La princesa espía «marimacho» que no llevaba los papeles en regla
Un libro narra las aventuras de la estadounidense Aline Griffith, que además de espiar era modelo y condesa. No dejarán indiferente a nadie
La historia de una espía delicadamente bella a la que sus jefes pusieron el alias de «marimacho» es el argumento absolutamente real de un libro que me ha acompañado este último mes y que quiero compartir con vosotros en esta sección sobre espionaje. Aline Griffith, condesa de Romanones, fue una atractiva modelo americana que por casualidades del destino fue captada durante la Segunda Guerra Mundial por la OSS, el antecedente de la CIA, y enviada a España porque hablaba nuestro idioma fluidamente.
La conocí en 1991 durante unos cursos de verano de la Universidad Complutense, en El Escorial. Era la primera vez que se celebraba en España un seminario de cinco días sobre espionaje bajo el visto bueno de Emilio Alonso Manglano, director del CESID, dirigido por el periodista, y gran experto en la materia, Rafael Fraguas y por la antigua espía Aline Griffith. Me resultó una condesa distante, siempre sonriente, con una presencia elegantemente distinguida que la hacía cambiarse de ropa al menos dos veces al día, siempre combinada con pequeñas gafas de farmacia del color adecuado.
Desde aquellos días, siempre me costó imaginármela como una espía con capacidad para engañar, manipular y obtener información valiosa. Obviamente, mi opinión fue cambiando según entraba en ámbitos del espionaje y descubría cómo las mujeres, despreciadas en el mundo del espionaje antes de la Segunda Guerra Mundial, demostraron durante el conflicto ser agentes brillantes y solventes. Ahora lo he podido constatar de nuevo con la lectura de La princesa espía, de Larry Loftis, editado por Roca Editorial.
«Marimacho» no fue la versión femenina de James Bond, entre otras cosas porque Bond no se asemeja a ningún espía de la realidad. Recibió un entrenamiento en «La granja», donde compartió habitación con otra joven que nada más llegar la alertó de que debajo del cabecero de una de las camas había un micrófono. Los suyos les espiaban para comprobar si hablaban en sueños y en qué idioma lo hacían.
Cuando la envían a España primero para descifrar mensajes, pero luego también como agente de campo, encandila a la alta sociedad, que le abre sus puertas por lo exótico de contar entre sus filas con una americana tan llamativa y lista. Una infiltración muy útil para el espionaje estadounidense, que a veces la obliga a soportar situaciones como el refinado acoso del torero Juanito Belmonte, aunque queda claro que nunca llegan a nada, es otra época.
Su historia como espía está llena de momentos estelares, no siempre agradables. Constantin Canaris, sobrino del todopoderoso almirante Canaris, jefe de la Abwehr, el espionaje alemán, para el que trabaja, se cuela borracho en su dormitorio durante una fiesta. Hace de mensajera para transportar a Sevilla un microfilm escondido en su vestido y la detienen en el tren por no llevar los papeles en regla. Un día, al regresar de uno de sus viajes, se encuentra asesinada en su cama a una resistente vasca a la que había ayudado.
Uno de los principales apoyos de la agente estadounidense fue Edmundo Lasalle, representante de Walt Disney en España, el hombre que le abrió las puertas de la alta sociedad. El espionaje es así: la mega empresa accedió a que su hombre les representara a ellos y también fuera espía, eso sí, para darle la máxima credibilidad cobraba de ambas empresas.
Acabada la guerra y su misión como agente, se casó con Luis de Figueroa, en aquel momento conde de Quintanilla y más adelante conde de Romanones. Antes de la boda quiere sincerarse y no guardar ningún secreto con el hombre de su vida. Le cuenta que ha estado espiando para Estados Unidos y él no la cree, piensa que bromea. Aline falleció el 11 de septiembre de 2017, a los 94 años. Una vida, sin duda, apasionante.