Europa afronta en orden disperso la crisis de Ucrania
Tanto si la crisis se orienta hacia una solución diplomática o hacia la guerra será decisión de Rusia y EEUU, no de la UE, incapaz de presentar un frente unido
Europa asiste dividida al espectáculo de su propio destino. El conflicto de Ucrania se dirime en su territorio y sus consecuencias repercutirán en su inmediato futuro, pero tanto si la crisis se orienta hacia una solución diplomática o hacia la escalada bélica será decisión de Rusia y Estados Unidos, no de la Unión Europea, incapaz de presentar un frente unido ante el mayor desafío a la seguridad del continente en décadas.
El presidente francés Emmanuel Macron ha intentado en la estela de De Gaulle asumir el protagonismo europeo con sendas entrevistas con sus homólogos ruso, Vladímir Putin, y ucraniano, Volodímir Zelenski, sin estar claro si hablaba en nombre de la UE o de la OTAN, ni con qué mandato, pero sí con un propósito electoral ante las presidenciales francesas del próximo mes de abril y con un riesgo mínimo: si al final la crisis se resuelve pacíficamente, habrá colaborado en ese esfuerzo; si hay guerra, aparecerá como el líder que intentó evitarla.
El nuevo canciller alemán, Olaf Scholz, que el lunes se entrevistó con Zelenski y este martes lo hará con Putin, ha mantenido hasta ahora una ambigüedad calculada sobre el conflicto al frente de una coalición de gobierno recién estrenada y dividida en cuestiones de seguridad, que parece fundamentalmente preocupada por el suministro de gas ruso. No se debe olvidar que el mentor político de Scholz, el excanciller socialdemócrata Gerhard Schröder (1998-2005) preside el comité de accionistas del gasoducto Nord Stream 2 –ahora bajo amenaza de no ponerse en marcha por la actual crisis- y la junta directiva de la petrolera rusa Rosneft. Además ha sido nominado para unirse al consejo de administración del gigante energético Gazprom, también ruso. Schröder, que es amigo íntimo de Putin, acusó recientemente a Kiev de hacer «ruido de sables» por pedir a los aliados occidentales que les enviaran armas.
Por su parte, el primer ministro británico, Boris Johnson, bastante tiene con salvar su carrera política tras el escándalo de las fiestas en Downing Street en plena pandemia y los gestos del jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell, se han saldado hasta ahora con el grosero desprecio del ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov.
¿A qué se debe la irrelevancia de Europa en la actual crisis? Jeremy Shapiro, director de investigación del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR), explica en un interesante artículo de reciente publicación (Why Europe has no say in The Russian-Ukraine crisis), que la falta de competencia geopolítica de la UE es resultado de tendencias a largo plazo que se agudizan a partir de la Gran Recesión de 2008. En estos últimos 15 años, señala, se ha producido un fuerte desequilibrio de poder entre los aliados occidentales a favor de Estados Unidos y en detrimento de Europa. Ha sido un proceso que ha pasado desapercibido en un tiempo en que todos los focos apuntaban al ascenso de China como potencia mundial y a la degradación de la política interna en Estados Unidos, pero que, medido cuantitativamente, no deja lugar a dudas.
Así, por ejemplo, si en 2008 la economía de la Unión Europea era ligeramente más grande que la de Estados Unidos – 16,2 billones de dólares frente a 14,7-, en 2020, la americana creció hasta los 20,9 billones frente a un descenso a 15,7 billones de la europea y del Reino Unido combinadas. Al mismo tiempo el dominio tecnológico norteamericano a través de Google, Amazon, Apple, Facebook y Microsoft ha crecido imparable sin que Europa, al contrario que China, haya podido desarrollar una alternativa propia. La diferencia en inversión militar también se ha ensanchado. Entre 2008 y 2020, el gasto militar de Estados Unidos pasó de 656.000 millones de dólares a 778.000 millones mientras que en el mismo periodo el de la UE y Reino Unido bajó de 303.000 millones a 292.000. Aún más, EEUU invierte en tecnologías de defensa más de siete veces que toda la UE.
«Cuando el Tratado de Lisboa entró en vigor en 2009», escribe Shapiro, «pareció augurar una nueva capacidad de los europeos para forjar una política exterior común y aprovechar la fuerza latente de lo que era entonces la mayor economía del mundo. Sin embargo, la crisis financiera dividió al norte y al sur, las crisis migratoria al este y al oeste y el Brexit dividió al Reino Unido», haciendo a la Unión Europea «menos capaz de hablar con una sola voz». El resultado de esa pérdida de unidad y de poder de Europa, concluye, es su mayor dependencia de Estados Unidos desde las primeras etapas de la Guerra Fría y su conversión en un mero espectador en una crisis que amenaza con dividir aún más a la UE. No es de extrañar, por tanto, que Putin no vea necesario alcanzar ningún tipo de compromiso con los países europeos.
El «despertar geopolítico» europeo
Sin embargo, una encuesta del ECFR realizada el pasado enero sugiere que si los Estados están divididos, los ciudadanos europeos no lo están tanto. La mayoría de los encuestados en seis de siete países cree que Rusia invadirá Ucrania, siendo los más convencidos los países vecinos –Polonia (73%), Rumanía (64%), Suecia (55%), Alemania (52%), Francia e Italia (51%) salvo Finlandia (44%)-, y que Europa y la OTAN deben apoyar a Kiev –todos con más del 50% a favor menos los alemanes que se quedan en el 47% para la UE y el 50% para la Alianza Atlántica-. El sondeo también registra una pérdida general de confianza de los europeos en Washington, incluso en los casos de Polonia y Rumania, y en Londres, tras el Brexit, a excepción de Polonia y Suecia. Asimismo, la mayoría se muestra decidida a afrontar los riesgos que se deriven de un conflicto armado –llegada masiva de refugiados, alza del coste de la energía, ciberataques rusos, etcétera- siendo Polonia, Suecia y Rumanía los más dispuestos y Francia e Italia los que menos.
Los autores de la encuesta hacen una lectura optimista de estos datos y creen ver «un despertar geopolítico» de los europeos, que dejan de considerar la guerra como algo imposible para empezar «a percibir un mundo que está en pre-guerra, más que en postguerra». De confirmarse esa nueva mentalidad supondría un gran cambio. Europa abdicó de su defensa tras la II Guerra Mundial dejándola en manos de Estados Unidos, lo que le permitió evitar conflictos internos, disponer de recursos para construir el Estado de bienestar y hasta de darse el lujo del antiamericanismo.
Hoy, otras incertidumbres nublan el horizonte europeo –la improbabilidad del volver a una alianza occidental al estilo de la Guerra Fría, la falta de continuidad en la política exterior norteamericana debido a la polarización interna y la posibilidad del regreso a la Casa Blanca de Trump u otro político similar en 2025 así como el desinterés de Estados Unidos por seguir cargando con el peso de la seguridad internacional- que hacen urgente la necesidad de una Europa más fuerte, más unida y más soberana si no quiere ser mañana, como lo es hoy, espectadora de su propia suerte.