El presidente más breve del mundo
Solo 45 minutos duró la presidencia de Pedro Lascuráin, que se prestó a una chapuza constitucional para dar paso al ‘Mal’ de la Revolución Mexicana
A las cinco de la tarde del 19 de febrero de 1913 Pedro Lascuráin se convirtió en presidente de México siguiendo el mandato constitucional. Tras la renuncia del presidente de la república mexicana y del vicepresidente, le correspondía el cargo al ministro de Asuntos Exteriores, cartera que detentaba Lascuráin. Durante 45 minutos el presidente Lascuráin ejerció legalmente la jefatura del estado, y durante ese tiempo firmó el nombramiento de un nuevo ministro del Interior. Fue su único acto de gobierno, porque a las seis de la tarde renunció a la presidencia, y entonces, aplicando de nuevo la Constitución, accedió a la máxima magistratura el recién nombrado ministro.
Méjico seguía el modelo constitucional de Estados Unidos, donde la muerte o renuncia del presidente no implica nuevas elecciones, sino un sistema de sustituciones prácticamente interminable, donde se van sucediendo los altos cargos de los tres poderes, ejecutivo, legislativo y judicial. Hasta ahora todo parece de lo más correcto, pero naturalmente esa presidencia de 45 minutos tenía trampa. Una trampa monstruosa.
Para que firmaran su renuncia el presidente Francisco Madero y su vicepresidente, José María Pino, habían sido torturados por un grupo golpista encabezado por el general Huerta. Los sediciosos querían revestir de legalidad su golpe, llamado por los historiadores mexicanos la Decena Trágica, lo que da idea de su virulencia. Finalmente sería el ministro de Exteriores Pedro Lascuráin, un hombre decente que no había tenido que ver con el golpe pero que no tenía agallas para enfrentarse a él, quien convenció a Madero y Pino de que firmaran la renuncia, como forma de salvar la vida.
El general Huerta había prometido que les permitiría exiliarse en Cuba, pero rompió su promesa, tan pronto ocupó el sillón presidencial ordenó matarlos. Ni siquiera tuvo la decencia de fusilarlos, urdió un plan para lavarse las manos. En el traslado de Madero y Pino a la cárcel un grupo de militares comprados por Huerta con ascensos y favores los asesinaron a tiros. Después acribillaron a balazos el automóvil que los trasladaba, para que pareciese que había sido asaltado por desconocidos.
Pero nadie se lo creyó y el crimen desencadenó la segunda fase de la Revolución Mexicana.
Una triste presidencia
La insustancialidad del presidente más breve del mundo, Pedro Lascuráin, queda más en evidencia por el hecho de estar situado entre dos personajes clave de la Historia de México, Madero y Huerta, dos arquetipos del Bien y del Mal en el marco de la Revolución.
Pedro José Domingo de la Calzada Manuel María Lascuráin Paredes era, como indica la retahíla de nombres de pila, miembro de esa aristocracia mexicana formada por las familias de sangre blanca pura, es decir, española. Su padre era un rico hombre de negocios vasco, su madre era hija del general Paredes, que había sido presidente de México –por golpe militar, naturalmente- durante un periodo de siete meses, una eternidad comparado con la presidencia del nieto. Pedro Lascuráin fue jurista con una extensa obra publicada, y alcalde de Ciudad de México. Y católico, dijo que no quería saber nada de la muerte de Madero porque su religión se lo prohibía. Tuvo la suerte de que el perverso Huerta lo dejase vivo, pese a ser testigo de su infamia.
También pertenecía a la aristocracia terrateniente Francisco Madero, a quien sus padres dieron una esmerada educación: colegio de los jesuitas en Méjico, y luego estudios de agricultura en la Universidad de Berkeley, California, y ciencias empresariales en la Escuela de Altos Estudios Comerciales de París. Se casó con una señorita de su misma clase, compañera de sus hermanas en el aristocrático colegio de Nôtre Dame de San Francisco, California, y parecía estar destinado a ser un hacendado moderno, con capacidad para aumentar la ya considerable fortuna familiar. Pero en vez de eso sintió la llamada de la política y la justicia social.
Durante más de tres décadas había ocupado la presidencia el general Porfirio Díaz, que había llegado al poder por las armas y luego amañaba convenientemente sus sucesivas reelecciones, hasta el punto que la palabra «reelección» se convirtió en sinónimo de tiranía y corrupción política. Madero publicó en 1906 un libro sobre La sucesión presidencial que fue muy polémico y le configuró como el principal opositor a Porfirio Díaz. En 1910 se presentó a las elecciones presidenciales y obtuvo muy buenos resultados, por lo que Díaz lo metió en la cárcel, pero conseguiría escapar.
Huido a Estados Unidos, en la ciudad texana de San Antonio elaboró el Plan de San Luís, la proclama de la Revolución Mexicana, que con el lema sufragio efectivo, no reelección convocó a la rebelión armada el 20 de noviembre de 1910, fecha inicial oficial de la Revolución Mexicana. El movimiento se extendió por todo el país, surgiendo numerosos focos revolucionarios con diversos líderes, entre los que destacaban Pancho Villa en el Norte y Emiliano Zapata en el Sur. Tras un año de guerra civil Porfirio Díaz huyó del país. La Revolución había triunfado.
El gran error de Francisco Madero
Sucedió entonces algo inédito en la Historia de México: unas elecciones democráticas, libres y honradas, en las que fue elegido presidente Francisco Madero. Madero era un hombre con conciencia social pese a su condición de aristócrata, y fue su primera preocupación mejorar las condiciones de vida del pueblo. Inició un programa de reformas moderadas que provocaron el miedo y la indignación de las clases altas, que empezaron a conspirar contra él. Pero sin embargo los revolucionarios radicales las veían insuficientes, y líderes populares como Zapata y Orozco se levantaron en armas en sus feudos.
Madero tuvo que descuidar la conspiración de la derecha para combatir la rebelión de la izquierda, y recurrió para ello a Pancho Villa, que le permanecía fiel, y al general Victoriano Huerta, un militar de carrera del ejército de Porfirio Díaz, aunque no había intervenido en la guerra.
Ese fue el gran error del presidente Madero, fiarse de Huerta, que no era de los suyos. Pero como le sucede tantas veces a los hombres honestos, Madero no concebía la traición y permitió que Huerta se convirtiera en su hombre de confianza, al que encomendó la defensa del Palacio Presidencial. Fue como meter al zorro a vigilar a las gallinas, porque Huerta ya tenía en marcha un plan para derrocar a Madero, en complicidad con el embajador norteamericano y la derecha más radical.
La traición de Huerta, el infame martirio y asesinato de Madero, provocaron, como hemos dicho, la segunda fase de la Revolución Mexicana, que duraría diez años y provocaría más de un millón de muertos. Finalmente, en julio de 1914, Victoriano Huerta huyó del país. Se fue a Cuba y de ahí a Estados Unidos, donde fue encarcelado en una prisión militar en El Paso, Texas. Allí falleció en enero de 1916 de forma indigna, porque murió por borracho y en la cárcel. Un adecuado final para quien fue el Malo de la Revolución en México.