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Los desastres se deben a fracasos sociales: seis claves para un plan de recuperación pospandemia

La resiliencia consiste en no dejar de mejorar. Las ideas estándares concernientes a la «recuperación» y la «vuelta a la normalidad» en realidad son contraproducentes

Los desastres se deben a fracasos sociales: seis claves para un plan de recuperación pospandemia

SJ Obijo | Unsplash

Ha habido más de 3,5 millones de muertes y seguimos sumando. Nos hemos quedado con secuelas a largo plazo, muchos medios de vida se han destruido y aún nos queda mucho camino por recorrer. Estamos en la era de la COVID-19. La pregunta es: ¿fue solo un desastre natural, una parte más de esa vida a toda velocidad en un mundo globalizado? ¿O acaso podemos identificar errores que podían haberse evitado?

La clave está en el término «desastre natural»: se trata de un término poco apropiado. Los desastres ocurren como consecuencia de fallas sociales, no naturales. Quienes cuentan con poder y recursos obligan a cambiar su situación a aquellos que habitan lugares más vulnerables, en condiciones complejas para la subsistencia, con modos de vida inadecuados, pero sin apenas opciones. Esta es una cuestión que llevamos décadas analizando y explicando.

Sabíamos todo lo que necesitábamos saber para reducir las posibilidades de que surgiera un nuevo microbio letal y, una vez que este apareció, también éramos conscientes de lo debíamos hacer para evitar que nos engullera a todos y sumiera al mundo en la miseria.

Sin embargo, las organizaciones internacionales, los Gobiernos y las personas con capacidad de decisión no aplicaron los conocimientos de los que disponían. Hasta ahora y en el transcurso de esta pandemia se han observado tres conjuntos de fallos sociales.

  • La invasión de los ecosistemas y la vida salvaje por parte de las personas, junto con una pobre higiene en el momento de manipular los animales cazados, posiblemente permitieron que el virus saltara de una especie a otra. No obstante, se están contemplando también otras causas viables, como la de un accidente de laboratorio, un suceso que también habría sido evitable.
  • Una supervisión y una respuesta nacionales e internacionales inadecuadas tras la detección de la nueva enfermedad y el aviso por parte de las autoridades sanitarias permitieron la expansión del virus.
  • Minorías ruidosas desinformadas sembraron dudas en relación con las medidas respaldadas por la ciencia sobre los confinamientos, la administración de vacunas y el uso de mascarillas.

Estos mismos fallos sociales ya salieron a la luz en otros brotes víricos anteriores como el del VIH, el SARS, el ébola y la gripe porcina. Entonces, ¿cómo es posible que no hayamos aprendido del pasado?

Proponemos aquí un plan de seis puntos (tres principios y tres prácticas) que impulsará la recuperación tras la pandemia y nos llevará a tomar mejores decisiones ante desastres en el futuro.

Principios para la resiliencia

Mejora continua

La resiliencia consiste en no dejar de mejorar. Las ideas estándares concernientes a la «recuperación» y la «vuelta a la normalidad» en realidad son contraproducentes. Restablecen esa misma falta de resiliencia que provocó la pandemia a través de todos esos errores de la sociedad que nos abocan al desastre.

Un ejemplo de lo que deberíamos hacer para recuperarnos mejor consistiría en apoyar e implementar una vigilancia internacional de enfermedades que nos permitiera contar con mejores sistemas de aviso y respuesta ante nuevos patógenos. Ya existen los mecanismos necesarios para poner en marcha estos sistemas. En concreto, para ello disponemos de un Reglamento Sanitario Internacional. Sin embargo, cuando este se pasa por alto y no se obedece, o cuando algunas jurisdicciones no se implican lo suficiente, hablamos de un fallo de resiliencia.

Comportamiento y valores

Una recuperación auténtica incorpora la resiliencia como un proceso social continuo e inclusivo, nunca como un estado final. Ser resiliente significa darse al máximo con el fin de mejorar tanto el comportamiento propio como los valores, y para ello hay que hacer partícipes a todas las personas que constituyen los distintos eslabones en una cadena de desastre. Entre estas personas se incluyen los cazadores y los agricultores, pero también todos los líderes políticos, los grandes empresarios y los responsables de organizaciones sin ánimo de lucro.

Mientras tanto, los valores polarizados no hacen sino desdeñar las pruebas que claramente apoyan, por ejemplo, la aparición de la COVID-19 persistente y la efectividad de las vacunas. La resiliencia implica buscar una interacción equilibrada y basada en pruebas en la que el conocimiento evolucione para convertirse en la base de los valores y los comportamientos. Un ejemplo clave es un proceso científico abierto de investigación.

