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¿Qué va a pasar tras el fin del estado de alarma?

La respuesta es simple: no lo sabemos. Estamos en una carrera de velocidad entre la vacunación y un posible repunte. Y el resultado es incierto. Ahora el mayor riesgo es que los mayores contagien a los jóvenes

¿Qué va a pasar tras el fin del estado de alarma?

Sergio G. Cañizares | EFE

El día 9 de mayo acaba el segundo estado de alarma en España. Lo empezamos hace seis meses, en plena segunda ola, con el objetivo declarado de alcanzar una incidencia acumulada en 14 días (IA14) menor de 25 casos por 100.000 habitantes.

Aunque aún estamos lejos de alcanzar ese objetivo, la proporción de vacunados es cada vez mayor. Nos enfrentamos a una nueva situación que requiere nuevos abordajes.

Dónde estamos ahora

La IA14 de casos de COVID-19 en España parece estabilizada desde hace semanas. Aún en cifras relativamente altas, por encima de 200 por 100.000 habitantes, y con mucha variabilidad entre comunidades autónomas (CCAA). Algunas (País Vasco, Madrid, Navarra, Cataluña) con IA14 por encima de los 350 casos por 100.000 que llevaron a declarar el estado de alarma. Otras, singularmente la Comunidad Valenciana, se han mantenido cerca de ocho semanas por debajo de 50. Situaciones diferentes que, previsiblemente, requieren respuestas diferentes.

Las cifras también parecen estabilizadas, con tendencia al descenso, en nuestros vecinos europeos. Otra vez con gran variabilidad: desde IA14 superiores a 600 en Suecia, Países Bajos o Francia, hasta cifras en torno a 50 en Portugal o Reino Unido (muy similares en datos pese a la mucha más intensa campaña de vacunación en este último).

En cuanto a la vacunación en España, más de 12 millones de personas –más de una de cada cuatro personas «vacunables»– han recibido al menos una dosis. Y la perspectiva es que incremente la rapidez. Son cifras muy positivas. La capacidad de vacunar de las CCAA –de todas, pese a los absurdos rankings que pueden verse en muchos medios– está siendo simplemente extraordinaria.

Retardo del efecto protector

En términos de protección, los vacunados no empiezan a estar parcialmente inmunizados hasta las dos-tres semanas tras la primera dosis. Y necesitan seis semanas desde el «pinchazo» (y una segunda dosis en la mayoría de los casos) para alcanzar la protección óptima. Este retardo del efecto protector es importante y debe ser tenido en cuenta a la hora de definir las estrategias frente a la COVID-19 hasta que alcancemos cifras de vacunación mucho más altas.

En todo caso, estamos viendo ya –y podemos esperar que aumente– una importante reducción de los casos de COVID grave en las residencias y en personas mayores y un descenso de la edad en hospitalizados. Probablemente las vacunas estén también ayudando a reducir la transmisión en personas mayores. Todos los estudios sugieren que, aunque las personas vacunadas pueden infectarse e infectar, lo hacen en una proporción notablemente menor que los no vacunados.

Son datos muy importantes. Las personas mayores de 60 años ocasionaron el 65% de las hospitalizaciones y el 95% de los fallecimientos por COVID-19. Una vez vacunadas (y tras unas semanas de demora), la saturación de los hospitales parece improbable. Más improbable cada día que ganamos para la vacunación.

Tampoco las cifras de fallecimientos volverán a alcanzar las que hemos visto con horror. Aunque, ojo, cada hospitalización y cada fallecimiento que evitemos es un horror evitado.

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Luca Piergiovanni | EFE

¿Qué va a pasar tras el fin del estado de alarma?

La respuesta es simple: no lo sabemos. Estamos en una carrera de velocidad entre la vacunación y un posible repunte. Y el resultado es incierto. Dejando por un momento de lado la mayor transmisibilidad de la variante británica, dominante en España en este momento, asistimos a un notable incremento de la movilidad y los contactos en las últimas semanas. La reaparición de las otras infecciones respiratorias (las no-COVID-19) sugiere que hay más contactos y menos medidas de protección.

