Tres vinos arropados por las historias que cuentan
Aunque sería más acertado decirlo al revés, esto es, historias que han dado como resultado estos vinos. Uno único porque es irrepetible pero los otros dos presentes en el mercado. Los contamos
Son de sobra conocidas la cantidad de causas sociales que terminan con la elaboración de un vino especial cuya recaudación por la venta está destinada a dicha causa solidaria. Los fines son muchos. Sin irnos más lejos, esta semana pasada se presentaba en el marco de Madrid Fusión la última elaboración que ha salido al mercado destinada a una fundación.
Se trata de un tinto, de nombre Maktub (un reserva con 26 meses en roble americano), cuyo destinatario es la Fundación Aladina, dedicada a ayudar a niños y adolescentes con cáncer y que dirige Paco Arango. Para la elaboración ha contado con la colaboración de la bodega riojana Marqués de Riscal, los artífices del vino. Recordar también que Maktub es el nombre del centro de trasplante de médula ósea del madrileño Hospital del Niño Jesús y cuya construcción se pudo llevar a cabo gracias a los fondos recaudados con la película del mismo nombre, escrita y dirigida también por Arango.
La totalidad de la recaudación se destinará a la fundación (www.vinosmaktub.com).
Esta motivación es la de tantas otras referencias que salen al mercado en una ocasión puntual y con un fin muy concreto. Pero también están los vinos que nacieron solidarios y continúan en el mercado cosecha tras cosecha con el mismo fin social.
Este es el caso del mallorquín Gallinas y Focas. Va por la añada 2018 (22,50 €) pero nacía con la 2009. La marca es fruto de la colaboración entre la bodega 4 Kilos Vinícola y Esment, una organización que trabaja para que las personas con discapacidad intelectual y sus familias disfruten de una buena calidad de vida. En este vino la asociación participa activamente en todo el proceso de producción. Los ‘niños’ comienzan siendo parte activa en la recogida y selección de la uva, y luego viven en directo todo el proceso de elaboración, fase que se controla desde la bodega pero equipo con el que trabajan mano a mano.
En este caso, apuntar que 4 Kilos nace en Mallorca y es el proyecto vinícola de Francesc Grimalt, enólogo, y Sergio Caballero, músico y cofundador del festival de música alternativa SÓNAR, además de máximo responsable de la original imagen de las etiquetas. En cuanto al vino, es un tinto monovarietal de la autóctona manto negro. Y sobre el nombre, fueron los ‘niños’ quienes lo propusieron: las gallinas son divertidas y las focas aplauden. Luego, los dibujaron y fueron a la etiqueta, una creatividad que varía con cada añada. Un vino con 18 meses en roble francés, intenso en aromas, que muestra notas minerales y buena carga frutal. Fluido, fácil de beber, elegante, fino y rico en matices.
Los vinos de ida y vuelta
Ésta es otra historia que nada tiene que ver, pero una tradición que ha empujado a las jerezanas Bodegas Tío Pepe a embarcar tres vinos, en distintos años, consiguiendo tres elaboraciones especiales e irrepetibles. Pero empecemos por el principio…
En aquellos siglos que tuvimos colonias, los barcos que iban a América y Filipinas llevaban las bodegas cargadas de vino, tanto por su valor como producto alimenticio como por serviré de protector frente a algunas enfermedades como el escorbuto, pues era más sano que el agua que podían beber. Eran sobre todo vinos jerezanos que transportaban en toneles de madera y, dada la cantidad de meses que pasaban en las bodegas, cuando llegaban a destino se parecían poco al líquido que habían embarcado inicialmente. Circunstancias que provocaron un estilo de vinos –ahora mero recuerdo– que envejecían en esas largas travesías al son del mar y fruto de las muy diversas condiciones meteorológicas que acontecían durante los muchos meses que duraba el viaje.
Pues esos vinos se bautizaron como «vinos mareados» o «vinos de ida y vuelta», y una vez descubiertos fueron muchos los que los aplaudieron asegurando que ganaban cualidades en esos viajes. Hasta el punto que en aquellos siglos tuvieron gran predicamento en Reino Unido y Holanda. Tiempo después, se convertirían en una categoría de vinos jerezanos y algunos de los indianos que se instalan en la ciudad (tras la independencia de las colonias) comercian con ellos.
