prohibiciones informales, como la disuasión o la falta de acceso a materiales y formación; hasta la negación de la autoría, el desprecio de la producción de una autora criticando su vida personal; o su aislamiento de la tradición a la que pertenece para terminar condenándola al olvido.

Para Fortún, “hoy los impedimentos son más sutiles, pero se pueden ver en los puestos en las universidades, donde hay muchas profesoras pero pocas rectoras, o en la composición de los consejos editoriales. Cuando estudiábamos en el colegio las pocas mujeres que nos enseñaban siempre eran casos aislados dentro de la literatura universal, que se supone que es la masculina. Excepciones que confirman la regla”, como Rosalía de Castro o Emilia Pardo Bazán, “que parecen no formar parte de ninguna tradición. Los hombres son la Generación del 27 o del 98 y, entre medias, algún caso aislado es una mujer”, explica.

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Joana Russ expone las estrategias sutiles, y no tan sutiles, que la sociedad usa para ignorar, condenar o menospreciar a las mujeres que producen literatura. | Imagen vía Dos Bigotes.

 

Con tantas notas al pie como páginas, el libro de Russ es una mina de ejemplos. En el siglo XVII la prolífica Margaret Cavendish, duquesa de Newcastle, fue acusada de contratar a un académico para escribir. De Mary Shelley, autora de Frankenstein y madre de la ciencia ficción, se dijo que fue únicamente “un medio transparente a través del cual pasaban las ideas de aquellos que estaban a su alrededor”. Durante años se defendió que Branwell Brontë era el verdadero autor de las obras de sus hermanas Emily y Charlotte Brontë. La propia autora recuerda que un colega alabó su obra diciendo que “no escribía como una mujer”.

Porque la alternativa a la negación es la contaminación de la autoría. Divulgar la idea de que al crear las mujeres hacen el ridículo, son indecentes, extrañas, anormales, neuróticas, desagradables u odiosas. Lejos de desaparecer, a partir del siglo XX esta noción se transforma y aparecen otros descalificativos: los referidos al físico, la moral o la vida sexual de las escritoras. Sobre la recategorización realizada por el crítico Louis Untermeyer, Russ señala en el libro: “Aphra Behn la poeta se convierte en Aphra Behn la Puta, una suerte de Mata Hari, chabacana y exótica en el centro del escándalo”. Elizabeth Barrett representa el estereotipo de la esposa, Christina Rossetti el de la solterona y Emily Dickinson se transforma en la loca extravagante.

Del mismo modo funciona el doble rasero del contenido, esto es, considerar de más valor e importancia las experiencias masculinas que las femeninas. Así una guerra es un tema importante y un embarazo no. O “el mismo tema cuando está escrito por una mujer es un tema femenino y cuando lo escribe un hombre es un tema universal”, señala Fortún. “Laura Freixas contaba que al publicar una novela suya que tenía en el título la palabra amor”, Amor o lo que sea, “la llamaban de programas del corazón para comentarla. Mientras que a Gustavo Martín Garzo, que había publicado una novela al mismo tiempo con la palabra amor”, Los amores imprudentes, “le llamaban de programas literarios y culturales”. Y volviendo a la ciencia ficción, añade: “siempre se ha visto como un género masculino cuando las escritoras más importantes han sido mujeres, muchas de ellas con seudónimos masculinos como James Tiptree o Andre Norton. ¿Cómo no nos iba a interesar a las mujeres un género como la ciencia ficción, donde lo puedes desmontar todo: el texto, el género, el patriarcado?”.

Muchas de las autoras que Russ menciona en su libro, como Jane Austen a Emily Dickinson, forman parte del canon gracias a la labor de memoria histórica y arqueología literaria realizada por las feministas de la década de los 70. Hoy en día la manifestación del 8M o el #MeToo han visibilizado el feminismo, pero opinión de Fortún corremos un riesgo: “convertirlo en algo muy individualizado”. Y continúa: “El feminismo es un movimiento de justicia social para luchar por el bien común, no por la libertad individual. A mí me da miedo que en esta sociedad tan extremamente capitalista el feminismo se convierta en una comodidad más, en un bien más y se olvide al resto de la gente”. Lo que enlaza con la idea de Russ de la mala fe.

Para comportarse de forma al mismo tiempo sexista y racista y, además, mantener el privilegio de clase que se posee, solo hace falta actuar como requieren las costumbres, la normalidad, el día a día, incluso la buena educación. Este confuso tipo de ignorancia humana es lo que Sartre denomina mala fe”, señala Russ en el libro. Para Fortún, “La mala fe ahora mismo se podría ver como saber que tú tienes unos privilegios que otras personas no tienen como persona blanca, hombre o heterosexual, y no utilizarlos para luchar contra las opresiones de otras personas, seguir viviendo cómodamente y no desafiar todo esto”.

Concluye Russ que el modo de entender la literatura no está incompleto, sino totalmente distorsionado porque tiene asignado un falso centro: no solo es masculina, blanca y de clase media (o alta), sino también de la costa este europea. “El feminismo ha sido el primer movimiento que se ha dado cuenta de todas las intersecciones que nos recorren: sexo, género, clase social, raza, etcétera. En ese sentido, Russ hace un gesto de humildad muy grande en los últimos capítulos, que son como un posfacio, en los que se da cuenta de que ella había hecho lo mismo al no incluir en el canon literario cosas que no consideraba literatura, como textos de personas negras que escribían de una manera diferente” y a quienes dedica sus últimas páginas, asegura Fortún.

A modo de conclusión, la también escritora y traductora recomienda este libro diciendo: “Russ te proporciona muchísimas herramientas para comprender por qué hasta ahora estabas equivocado. Lo que considerabas buena o mala literatura en realidad son una serie de normas que hemos dado por sentadas y que no son nada objetivas. Es un libro que te despierta”. Y para seguir ampliando horizontes, ofrece tres recomendaciones: “El mundo deslumbrante de Siri Hustvedt, a quien por cierto se conoce como la mujer de Paul Auster cuando para mí le da mil vueltas; Push de Sapphire y ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? de Jeanette Winterson”.

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