The Objective
Crónicas disfrutonas

Salmón ahumado en caliente

«Confieso que hasta que llegaron los robots con termostato fui incapaz de hacer una holandesa»

Salmón ahumado en caliente

Salmón ahumado en caliente.

–Pero ¿qué demonios traes? ¿El Espasa? Las dos maletas con que mi principal llega de Gotemburgo pesan como un mal marido a pesar de ser pequeñas, de las que pueden no facturarse. Ha estado unos días en casa de una vieja amiga, en plan desconexión. 

Y, además de mi encargo (bien modesto: un par de tubos de pepparot, un horseradish buenísimo que hacen en Suecia), se trae nada menos que ocho kilos de salmón ahumado en caliente, una especialidad que probó allí, y que no nos llega a España. En los envases (al vacío, como cabe imaginar) se asegura que el proceso de ahumado es natural, no químico… Bien, creámoslo: hay líquidos por ahí que simulan un ahumado y que parecen no ser demasiado sanos. Y también figura una advertencia: una vez abierto, debe consumirse en tres días. 

Una vez congelado uno de los dos paquetes, resulta que hay que comerse cuatro kilos de salmón en poco más de un ratito. A ver: cuatro kilos de salmón dan para 12 con hambre (llegan muy limpios). ¿Podemos sentar a 12? Definitivamente no, al menos mientras no llegue el buen tiempo. Serán pues dos almuerzos o cenas de seis u ocho. Aclarado. 

Acompañamiento: patatas hervidas y una salsa a base de mostaza con miel y eneldo, muy sueca, y diferente de la que se vende en Ikea, que no me gusta. Es como mermelada de mostaza, me parece a mí. La receta que propongo:

-3 cucharadas de mostaza de Dijon

-2 cucharadas de miel

-El zumo de medio limón

-1 cucharada de vinagre de vino tinto

-1 cucharada de salsa de soja

-Unas gotas de salsa Perrins

-Pimienta blanca

-3 dl de aceite de girasol

-Eneldo fresco picado.

Mezclar todos los ingredientes salvo aceite y eneldo. Añadir el aceite poco a poco formando una emulsión y a continuación, el eneldo.

Como puede ser que, mismo que pasa con la de Ikea, no guste a alguien, decidimos servir además, como alternativa, una salsa holandesa.

Confieso que hasta que llegaron los robots con termostato fui incapaz de hacer una holandesa. La mantequilla y el huevo jamás ligaban apropiadamente y había que acabar sirviendo la socorrida mayonesa o algo así. (Ahora no deberíamos decir «la salsa se corta y se estropea», sino «se forma una brecha entre huevos y mantequilla y la salsa colapsa». Han hecho fortuna las palabrejas, ¿eh? Ya no hay diferencia de sueldos, sino brecha salarial; y una casa no se cae, colapsa. Cosas de la moda, esa dictadora cuyos caprichos acatamos todos. En fin… Y perdón por el inciso). 

Ahora, con la ayuda termostática de los robots, me doy ocasionalmente un homenaje de huevos Benedict en un brunch dominical o una carne con salsa bearnesa (o sea una holandesa con estragón y vinagre en vez de limón). Eso sí, voy servido de calorías: el equilibrio de la dieta colapsa… Y venga a ponerse kilos. Jesús, qué cruz. 

El salmón y la salsa están estupendos y fue halagado por propios y extraños.

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