Ayuda psicológica con perspectiva de género: ¿por qué es importante?
Este tipo de terapia no está pensada exclusivamente para víctimas de la violencia machista, sino para ayudar a mujeres y hombres a comprender la llamada «socialización de género»
Mujeres y hombres socializamos de manera distinta. Nuestra cultura marca unos modelos, valores y expectativas diferentes para ambos, y eso hace que nuestros puntos de partida no sean iguales, especialmente en ciertas situaciones sociales, de pareja o familiares. Por eso, acudir a consultas psicológicas en las que se trabaje con perspectiva de género es una opción cada vez más elegida por muchas mujeres, pero también por muchos hombres.
¿En qué consiste este tipo de terapia? Simplemente en considerar como un factor importante nuestros aprendizajes como mujeres/hombres y las expectativas de nuestro entorno por el hecho de pertenecer a un género u otro. Desde Psicología en Femenino ofrecen un servicio psicológico con perspectiva de género, y aseguran que «el género afecta a muchas cosas. Muchas de las mujeres que acuden a este servicio vienen porque se presionan mucho y se exigen mucho en el trabajo o en sus relaciones, porque quieren mejorar su autoestima, para aprender a expresar de una manera adecuada sus enfados, ansiedad, problemas en relaciones de pareja…».
Eso sí, aunque el género es una variable a tener en cuenta y en la que se debe trabajar, «no significa que por ser mujeres seamos todas iguales ni estemos cortadas por el mismo patrón, eso es un estereotipo», recalcan desde el gabinete.
Gema de Pablo, psicóloga y directora de la Fundación Siglo 22 (que desarrolla proyectos de formación para fomentar la igualdad de género y de oportunidades en el sistema educativo, a través de las tecnologías de información y comunicación) asegura que se trata de que las mujeres «tomen conciencia de dónde están, pero no para torturarnos, sino para situarlo y visualizar cuál es nuestra parcela de poder, dónde podemos actuar y cambiar cosas. La mayor parte de nosotras no nos damos cuenta de las herencias o mandatos sociales a las que estamos sometidas, que es lo que llamamos ‘socialización’».
Ahora bien, no se trata de una opción solo para mujeres. De hecho, la terapia con perspectiva de género puede ser igual o más efectiva en el caso de los hombres. Gema de Pablo nos explica por qué: «También existen unos mandatos y una socialización de género que afecta al género masculino. Y ese sometimiento tampoco les hace especialmente felices. Yo tengo la teoría de que el día que los hombres descubran que efectivamente han de rebelarse contra eso, empezarán a cambiar muchísimo más las cosas. Hay muchísimo sufrimiento en los hombres, por ejemplo en lo que respecta a su gestión emocional: ‘los hombres no se emocionan’, ‘los hombres no lloran’, todavía a día de hoy seguimos escuchando eso».
La mujer como «cuidadora»
En los últimos diez años, la noción de «cuidados» ha ocupado un lugar central en la filosofía, como respuesta a los efectos del capitalismo global, desde un punto de vista feminista, ecologista y de la justicia social. Figuras como Marina Garcés nos hablan de la innegable «vulnerabilidad», condición que nos pone unos en manos de otros y nos exige la responsabilidad de cuidarnos. Sin embargo, la realidad no es igual para todos.
Por mucho que los cuidados y la reparación se reivindiquen de manera global ante una sociedad cada vez más individualista, la desigualdad de género vuelve a entrar en juego, y es a las mujeres a las que se exige o de las que se espera ese sacrificio, esa autorrenuncia y esos cuidados. Por lo tanto, cuando las necesidades propias entran en conflicto con las de los demás, pueden aparecer sentimientos de culpabilidad o de frustración, sentimientos que parecen ser mucho menos frecuentes en los hombres ante dichas situaciones. Gema de Pablo asegura que los hombres también pueden ejercer esos cuidados, pero «conlleva un desaprendizaje profundo, hay que potenciar las experiencias de cuidado, desestructurarse como hombre y estructurarse como persona que es capaz de cuidar».