Un hombre yace en una cama rodeado de personas con equipos de protección.
Podríamos haber aprendido más de las anteriores pandemias. Mufid Majnun/Unsplash, FAL

Poder y recursos

Siempre existen oportunidades para evitar desastres, incluidas las pandemias. La elección de aprovechar o no estas oportunidades es de todos aquellos que amasan poder y recursos, con frecuencia líderes gubernamentales (elegidos o llegados al poder de otro modo), jefes corporativos y figuras religiosas. La mayoría de la población carece de este poder.

Por eso, la recuperación debería consistir en impulsar estructuras de poder y acciones sobre el terreno que respalden la prevención del desastre y la reducción del daño. Ejemplos hay muchos: retirar las viviendas de las llanuras aluviales de Toronto, proporcionar medios de vida a la población de Bangladés para reducir su vulnerabilidad, minimizar los riesgos por terremotos en Seattle, crear equipos locales para la prevención y respuesta ante situaciones de desastre, utilizar los volcanes para generar opciones locales de subsistencia.

Como ocurre con la mayoría de las catástrofes, la pandemia ha golpeado más duramente a quienes ya se encuentran en situación de marginación, como las personas con discapacidad, las personas más pobres y las minorías étnicas. Resiliencia significa no dejar a nadie atrás.

Prácticas para la prevención

Seguimos con los tres pasos para evitar los desastres que ponen en práctica los tres principios de resiliencia.

Implicar a todo el mundo en la prevención de desastres

Cuando las personas no tienen alimentos que llevarse a la boca un día tras otro, cuando carecen de agua, o cuando son víctimas del acoso u otros delitos, es lógico que se dé prioridad a estas situaciones. Hemos de preguntar a la gente qué necesita para construir su resiliencia y prepararse de cara a futuros nuevos desastres. De este modo, lograríamos salvar las brechas identificadas. Quizá necesiten dinero, tiempo, conocimiento, destreza técnica o un cambio de comportamiento.

Practicar la prevención

Mientras seguimos a la espera para tener a toda la población vacunada, la protección diaria frente a la COVID-19 se traduce en tres puntos: debemos guardar la distancia física respecto al resto, lavarnos las manos y cubrirnos la nariz y la boca cuando estemos con mucha gente o en lugares cerrados. Y todo el mundo ha de seguir implicado.

El distanciamiento social se vuelve difícil para aquellas personas que tienen que ir diariamente al trabajo en transporte público, así como para quienes solo pueden permitirse vivir en casas abarrotadas de gente. El lavado de manos presupone la disponibilidad de agua limpia y jabón. Y las mascarillas cuestan dinero. Para reducir la transmisión de la enfermedad durante la fase de vacunación y recuperación social, las personas merecen contar con opciones que garanticen que pueden cumplir con las medidas de prevención. Basta con facilitar los desplazamientos de casa al trabajo y del trabajo a casa, y distribuir jabón, agua limpia y mascarillas.

Un anuncio en una parada de autobús que dice: 'Quédate en casa, salva vidas'
No para todas las personas es igual de fácil el seguir las directrices del Gobierno. Facundo Arrizabalaga/EPA-EFE, FAL

Mejor prevenir que curar

La Organización Mundial de la Salud (OMS), a pesar de todos sus defectos, suele tener un presupuesto anual de miles de millones de euros, una cantidad cuatro veces inferior al coste que ha supuesto la pandemia. Invertir miles de millones al año para cooperar en la prevención de la pandemia (con o sin la OMS) supone un enorme ahorro aun cuando solo se consiga evitar una pandemia cada milenio.

En última instancia, la recuperación pospandemia mediante la resiliencia significa seguir esforzándonos para prevenir pandemias y otros desastres inculcando una ética de responsabilidad. Esta responsabilidad admite y reconoce que las elecciones de la sociedad generan desastres «naturales» al tiempo que nos brinda distintas alternativas que han de servirnos de ayuda. De lo contrario, estamos garantizando que vendrá otro desastre devastador, mundial y claramente no natural, junto con otros muchos más pequeños.


Este artículo forma parte de una serie sobre cómo recuperarse de la pandemia de forma que las sociedades sean más resistentes y puedan hacer frente a futuros retos. Cuenta con el apoyo de PreventionWeb, una plataforma de la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres. Lea más sobre la cobertura aquí.The Conversation

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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