Hay muchos elementos para pensar que esta tendencia se va a acentuar:

  • La propia mejora de los datos de la pandemia[contexto id=»460724″], con mayor número de vacunados y un razonable mayor optimismo.
  • El tiempo: más cálido, menos lluvias. La «cultura» de verano, el «descorche» de la fatiga pandémica, la «vuelta» a nuestros estilos de vida.
  • La reducción de restricciones, tanto por la mejor situación como por el fin del estado de alarma.
  • La pérdida del temor a contagiar a las personas mayores (ya vacunadas) y el incremento de la interacción entre personas jóvenes y mayores (vacunados y no-vacunados).
  • El menor soporte social a las medidas restrictivas en un contexto de mejoría y optimismo. Menor aún si alguna comunidad autónoma intenta deslegitimar las medidas que adoptan otras. La imagen de comunidades compitiendo por acelerar su desescalada vuelve a no ser inverosímil.

Esta situación ya se traduce en un incremento de contagios en personas jóvenes y adultos jóvenes, una mayor proporción de brotes de origen social y laboral (en parte por mejor rastreo) y nuevos eventos de supercontagio con alto riesgo de generar una gran diseminación si su detección es tardía. Y puede serlo cuando hablamos de jóvenes en su mayoría asintomáticos.

El principal riesgo de las próximas semanas es que se produzca un incremento notable de la transmisión entre jóvenes, adultos jóvenes y adultos. Sólo si este incremento es muy grande y muy temprano nos volvería a dar problemas de saturación de servicios sanitarios. Pero si son muchos contagios, o si aparecen antes de que incrementemos notablemente la vacunación, originarán cuadros graves y carga hospitalaria.

Posibles estrategias para las próximas semanas

En las próximas 10-12 semanas habrá que mantener el equilibrio ente dos impulsos: la percepción social de mejoría y la necesidad económica de una vuelta a la normalidad en los sectores más afectados, y el control de la transmisión en los grupos de jóvenes y adultos jóvenes.

Salvo que alguna localidad vaya muy mal, que es más que posible, las CCAA tendrán menos capacidad para usar las medidas que tan buen resultado les han dado hasta ahora (cierres horarios de la hostelería, toques de queda, perimetración, cierre de interiores, aforos reducidos).

Por suerte existen tres estrategias clave a tener presentes. Por un lado, mantener la vacunación a un alto ritmo. En segundo lugar, extremar el testado-rastreo-aislamiento. Finalmente, es necesario dar una vuelta de calcetín a muchas de nuestras estrategias previas, centradas esencialmente en la protección de los más mayores, y dirigirlas hacia las personas jóvenes y adultas-jóvenes.

También resulta esencial intensificar las medidas sobre ventilación en interiores en cualquier lugar donde se reúna gente (incluyendo bares y restaurantes) y mantener límites de aforos y personas.

A estas alturas quizás podamos «permitirnos» que una persona contagie a otra (R0 pequeñas). Pero deberíamos reducir al máximo la probabilidad de eventos de supercontagio en espacios interiores. Igual que en los colegios, la ventilación es la herramienta esencial.

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Marta Pérez | EFE

Comunicación de riesgos educativa, no autoritaria

Por otro lado, hay que reenfocar nuestras políticas de comunicación de riesgos (que, por lo demás, nunca han sido muy buenas). Empezando por qué pueden hacer y que no los vacunados. Cuando estén con otros vacunados y cuando estén con no vacunados. Ahora toca preocuparse por evitar que los mayores contagien a los jóvenes y mejor dar recomendaciones sensatas que esperar a que «se tomen las medidas por su mano».

Mejor comunicación de riesgos también implica intentar trasladar una información más didáctica. Más educativa y menos autoritaria. No tiene sentido orientar la comunicación a normas que difícilmente se van a cumplir en un entorno con mucho menos temor en el ambiente. Lo importante será centrarla en la idea de reducir contactos entre no convivientes y en la ventilación de espacios interiores.

Está claro que la situación está cambiando a mejor y muy rápidamente. Empezamos a ganar vidas a la vez que permitimos ganarse la vida. Nadie quiere volver a las mismas medidas que nos han ido tan bien en los últimos meses. Pero tampoco podemos confiar en la suerte para ganar la carrera entre vacunación y repunte.

Hay que desarrollar nuevas estrategias adaptadas a la nueva situación. Centradas en las poblaciones más jóvenes. Más didácticas, más participativas. Desescalar y vacunar mientras controlamos la transmisión.The Conversation


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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