Son estas travesías las que van a inspirar al equipo de Bodegas Tío Pepe, con su enólogo Antonio Flores a la cabeza, y deciden que algunos de sus vinos viajen con la pretensión de comprobar qué efecto tendría la navegación sobre ellos. Su elección estaría condicionada por la ruta a realizar; el lugar en el que iba a situarse el vino y los meses que iba a navegar. Una aventura para la que han contado con la inestimable ayuda del Buque Escuela de La Armada Juan Sebastián de Elcano, pues es donde han surcado los mares los vinos de la bodega en las tres ocasiones que lo han hecho. La primera vez fue en 2018, cuando el elegido fue un vino de crianza oxidativa, en concreto un palo cortado que a su regreso se etiquetó como XC Palo Cortado. Este recorrió el Atlántico y el Pacífico en la cubierta del barco por lo que estuvo expuesto directamente a cambios de temperatura, vientos, lluvia, sol… toda clase de inclemencias.
Dos años después subía al buque un amontillado, Viña AB, que fue el que estuvo más tiempo a bordo a causa del confinamiento. Y el último en viajar ha sido su archiconocido fino Tío Pepe. Lo hacía durante cinco meses el pasado año (embarcaba en febrero) y regresaba convertido en Tío Pepe Estrella de los Mares 2016 (99 €) y del que sólo tienen 600 botellas. De nuevo las inclemencias y el oleaje, además de su ubicación en la bodega del barco provocaba que el velo de flor –presente en la superficie del vino cuando está tranquilamente reposando en la bota– se hundiera constantemente en el líquido favoreciendo que el oxígeno penetrase y por tanto acelerando la crianza. El resultado: un Tío Pepe más dorado en cuanto al color, y más complejo tanto en aromas como en sensaciones táctiles fruto de ese contacto con la madera y de la evolución apuntada. Esto es, más maduro pero mantiene una digna frescura.
Con crianza submarina
Esta tercera historia tiene lugar bajo el agua en vez de sobre ella y es que hace unos años, sin saber muy bien por qué razón, algunos empezaron a sumergir botellas en las profundidades marinas para ver qué efectos producían sobre ellas pasado algún tiempo. En líneas generales, parece que se coincidía en que el contenido aceleraba su evolución aparte de mostrar ciertos matices minerales. En cualquier caso, resulta tan costoso tanto colocarlas como luego recuperarlas que se trata de experimentos minoritarios. Pues además el precio al que después tenían que salir al mercado los convertía en vinos de difícil venta. Es por eso que son contadas las bodegas que han optado por el fondo del mar como sistema de envejecimiento.
El origen está en los barcos hundidos hace siglos y hallados en las profundidades en los que se han encontrado botellas en condiciones aceptables, y luego se subastaron alcanzando gran valor. Se dice que la constante y baja temperatura, junto a la presión del agua, la salinidad, el silencio y la oscuridad son elementos que jugaban a favor del vino, aunque no hay nada científico que lo avale, ni Consejo Regulador alguno que ampare este tipo de elaboraciones. Eso sí, por ejemplo el hecho de que la botella tenga que estar lacrada para que el agua no se cuele aceleraría la evolución del vino haciendo que se redondee más rápido, ponen en valor sus ‘practicantes’.
De entre los vinos existentes está Vina Maris 2015 (74,90 €), de la jumillana bodega Carchelo, un tinto cuya crianza combina 18 meses en barrica de roble francés con un años en botella a 40 metros de profundidad en las aguas del Mediterráneo. Desde la bodega explican el proceso: «Sumergimos dos jaulones con botellas lacradas de Carchelo Selecto (un coupage de las tintas monastrell, syrah, tempranillo y cabarnet sauvigon), y fruto de una mayor presión, una temperatura constante de 14 grados, la práctica ausencia de luz y el movimiento suave y acompasado de las corrientes marinas, tras un año emergió del mar convertido en Vinamaris Selected». Disponen de 2.325 botellas y algunas mantienen en el exterior algas y joyas fosilizadas. El vino ante todo presenta notas maduras, recuerdos especiados por la crianza y claros minerales.
Otro caso es el de Habla del Mar (18,50 €), de Bodegas Habla, pero su caso es diferente porque lo que hace el vino es una segunda fermentación en depósitos de 400 litros a 15 metros de profundidad en la bahía de San Juan de Luz, localidad vasco-francesa. Es en el fondo de un arrecife artificial donde permanece entre 5 y 6 meses en contacto con sus lías, a una temperatura que oscila entre los 7 y los 10 grados. Teniendo en cuenta este proceso no refieren añadas en el vino pues este último realizó la inmersión en septiembre de 2021 y regresó a tierra en enero de 2022. Un tiempo por el que Habla del Mar tiene destacadas notas salinas, minerales, yodadas y toques que recuerdan a las algas. Sin duda, una curiosa elaboración.
LOS VINOS REFERIDOS RESPONDEN EXCLUSIVAMENTE A UN CRITERIO PROFESIONAL.