En Descubriendo la importancia ética del cuidado, Montserrat Busquets, profesora de la Universidad de Barcelona, advierte de que «hoy en día el cuidado ha entrado en crisis porque las mujeres progresivamente se han incorporado al escenario público, a la profesionalización y al empleo de forma normalizada, sin que ello modificara apenas las exigencias de la vida privada sobre ellas. La crisis del cuidado y el colapso familiar tienen lugar cuando la mujer dispone de menos tiempo para las necesidades de cuidados de la vida familiar». Y es ahí donde aparecen los sentimientos de culpabilidad y frustración.
Responsabilidad y autoexigencia: cuando la salud mental se ve afectada
¿Sabías que la depresión se diagnostica tres veces más en mujeres que en hombres? Ana Sánchez, de Psicología en Femenino, considera que se trata de una «cuestión multifactorial»: «Las mujeres acudimos más a los servicios médicos, expresamos nuestras emociones con más frecuencia, nuestras condiciones de vida son peores que las de los hombres, los tests que miden la depresión tienen criterios sexistas (por ejemplo valorar si has llorado o no, o si has dejado de trabajar fuera de casa), etc».
Según la última Encuesta Nacional de Salud ENSE del Ministerio de Sanidad, las mujeres (14,1%) refieren algún problema de salud mental con mayor frecuencia que los hombres (7,2%). Asimismo, un 9,1% de las mujeres confiesa sufrir ansiedad crónica, frente a un 4,3% de los hombres. La depresión se declara en la misma proporción que la ansiedad (6,7%), y es más del doble en mujeres (9,2%) que en hombres (4%).
Reconocer que se padece alguna enfermedad mental también repercute en la capacidad para pedir o no ayuda: cuando se realizó la encuesta, en 2017, el 5,4% de la población de 0 y más años había consultado a un psicólogo, psicoterapeuta o psiquiatra en los últimos 12 meses, pero la proporción fue algo mayor en mujeres (6,1%) que en hombres (4,6%).
Un ejemplo muy claro y sobradamente conocido de las responsabilidades que se exigen a las mujeres en sociedad es su papel en la vida doméstica. Busquets afirma que «el género ha sido el criterio para asignar la responsabilidad moral y los proyectos de vida: la mujer apta para el trabajo doméstico y el cuidado de sus seres próximos». Desde el cuidado de los niños, enfermos del hogar y personas con dependencia hasta las meras necesidades de la vida diaria.
Ana Sánchez asegura que las mujeres «cuidamos más del ocio de la familia que ellos», y lo mismo ocurre con las relaciones sociales, incluso las de nuestra pareja: «Comentarios como ‘¿has llamado a tu madre?’ o ‘tenemos que quedar con…que hace mucho que no les vemos’».
Pero la responsabilidad no termina en el hogar. Gema de Pablo llama especialmente la atención sobre la «autoexigencia» en prácticamente todas las tareas que nos imponemos las mujeres. «Si trabajo y estudio, tengo que ser perfecta en todo; si tengo padres, perfecta con mis padres; si tengo abuelos; perfecta con los abuelos», denuncia la psicóloga.
«El verdadero problema viene de esa creencia de que tenemos que demostrar al mundo que somos tan válidas como ellos: si yo siento que estoy en un mundo que no es un mundo que antes me perteneciera, pues al final tenemos que demostrar, porque se nos pone en cuestión, en tela de juicio».
Y, tal y como concluye De Pablo, esto se extiende a todas las esferas y a todas las edades: «Nuestra existencia es adaptarse a un mundo que no es el nuestro, entonces eso exige de nosotras una serie de competencias que nosotras intentamos dar a muerte». Si queremos que esta estructura cambie, habrá que empezar por tomar conciencia de la realidad. Es ahí donde la psicología con perspectiva de género entra en juego.