THE OBJECTIVE
Opinión

Murdoch, Iglesias, Hearst: el lodazal de la desinformación

«En el lodazal de agitar y sembrar un poco más de discordia, algunos medios aparecen como los nuevos altavoces de la confrontación y la falacia»

Murdoch, Iglesias, Hearst: el lodazal de la desinformación

El exlíder de Podemos, Pablo Iglesias. | Europa Press

Atentos, proliferan bulos, fake news y los intereses cruzados en la información. Es el juego de ahora, al que se apuntan los voceros de la trinchera y los que pescan en el enfrentamiento y la desidia, su manera de mantener los ingresos suficientes para seguir siendo esa clase alta que viste ropa vieja y desaliñada porque así se mezclan con la calle, aunque lleguen y marchen en coche oficial.

La guerra de Cuba y nuestra derrota frente a los Estados Unidos nació de una falacia inventada por un magnate. Nadie juzgaba, hasta hace poco, las mentiras generadas por el morbo de dinero y de los clics. Aquella treta inventada por William Randolph Hearst, sobre la participación de nuestra Armada en la destrucción y posterior hundimiento del acorazado Maine, preparó el terreno y a la opinión pública para que nuestro país comenzara su desastre americano, justificando al toque la participación directa de Estados Unidos en nuestra derrota. Ese hundimiento, que tocó fondo por varias razones y todas ajenas a España, fue el inicio del gusto de la prensa por mentir para seguir engordando su cuenta del banco. Se llamó prensa amarilla aunque debiera haberse apodado prensa maldita.

El otro día supimos que el bueno de Rupert Murdoch había soltado más de 787 millones de dólares a los responsables de contabilizar los votos electrónicos en EEUU para evitar el juicio que se cernía sobre sus falsedades. La Fox y todo el aparato mediático tóxico del magnate habían mentido y sembrado la duda sobre el supuesto tongo en beneficio de uno de sus grandes colegas, Donald Trump. Pero recientemente se le están acumulando cuentas pendientes allí por dónde pisa, pues también se ha sabido que ha soltado una pasta gansa al heredero del trono británico para evitar demandas y juicios, como el que estamos viendo en Londres y que tiene como principal perjudicado al hermano real, aquel que tuvo el mejor trabajo del mundo y lo ha cambiado por capricho y designio de la woke de su mujer, Megan Markle.

Ahora le debe picar aún más por haberse enterado que su hermano mayor no sólo se pasaba de lado las críticas de la prensa amarilla sino que además le habían puesto en casa con dinero nacido al calor de Los Simpsons, el mejor programa que ha tenido y tendrá la pendenciera cadena. Hasta Logan Roy tiene unos límites, como recordaba su hija Shiv en el último episodio de Succession, esa serie brillante que bien podría estar basada en Murdoch o en cualquiera de los tiburones de la desinformación que también arriban a nuestra costa.

Tras varios escándalos acaecidos en redacciones supremas, como la del Washington Post o del mismísimo New York Times, las grandes cabeceras entendieron que su única supervivencia pasaba, precisamente, por verificar y ajustarse a la verdad de una manera precisa, eso tan infravalorado como la objetividad. Pero claro, en el lodazal de agitar y sembrar un poco más de discordia, algunos medios, por llamarlos así, aparecen como los nuevos altavoces de la confrontación, la falacia y los intereses económicos sobre cualquier verdad.

Un ejemplo claro, el que acaba de fundar el exvicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, ese Canal Red, financiado en la sombra por el deudor de los derechos de fútbol europeos, Jaume Roures. Sí, el mismo que arruinó una cabecera para despedir a sus trabajadores y después recomprarla a precio de calle para relanzarla más ligera que aquella mujer de medias negras que canta Sabina. Es lo que tiene pensar de una forma y comportarte de otra. Tampoco se apuren, vista la trayectoria del fundador de Podemos, es más que probable que acabe el año buscando sus habichuelas en otro lagar. La continuidad no casa con su forma de ser. Se aburre rápido y es más vago que un koala de vacaciones, pero como bien decía Lenore este jueves en un artículo de Vozpópuli, «el exvicepresidente ha dejado de ser una figura relevante en el debate público, pero sigue conservando fuerza para enturbiarlo».

El problema es que en esta breve aventura, a la que también se ha sumado a Inna Afinogenova, una periodista de dudosa reputación que creció en las cloacas del Kremlin, en ese otro chiringo de desinformación que es Russia Today, van a enturbiar el clima, polarizar el ambiente y pescar entre la mierda. Además, a calzón quitado, Ione Belarra pide dinero a los afiliados y seguidores de Podemos para pagar el canal rojo. Algo así como que una ministra de España —sucesor designado— pida pasta para pagar el chiringuito del machista morado. Lo más parecido a Murdoch aunque sea en pretensiones. Tan cerca de lo que detestan, tan iguales de lo que aborrecen, tan así que les importa un bledo decir ‘a’ haciendo ‘b’. A nuestros Murdochs patrios les mueve el poder, ya sea del PSOE o PP, de Podemos o Vox; la pasta, como en el PNV, que representa su principio y final a la hora de apoyar a alguien. Ese viejo ¿qué hay de lo mío? Estén atentos que vienen curvas, queridos lectores.

Qué razón tenía Madame de Genlis al afirmar que «se exige demasiado talento para los empleos pequeños y demasiado poco para los grandes».

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D