Confinados en el WhatsApp
Para muchos, lo menos llevadero del confinamiento está siendo lidiar con la cantidad de chistes, vídeos y mensajes de WhatsApp. Aquí va una historia de superación.
Los primeros dos días de confinamiento por la crisis del coronavirus pensé que lo que peor iba a llevar de no salir a la calle sería el brío que estaba tomando el WhatsApp: cientos de mensajes, docenas de memes por minuto, vídeos, audios, bulos…
Me equivoqué pensando que sería terrible y hoy vengo a confesar mi historia de superación.
Vaya por delante que uso bastante esa App, así que no seré yo quien reniegue de ella, pero con la nueva rutina y la gente aburrida en casa, mi teléfono pasó de móvil a fijo ya que entre unos y otros la batería se consumía al mismo ritmo que mi paciencia.
Como en mi familia somos gente de orden y muchas ganas de hablarnos cuando no nos tenemos delante, hemos creado un grupo especial coronavirus para conocer el minuto a minuto de cosas tan apasionantes como nuestro confinamiento. Este grupo tiene los mismos miembros que el grupo familiar, pero nos parecía importante diferenciar la crisis sanitaria de las de la familia.
Gracias a estos días he tomado conciencia de que, grupo donde hay una señora, grupo que se convierte en una central del meme. Y, si me permitís el atrevimiento, las señoras de mis grupos tienen la mejor mandanga. Reconozco que me costó un poco adaptarme a tanta actividad de golpe y me planteé salirme de WhatsApp, meter el móvil en una olla de aceite hirviendo y enterrarlo en la maceta del perejil, pero cuando una noche vi a mi pareja mirando el Twitter y riéndose con los vídeos y chistes que ya me habían pasado a mí a primera hora del día, me di cuenta de que si mis dealers de memes supieran el valor del contenido que envían de manera altruista en primicia, chaparían los grupos y los harían de pago.
Si mis dealers de memes supieran el valor del contenido que envían de manera altruista en primicia, chaparían los grupos y los harían de pago.
Tras días de encierro, ya tengo a los grupos habituales y su fragor normalizados y ahora disfruto de la encomiable labor amenizadora de los distribuidores de memes. Su actividad ha sido transformadora en mí. Me he dado cuenta de que la vida son dos días y ahora me lanzo yo también a reenviarles la primera mierda que me llega, porque de esta crisis vamos a salir más preparados que nunca para dar la brasa.
Una vez visto el mundo de otra manera, mi corazón también se abrió a esos grupos que han resurgido de la inactividad en la que estaban y ya no les deseo nada malo. Son grupos donde los participantes nos conocemos tan poco que ni siquiera tenemos guardado el teléfono de todos los miembros. Estos grupos han revivido gracias a la figura del pastor espiritual, un miembro sepultado por el ostracismo que esperaba el apocalipsis para hacerse notar. Cada día nos despierta con un mensaje positivo y cada noche nos despide con unas palabras de agradecimiento, supongo que lo que nos agradece es que no lo bloqueemos.
Por estos últimos grupos he vuelto a revivir mi infancia de tele con programación fija y previsible y ahora siento que a mi vida le falta algo si llegan las 9:01 de la mañana y nuestro guía aún no nos ha enviado el mensaje de las 9 o no nos ha pasado la programación del día que nadie, ni él mismo, piensa seguir. El otro día, como llevábamos 20 minutos sin saber de él, escribí preocupada preguntándole si estaba bien. Me contestó que sí en un vídeo de 10 minutos.
Soy consciente de que como este periodo iba a romper la rutina de la sociedad pero no la mía, ya que paso bastantes horas en casa, me quise hacer un poco la especial para sentir en grupo la presión del encierro. Así que no se me ocurrió otra cosa que ponerme tareas que me apetecían entre poco y un pimiento: ver películas que he pospuesto durante años porque no me interesan, asistir a seminarios online, ordenar armarios u organizar las fotos de mi ordenador que, si pierdo, ni echaré de menos.
Al final, también por sentirme dentro de la sociedad, he decidido no cumplir ninguno de mis propósitos y dedicar mi alma entera a confinarme en el WhatsApp, así cuando salgo de ahí, siento que entre las cuatro paredes de casa tampoco se está tan mal.
#QuédateEnCasa