THE OBJECTIVE
Historias de la historia

Nueve días de la reina

El 13 de noviembre de 1553, un tribunal condena a muerte a Lady Jane Grey, la más breve monarca de Inglaterra

Nueve días de la reina

'Ejecución de Lady Jane Grey', por Paul de la Roche, National Gallery de Londres. | Wikimedia Commons

«Le ruego que me despache rápidamente, pero no me corte la cabeza hasta que esté reclinada». Hay muchas formas de enfrentarse al verdugo, pero no hay duda de que la adolescente Lady Jane Grey lo hizo con el empaque de una reina, aunque sólo había reinado durante nueve días.

El verdugo estaba acostumbrado a tratar con gente de alcurnia, al fin y al cabo aquello era la Torre de Londres, que podía ser residencia o cárcel real sin solución de continuidad. En menos de veinte años tres reinas de Inglaterra habían «perdido la cabeza» en aquellas estancias. Inauguró la trágica serie en 1536 Ana Bolena, la segunda esposa de Enrique VIII, la que había despertado en él tal pasión que abandonó a su legítima esposa Catalina de Aragón, rompió con Roma y se inventó una nueva Iglesia protestante. Ana Bolena murió con gran dignidad, arrodillada pero erguida, porque le cortaron la cabeza con espada y no había tajo en esas ejecuciones. Enrique VIII ni siquiera le pagó un ataúd decente y la enterraron dentro de un arca en una tumba sin nombre.

La siguiente de la serie fue Catalina Howard, quinta esposa de Enrique VIII, convertido definitivamente en Barba Azul. Era una adolescente cuando se casó con un hombre ya viejo y monstruosamente gordo, y buscó alivio en amantes jóvenes. Pasó toda la víspera de su ejecución ensayando posturas para morir de forma elegante. Incluso hizo que le llevasen el tajo a su celda para sus ensayos, aunque en el momento de la verdad estaba aterrorizada –sólo tenía 20 años- y hubo que ayudarla a subir al cadalso.

Lady Jane Grey. | Wikimedia Commons

Aún más joven, 16 años, era Lady Jane Grey, brevemente conocida en la Historia como Juana de Inglaterra, pues a diferencia de las anteriores no fue reina consorte, sino titular de la corona por derecho propio, aunque fuera un derecho débil y discutible que solamente la mantuvo en el trono durante nueve días.

Lady Jane era bisnieta, por línea materna, de Enrique VII, el primer rey de la Casa Tudor, y prima lejana de Eduardo VI, el único hijo de Enrique VIII, un rey-niño cuyo reinado estuvo siempre en manos de los poderosos nobles que ejercieron la regencia. 

Lady Jane fue criada según un ideal renacentista que valoraba la educación humanística de las damas. Tuvo un preceptor tan sabio como intolerante, Roger Ascham, que desde muy pequeña le enseñó a hablar griego, latín y hebreo e imbuyó en ella la fe protestante. A Jane le gustaba estudiar y leer, a los ocho años leía a Platón. A los nueve años ingresó en la corte, como damita de la reina Catalina Parr, sexta esposa, ya viuda de Enrique VIII, y Jane quedó bajo la sucesiva tutela de varios influyentes cortesanos, que la verían como un instrumento para sus maquinaciones.

La corte de los tudor

Ambición, intrigas y sangre, así podría resumirse el periodo Tudor de la historia de Inglaterra. No es extraño que en esa época surgiese el poderoso dramatismo de un Shakespeare, o que en nuestro siglo haya dado lugar a culebrones de televisión.

El caso de Lady Jane Grey es un paradigma de esa trilogía, ambición, intrigas y sangre. Fue la ambición de sus sucesivos tutores la que la convirtió en un peón de aquel juego de tronos. Fueron las intrigas del regente John Dudley, que la casó con su hijo, lo que la elevó al trono a la muerte de Eduardo VI. Y hubo sangre derramada por todos los protagonistas, los sucesivos tutores de Lady Jane, ella misma y su adolescente esposo, el pobre Guilford Dudley.

El regente Dudley había casado a Lady Jane con su hijo Dudley -16 y 17 años, respectivamente- para que éste fuese rey, lo que garantizaría el poderío de su familia. El joven novio era «un caballero apuesto, virtuoso y bueno», según sus contemporáneos, había recibido también una exquisita educación humanista, y pese a que el matrimonio había sido impuesto por los intereses del padre, los forzados esposos se enamoraron realmente. No tendrían mucho tiempo para disfrutarlo.

El intrigante regente, aprovechando la enfermedad del rey-niño Eduardo VI, le hizo firmar en su lecho de muerte un testamento nombrando heredera a su prima Lady Jane Grey. Era un despropósito porque existían dos hijas legítimas de Enrique VIII y por tanto hermanas del rey-niño, María Tudor, hija de Catalina de Aragón, e Isabel, hija de Ana Bolena. Su derecho era aplastantemente mayor al de la lejana prima, pero Dudley manejó al Consejo Privado (el equivalente al gobierno) y le hizo aprobar la «última voluntad» de Eduardo VI.

«El 13 de noviembre de 1533 un tribunal especial presidido por el alcalde de Londres encontró culpable de traición a Lady Jane Grey y la sentenció a ‘ser quemada o decapitada según el deseo de la reina’»

El 10 de julio de 1533, cuatro días después de la muerte del rey-niño, una reina-adolescente fue proclamada soberana de Inglaterra, aunque sin el refrendo del Parlamento. A Lady Jane le habían comunicado que iba a subir al trono solamente el día de antes. La joven se negó al principio, pero su padre el duque de Suffolk, que no le había hecho caso en años, apareció para convencerla, ansioso de la influencia que lograría siendo padre de la reina. El mal padre también sería decapitado como todos los protagonistas de este drama.

La proclamación de la «reina Juana de Inglaterra» no tuvo muchos apoyos. Inmediatamente los partidarios de la heredera legítima, María Tudor, se levantaron en armas y marcharon sobre Londres. El regente salió con sus tropas a detenerlos, pero fue derrotado y sería ejecutado, y el Consejo Privado se echó cobardemente atrás, le retiró el respaldo a Lady Jane y acató a María Tudor. El regente había instalado a Lady Jane en la Torre de Londres, que era una auténtica fortaleza, por si había que defenderla de sus rivales, pero de la noche a la mañana la residencia real se convirtió en cárcel.

El 13 de noviembre de 1533 un tribunal especial presidido por el alcalde de Londres encontró culpable de traición a Lady Jane Grey y la sentenció a «ser quemada o decapitada según el deseo de la reina». También fueron condenados a muerte su marido, dos de sus hermanos y el arzobispo de Canterbury. En principio María Tudor  se mostró clemente y pospuso la ejecución, pero unos meses después se produjo un complot contra ella y decidió hacer una demostración de autoridad, ejecutando al joven matrimonio. Al menos mostró piedad y no impuso la sentencia más cruel, el lento suplicio de la hoguera, sino la decapitación, y el verdugo pudo «despacharla rápidamente», como ella le había pedido.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D