The Objective
Crónicas disfrutonas

El Negroni, el cóctel favorito de Orson Welles

«Ojo, que según llega al estómago (y llega muy fácilmente) rebota y sube directo a la cabeza, donde se instala»

El Negroni, el cóctel favorito de Orson Welles

Un negroni. | Leila Navidi (Zuma Press)

Entre mis carencias, junto al hierro y la vitamina D, está el cine. Soy un perfecto patán en lo que respecta al séptimo arte. Me divierten las películas de aventuras, como las de James Bond, pero debo reconocer que disfruto enormemente con títulos tan sugerentes como Escuela de asesinos 6, Jungla de cristal 5 y en este plan. Qué le voy a hacer. Lo he intentado por activa y por pasiva y, aun con la paz familiar colgando de un hilo, a lo más que llego es a Woody Allen. Pasarme dos horas sufriendo un dramón de las Brönte, con Bette Davis o, peor aún, un grave padecer psicológico a cargo de Meryl Streep… No, mire usted, gracias. Que a nadie le extrañe que huya de la sala y restaure mi ánimo con un par de rápidos combinados en el bar vecino. 

Claro que hay películas y películas. Entre Corrupción en el internado 3 y el tostón (con perdón de sus adeptos) de Gritos y susurros, creo que hay cosas bastante decentes, y me sumo a la creencia general de que Ciudadano Kane es una obra maestra. 

Maestro, claro, es el factótum de la película, Orson Welles, protagonista, director, guionista, productor y hasta gran fajador: no olvidemos que se enfrentó –y ganó– nada menos que a William Randolph Hearst, ese abyecto personaje que, como se aburría, decidió que España estaba de más en Cuba y logró que los Estados Unidos nos declarara la guerra. De este infame sujeto se podría hablar muy largo… Pero, bueno, ya lo hace Welles en la película, donde lo pone como chupa de dómine. O sea, que un detalle más de su genio natural es que eligió muy bien su villano. 

Y también al amor de su vida, la bellísima Dolores del Río, de quien se dijo que sólo el rostro de Greta Garbo era tan perfecto como el suyo. Y también eligió bien el país donde más feliz fue, esto es, España. Y también tenía buen gusto en sus libaciones. Me caía muy bien Welles, como resulta obvio. Su cóctel favorito era el Negroni, que me pregunto cómo se me ha podido traspapelar y no está ya en estas páginas, siendo, como es, uno de los grandes. 

Anótese: directamente en el vaso (bajo y ancho, como el de whisky), una parte de ginebra, una parte de vermú rojo y una parte de Campari, más un dash de Angostura y, opción muy recomendable, un chorrito de zumo de naranja. Dos o tres cubitos de hielo y una rodaja o peladura de naranja. Y ya me contaréis. Ojo, que según llega al estómago (y llega muy fácilmente) rebota y sube directo a la cabeza, donde se instala.

Dicen que fue el conde Camillo Negroni quien lo ideó. Negroni era rico, aristócrata, vividor, viajero y aventurero: un tipo estupendo, vamos. Me viene a la mente esa frase atribuida a Sangróniz, embajador de la España de Franco, a quien un insensato preguntó si era o no de derechas. Su respuesta fue, según informan: «Soy rico, gordo, embajador y noble. ¿Cómo no voy a ser de derechas?». Uno piensa que Negroni tampoco debía de ser de izquierdas.

Se cuenta que en los años veinte pidió al barman del florentino Café Cassoni que sustituyera por ginebra la soda de su combinado habitual: debía de parecerle insulso, como me pareció a mí cuando hice la prueba. La antigua receta es perfectamente prescindible, y la ginebra lo enriquece notablemente. O sea que il caro conte Negroni también tenía buen gusto. El cóctel es espléndido y dicen que de los más famosos del orbe. 

Nótese que hay dos componentes genéricos: existen literalmente docenas de marcas de vermús y ginebras, y el empleo de uno u otra puede hacer variar mucho el resultado. Mi humilde sugerencia: ginebra Gordon’s y Martini Rosso. Pero –¿habrá que repetirlo? – manda el gusto de cada cual.

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