Al rico fideo fresquito
«Cuando tuve delante el cuenco de sopa no supe bien qué hacer con el ovillo de noodles que da nombre a la receta»
Tocar un reptil es una experiencia algo perturbadora, sobre todo para animales de sangre caliente como nosotros, acostumbrados a que nuestra temperatura corporal y la de los que nos rodean no baje de los 36 grados. Es perturbadora, sí, pero al mismo tiempo algo en nosotros busca ese extraño contacto táctil. Por compararlo con algo comestible, lo veo similar a atacar un táper de fideos recién salido de la nevera en lugar de comernos un plato recién servido de espaguetis al pesto, con su correspondiente vapor tibio que nos sube hasta la nariz como si fuera un ingrediente más de la receta.
Aprendimos que los fideos, los raviolis y esos otros alimentos similares a un cojincito mullido en miniatura hecho de pasta de trigo o de arroz son originarios de China, y la idea de que le debíamos a Marco Polo y a su viaje a Asia la presencia de la pasta en Europa era la que primaba en nuestras cabezas. Y más todavía cuando, en 2005, unos arqueólogos descubrieron un bol de fideos de mijo de 4.000 años de antigüedad junto al río Amarillo.
Con ese dato, pocas dudas quedaban, hasta que llegó otro grupo de arqueólogos con sus hallazgos a tirarnos encima su jarrito de agua fría: resulta que la «itriyya», una pasta dura en tiras, ya se comía en Sicilia en el siglo X, traída por los árabes. Lo importante aquí es que la logística de unos y de otros ha conseguido que llegue a nosotros todo ese potencial del trigo duro, relleno o a palo seco. Una larga guirnalda de pasta se despliega entonces desde China hasta Europa, con un tentáculo al sur del Mediterráneo que procede del norte de África. La comida viaja junto a los trotamundos como si fuese su propia mochila.
Como Italia es el buque insignia europeo en lo que atañe a la pasta, por eso consulto a sus representantes culinarios este verano en busca de recetas de pasta fría, pero a juzgar por las que encuentro en línea, la cocina italiana no acaba de despegarse de la ubicua ensalada estudiantil a base de maripositas –farfalle– de pasta con tomates cherry, atún y maíz. La más sofisticada con la que me topo lleva calabacín a la plancha troceado sobre un puñado de espirales de pasta. Aquí Italia me decepciona un poco, pero quizá me falte encontrar una receta ancestral calabresa o sarda que no implique la mera apertura de latas y el vaciado de su contenido sobre la pasta corta fría.
Corea y los fideos
Por suerte para aquellos a quienes nos pica la curiosidad acerca del fideo, ahí está una vez más Corea con su gastronomía, invitándonos a vivir las cosas del revés. Tiene lógica: si el gazpacho es el representante oficial del verano en España, en Corea del Sur no ven nada extraño en comerse un plato de fideos largos acompañados por trocitos de pera, huevo cocido y carne dentro de un caldo casi granizado o, en su defecto, con un par de cubitos de hielo, todo ello condimentado con vinagre y mostaza. El plato se llama naengmyeon y su nombre significa coherentemente «fideo frío». Es popularísimo en las dos coreas, de hecho, procede de Corea del Norte, de tiempos previos a la dictadura de Kim-II-Sung, el amado líder, abuelo del actual caudillo regordete.
Si bien es un plato más veraniego que las canciones de Georgie Dann, en Corea del Sur también les gusta comer el naengmyeon en invierno: el ritual es tomarse la sopa escarchada en una habitación climatizada adecuadamente gracias al sistema tradicional de calefacción por suelo llamado ondol.
Confieso que cuando tuve delante el enorme cuenco de sopa no supe bien qué hacer con el ovillo de noodles de trigo sarraceno que da nombre a la receta. Con los palillos no había modo de separarlos, y no era cuestión de llevarme toda la maraña de fideos a la boca, así que se me ocurrió un último recurso: pedir unas tijeras, algo común para los comensales de este tipo de sopa. Con ellas le di tres o cuatro tajos a la masa compacta de pasta y ahí ya pude emprender la ingesta. Un cubito de hielo me saludaba semiahogado desde el caldo, como diciendo «no tengas miedo, estoy aquí para refrescarte». Quizá no me crean pero, tras esa primera experiencia, no dejo de pensar en el naengmyeon: al no saber prepararlo en casa, ya estoy buscando dónde catar otro plato de esta sopa insólita y cautivadora.